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Le llamaban Sae, murió en la calle
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Carlos Matallanas

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Le llamaban Sae, murió en la calle

Tras comprobar que teníamos la misma edad, leí su nombre completo, Francisco Javier Martín Sáez, pero no salí de dudas. Si era mi Sáez, ¿cómo podía no salirme de carrerilla?

Foto: El butronero Niño Sáez fue asesinado a tiros en plena calle en Madrid. (EFE)
El butronero Niño Sáez fue asesinado a tiros en plena calle en Madrid. (EFE)

En 1990 me cambiaron de colegio. En el Santa Cristina, en Puerta del Ángel, en pleno paseo de Extremadura, nuestro hermano Javier había hecho el Bachillerato unos años antes. Por eso, al tener prevista una mudanza de Aluche a Pirámides, mis padres volvieron a elegir este singular centro concertado, perteneciente a la FUHEM, heredera de la Institución Libre de Enseñanza, para que sus otros tres hijos estudiasen allí.

A diferencia del segundo, David, que entró en 1º de BUP, y del cuarto, Gonzalo, que empezaba Primaria, el cambio para mí suponía ser el único nuevo en una clase con niños que venían creciendo juntos desde hacía por lo menos tres años. Así comencé 4º de EGB.

Quienes me conocen saben de mi gran memoria. Pero como la excepción que confirma la regla, a veces me sorprendo dudando de elementos que debería recordar. Eso me pasó este domingo, cuando desde Twitter accedí a una noticia de sucesos cuyo protagonista intuía conocer. “Matan a tiros al famoso butronero Niño Sáez en el distrito de Latina”. Tras comprobar que su edad coincidía con la mía, leí su nombre completo, Francisco Javier Martín Sáez, pero incomprensiblemente no me sacó de dudas. Si era mi Sáez, ¿cómo podía ser que su nombre y apellidos no me saliesen de carrerilla, como nos ocurre con los de todos los compañeros que oímos durante años al pasar lista el profesor de turno?

Quizá solo así se explica que yo, que me considero bien informado y que me interesa bastante la información de sucesos como análisis antropológico, nunca en todos estos años haya caído en que este popular delincuente era aquel chaval que yo conocí. Me quedé pensando intrigado, y la verdad es que no recordaba su nombre de pila siquiera, yo llegué al colegio y todos le llamaban Sáez. Igual que estaba Garci, Gallego, Navarro, Gago, Poveda y que poco tiempo después yo fui Matallanas o Mata para ellos. Pero de todos los demás siguen en mi memoria sus nombres completos. ¿Por qué de Sáez no?

Entonces salí del ensimismamiento y miré por primera vez la foto que acompañaba la noticia, la única que existe donde se le ve mínimamente la cara. Pertenece a la grabación de una cámara de seguridad durante un robo. Y aunque no es muy nítida, esos pequeños ojos negros, esos rasgos finos, me sacaron de dudas al instante. De repente se me nubló el domingo y un aluvión de imágenes venidas del desván de la niñez humedecieron mis ojos. Es muy complicado explicar la sensación tan agridulce y extraña que me recorre el cuerpo desde que leí la noticia y até cabos.

Sáez nunca fue un niño bueno, pero tampoco malo. O no más malo que otros muchos que no acabamos siendo uno de los delincuentes más perseguidos de España. Desde luego no le recuerdo ningún desafío a un profesor ni a ninguna autoridad. No era buen estudiante, era de los que seguían el ritmo con dificultad. De hecho, era un año mayor, pero nadie lo consideraba repetidor. Puesto que repitió en Preescolar o primero (no lo sé exactamente, porque sucedió antes de que yo llegara) y puesto que era delgado y no muy alto, así que físicamente tampoco se notaba que era del 80 y no del 81.

