Es noticia
El proceso político catalán: génesis y autogoles
  1. España
  2. Tribuna
Tribunas EC8

Tribuna

Por

El proceso político catalán: génesis y autogoles

El tema es la falta de voluntad de diálogo real entre el Gobierno de la Generalitat y el Gobierno español para resolver de manera política una cuestión política, no judicial

Foto: Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. (Reuters)
Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. (Reuters)

El proceso político catalán no nació hace 7 años. Se aceleró en el momento de la sentencia del TC que de hecho anulaba buena parte de los temas centrales del Estatut y cuestionaba la votación de los catalanes en el referéndum. Muchos ciudadanos de este país pensaron y sintieron que su voto no valía nada, y que las posibilidades de un acuerdo de igual a igual entre Cataluña y España eran imposibles. Buena parte de la ciudadanía empezó a pensar y a creer que dentro del sistema democrático creado por la Transición no todo era posible.

El independentismo y el soberanismo hasta ese momento no habían tenido un resultado electoral de gran calibre, nunca más allá del 18-20%. No habían ganado las elecciones. No obstante, desde inicios del siglo XXI la sociedad estaba cambiando y los antiguos pactos quedaban ya lejos y a menudo se sentían como algo ajeno. El pacto, el acuerdo, que hizo posible una España y una Cataluña democráticas había caducado. El 'statu quo' necesitaba renovarse. El Estatut de 2006 era una oportunidad. Pero el recurso del PP, del Defensor del Pueblo y de 5 Comunidades Autónomas minaron esa oportunidad de acuerdo: una parte de la opinión pública y publicada española no admitía ese pacto y apostaba por un trágala a las aspiraciones mayoritarias de los catalanes.

Juntamente con la crisis económica y la falta de salidas a la misma una parte muy importante de los catalanes abrazan la causa independentista como salida no solo a la situación económica sino, sobre todo, como respuesta al bloqueo político y a la laminación de la autonomía política. El derecho a decidir como instrumento para el reconocimiento de la realidad nacional de Cataluña, y como respuesta al bloqueo impuesto por la sentencia del TC contra el Estatut de 2006.

La espera al referéndum no debe ser excusa para la mejora de servicios públicos sobre los que se tienen competencias, como la educación

El independentismo gana la mayoría en el Parlament, de manera legítima, legal y democrática. El problema no es ese. El tema es la falta de voluntad de diálogo real entre el Gobierno de la Generalitat y el Gobierno español para resolver de manera política una cuestión política, no judicial. Esa falta de negociación exige, según algunos de sus protagonistas, lealtades inquebrantables por ambas partes.

Pero no todos los independentistas son iguales. No todos son unos hiperventilados, o sea, no sostienen de manera acrítica las posiciones y acciones de los máximos dirigentes del 'procés', tanto desde la política como desde la sociedad civil. Estos sectores desaprueban la judicialización de la vida política, así como las condenas en los diferentes procesos judiciales. No obstante, hay una parte no menor que considera que las cosas no se han hecho ni se están haciendo de manera correcta.

En primer lugar hay que ejercer el poder. Más allá de la evidente y clara involución centralista hay que gobernar, y hacerlo a fondo. Parecía que ya había pasado la conçoneta de todo es culpa de Madrid. Las parcelas de poder hay que ejercerlas sin miedo, y hasta el final. ¿Cómo se va a ensanchar, en sus palabras, la base social del independentismo si no se ejerce el Gobierno, si no se demuestra que se es capaz de resolver los problemas de la ciudadanía desde posiciones nuevas? Parece haber un miedo escénico, un pánico a ejercerlo. Porque gobernar es tomar decisiones, a veces impopulares. Es más, existen ya estructuras de Estado, como la Policía o la Administración o la Sanidad. Pero es más rentable no ejercerlo. ¿Cómo se entiende si no, por ejemplo, por qué no se trabaja en una alternativa a la financiación actual? La espera al referéndum no debe ser excusa para la mejora de servicios públicos sobre los que se tienen competencias, como la educación.

Foto: El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont (d), habla con el vicerpresidente y consejero de Economía, Oriol Junqueras. (EFE)

En segundo, es imprescindible elevar el nivel de los actores y de la acción gubernamental y social. La mediocridad es el máximo enemigo del cambio y de la acción social y política. En un proceso tan complicado no es posible tener a dirigentes que parezcan hinchas de fútbol. O Consejeros que no conocen su materia, o que pretenden gobernar a base de titulares de prensa. Además, no se puede pretender tener a una parte de la sociedad tensionada permanentemente. La frustración puede ser enorme.

Y, tercero, es necesario levantar la vista y contemplar el mundo. Sin prisas. Y sin autoengaños. Hoy, en Europa, el proceso catalán no es popular. Más bien tiene mala prensa. Por la coyuntura, el renacimiento del populismo y del nacionalismo más rancio, la crisis de la construcción europea, la seguridad, la vergüenza de la inacción frente a las crisis humanitarias, etc. Por los fallos propios, y por la actitud del Gobierno español, estrictamente judicial, sin querer entrar a resolver de manera política un conflicto político.

Uno de los puntos críticos para la mala prensa internacional de la cuestión catalana fue el pasar página, del derecho a decidir a la independencia. Este ha sido uno de los autogoles antológicos de los patrones del 'procés'. Igual que la prisa. El cortoplacismo de poner fechas continuamente provoca frustración e impide la acción de la política.

Elevar el nivel, ejercer el poder, conocer la realidad, deshacer mitos como la fractura civil de la sociedad catalana, olvidar el regate corto, son imprescindibles para avanzar en una solución democrática y a largo plazo.

* Jesús Maestro, DYM Politics.

El proceso político catalán no nació hace 7 años. Se aceleró en el momento de la sentencia del TC que de hecho anulaba buena parte de los temas centrales del Estatut y cuestionaba la votación de los catalanes en el referéndum. Muchos ciudadanos de este país pensaron y sintieron que su voto no valía nada, y que las posibilidades de un acuerdo de igual a igual entre Cataluña y España eran imposibles. Buena parte de la ciudadanía empezó a pensar y a creer que dentro del sistema democrático creado por la Transición no todo era posible.

Generalitat de Cataluña