Sáez nunca fue un niño bueno, pero tampoco malo. O no más malo que otros muchos que no acabamos siendo uno de los delincuentes más perseguidos

Formó parte del grupo que me acogió como uno más, junto con los citados anteriormente más Nacho, David, Juan Jesús, Darío, Pepe o Borjita, entre otros. Chavales de barrio, algunos de familias de clase obrera, la mayoría de modesta clase media. Él tenía algún hermano mayor y sus padres eran de una edad superior a la de la media de los del resto. Su padre me quiere sonar que trabajaba en la bolsa o en algo financiero. Un currito. Sin lujos, pero sin carencias importantes. Aunque cualquiera que conozca estos barrios populares sabe que no es necesaria la marginalidad, que es muy delgada la línea que te separa de los peligros más serios de la calle. Mi generación solo tenía antídoto para uno de ellos, la heroína. A fuerza de ver jeringuillas en los parques y de que los yonquis protagonizaran nuestras pesadillas. Pero el resto de tentaciones acechaban a la vuelta de la esquina.

Una vez nos mudamos, yo vivía al otro lado del puente, en lo que ahora es la privilegiada zona de Madrid Río, pero que entonces lucía aún posindustrial, con las vías del Cercanías a la vista y la fábrica de Mahou a pleno rendimiento, atufando a cebada fermentada los martes y los jueves. Olor insoportable que conseguimos asimilar con asombrosa facilidad. Solo las visitas, con sus quejas por la pestilencia del ambiente, nos hacían darnos cuenta de que ese día tocaba fermentación.

Pues desde ese cada vez más acomodado escenario, dos cuestas marcaron mi adolescencia. La calle General Ricardos, que sube atravesando todo Carabanchel, donde vivían mis cuatro abuelos, donde se conocieron mis padres y donde, en el campo de La Mina, me convertí en futbolista. Y el citado paseo de Extremadura, donde estudié hasta COU, donde vivían mis amigos del colegio.

Tres tiros en plena calle acaban con el conocido butronero Niño Sáez

En la calle Juan Tornero estuvo el Samur el domingo reanimando al Niño Sáez durante media hora. Sin éxito. Hay un vídeo del momento, pero yo no podía quitar ojo a las casas de alrededor. Humildes. Por esas calles (Antillón, Doña Urraca, Caramuel, la avenida de Portugal, el paseo de la Ermita del Santo…) iba a comprar chuches o nos juntábamos con las primeras chicas que nos gustaron. O íbamos con un balón hacia alguna canchita o parque. O disfrutábamos de la Casa de Campo, al otro lado del pasadizo que cruzaba la carretera de Extremadura.

Pero Sáez ya no estaba. Los primeros años era uno más para mí, vino a mi cumpleaños y yo fui a alguno suyo. Hasta que repitió de nuevo y acabó saliendo del colegio. No recuerdo tampoco el curso exacto. El caso es que siguió por el barrio, porque vivía en Saavedra Fajardo, a tres minutos andando, al otro lado del paseo de Extremadura, donde acabaron con su vida. Antes de abandonar el cole, empezó a hacer grafitis. Como media clase, iba con un 'skate' a todos lados, y la moda dictaba llevar unas zapatillas de Pat Ewing y ropa o gorra del equipo de fútbol americano Los Ángeles Raiders. Recuerdo ver en su casa una película de patinadores típica de esos años. Tony Hawk ya era leyenda. No para mí, lo mío siempre fue el fútbol y el rock, pero esas cosas congeniaban en esas edades.

Poco tiempo después de salir del colegio, su nombre ya infundía respeto. Y empezaron los rumores de malas compañías

Su grafiti ganó solera. ‘Sae’. Y todo el barrio le empezó a llamar sin la Z. Poco tiempo después de salir del colegio, su nombre ya infundía respeto. Y empezaron los rumores de malas compañías. Su firma cogió fama y se podía ver en las paredes de toda la ciudad y también en varios rincones de España. Modesto heredero de Muelle o Tifón.

Un grafiti de Sae (foto: Madrid Revolution)

De las últimas veces que me lo crucé, a los 17 años aproximadamente, cambió su ya turbia mirada para saludarme con cariño. Me llamó Carlos. Y recuerdo que conocerlo nos solucionó algún momento tenso con la gente del barrio Goya, con quien tampoco convenía meterse en problemas.

El año que entré en la universidad todavía no se habían generalizado los móviles. Las siguientes navidades llegó el 'boom'. Pero ya era demasiado tarde y yo, que no vivía en el barrio del cole, perdí el contacto cercano con todo el mundo. Esporádicamente nos cruzábamos en algún lado. Y recuerdo que ya bien entrado el nuevo siglo, fue mi hermano del alma David Ntue quien me dijo de pasada que al Sae lo habían detenido varias veces. No me sorprendió. Siendo sinceros, son bastantes los que podrían haber traspasado la delgada línea. Pero él fue de los pocos que lo hicieron.

¿Qué determina ser honrado, trabajador, solidario, ambicioso, delincuente, violento...? ¿Cómo preverlo cuando somos simples niños jugando en el patio?

No he querido contactar con nadie para hablar sobre Sáez antes de escribir estas líneas. Quería que, como el narrador de la película 'Cuenta conmigo', solo hablara la memoria intransferible del niño que fui. Aunque pierda por una vez precisión periodística. Por Facebook me escribieron decenas de compañeros de colegio cuando se dio a conocer mi enfermedad. Todo fue cariño verdadero. Y sé que estoy en sus pensamientos, aunque llevemos lustros sin vernos y en el día a día estos recuerdos no salgan del desván. Supongo que todos ellos habrán sentido la extraña sensación de saber que han matado a Sáez en las calles del barrio. Porque antes que jefe de una banda de atracadores, fue niño.

Recuerdos tan absurdos como las partidas a la peonza en el recreo que una vez provocaron que llegara a las manos con él se mezclan con otros como que gracias a su apellido el profesor nos explicó qué era un hiato de vocales fuertes, en contraposición del diptongo de Sainz, entonces vigente campeón del mundo de 'rallies'.

Lo único que he sabido sobre el suceso más allá de los periódicos ha sido que el Niño Sáez había ido al barrio a visitar a su madre. Así me lo ha dicho mi hermano David, según compañeros de colegio suyos.

Y mi hermano Gonzalo ha escrito en el grupo de WhatsApp de la familia lo siguiente:

Me han venido dos anécdotas de Sáez que contó Carlos en su día:

"Una cuando en clase les hacían hacer un resumen/relato del fin de semana y él llegó el lunes y leyó algo así como, el viernes salí del colegio y una ráfaga de viento me trasladó hasta el lunes".

"Otra, que en un cumpleaños le regaló un paquete muy grande al cumpleañero y este estuvo abriendo cajas y cajas rellenas de confeti y papel hasta que abrió un paquete pequeño con un caramelo. (A lo mejor fue él el regalado)".

Por desgracia, no puedo corroborar esas anécdotas, no las tengo registradas en mi memoria correctamente. Pero desde luego le pegan a ese niño que yo conocí. Tonto nunca fue, la pena fue que dedicara su talento para destacar en el hampa.

Prefiero mil veces haber compartido pupitre con este ladrón que con un Miguel Blesa, un Ignacio González o un Rodrigo Rato

Dentro de todas las sensaciones encontradas que me ha removido la noticia, he sacado una conclusión que quizás a algunos les pueda resultar exagerada o fuera de lugar: prefiero mil veces haber compartido pupitre con este ladrón que con un Miguel Blesa, un Ignacio González o un Rodrigo Rato. Y de tener hijos, desearía para ellos exactamente lo mismo. Por todo lo que conlleva.

Más allá de este arrebato nostálgico que me he marcado, ¿qué determina ser honrado, trabajador, emprendedor, conformista, solidario, ambicioso, delincuente, violento? ¿Cómo preverlo cuando todos somos simples niños jugando en el patio del cole? Me faltan tantas respuestas… Para algunos ya todo da igual. Sáez murió en la calle, le dispararon. Y yo ni siquiera me acuerdo de si su madre le llamaba Fran, Paco o Javi.

En 1990 me cambiaron de colegio. En el Santa Cristina, en Puerta del Ángel, en pleno paseo de Extremadura, nuestro hermano Javier había hecho el Bachillerato unos años antes. Por eso, al tener prevista una mudanza de Aluche a Pirámides, mis padres volvieron a elegir este singular centro concertado, perteneciente a la FUHEM, heredera de la Institución Libre de Enseñanza, para que sus otros tres hijos estudiasen allí.

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