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Radicalización y responsabilidad

La prevención de la radicalización no debe ser un atajo moral ni la excusa para la equidistancia. En mi opinión, es un pilar de la lucha contra el terrorismo

Foto: Militantes del Estado Islámico en una captura de pantalla de un video de propaganda.
Militantes del Estado Islámico en una captura de pantalla de un video de propaganda.

Hace tiempo que dedico buena parte de mi trabajo como eurodiputada a la prevención, detección y desactivación de los procesos de radicalización. En particular, me preocupa el papel que las familias pueden desempeñar a la hora de identificar y evitar que uno de sus miembros se convierta en terrorista. Investigando al respecto, descubrí que las mujeres (sobre todo las madres, pero también las hermanas y novias) pueden ser agentes clave en esta lucha temprana contra el yihadista.

Debido a este interés, promoví la creación de la primera red de mujeres contra la radicalización y el extremismo (AWARE por sus siglas en inglés), que ha contado con la participación y el interés de instituciones y líderes del mundo de la comunicación, la política o la universidad. Pretendemos convertirnos en un punto de reunión de las decenas de valiosas iniciativas que se están llevando a cabo en toda Europa, de modo que puedan compartir información, conocimiento y buenas prácticas. Además, trabajo para lograr que la Unión Europea se dote de programas y herramientas contra la radicalización inspirados en los mejores ejemplos locales, algunos de los cuales se encuentran en España.

Los recientes atentados de Barcelona y Cambrils han despertado de nuevo el interés en los procesos de radicalización. Todavía se está investigando la implicación del imán de Ripoll, pero ya se supone que fue el agente radicalizador imprescindible para crear la célula terrorista que ha matado a quince personas. Me parece positivo, por supuesto, que nos preguntemos por los procesos de radicalización. Sin embargo, me preocupa que estos procesos no se entiendan adecuadamente, algo que por desgracia resulta evidente en algunos enfoques.

placeholder Mohamed Houli Chemlal, natural de Melilla, herido grave tras la explosión en la vivienda de Alcanar en Tarragona, detenido en relación con los atentados. (EFE)
Mohamed Houli Chemlal, natural de Melilla, herido grave tras la explosión en la vivienda de Alcanar en Tarragona, detenido en relación con los atentados. (EFE)

Parece que la conclusión que algunos sacan de los procesos de radicalización es que los terroristas terminan siendo, de algún modo, víctimas. "Les hemos fallado", se dicen, sin que quede del todo claro de quién es el fallo. Algunos responsabilizan a la sociedad; otros, al Estado; algunos, al capitalismo. Este punto de vista me parece inaceptable, porque los yihadistas muertos terminan siendo las primeras víctimas y, si se me apura, víctimas de primera frente a los muertos en los atentados, que solo tuvieron la mala suerte de pasar por allí.

Algún titular periodístico afirmaba que el imán de Ripoll había radicalizado a los integrantes del grupo terrorista. Así dicho, pareciera que la voluntad de los jóvenes no tuvo nada que ver, que simplemente quedaron hipnotizados o abducidos por el reclutador. Tal vez solo sea cuestión de tiempo que alguien averigüe quién radicalizó al imán, y quién radicalizó al que lo radicalizó. Con esta perspectiva, la responsabilidad se diluye en el tiempo hasta que la perdemos de vista. Y el natural rechazo a la ausencia de causas nos lleva a llenar el vacío con aquello que menos nos gusta.

Una de las empresas más frustrantes que podemos acometer es la de investigar por qué un ser humano hace lo que hace. ¿Hasta qué punto sus decisiones son libres o están condicionados por su origen social o familiar? ¿Cómo influyen las circunstancias particulares? Como es lógico, estos días los medios miran a los terroristas de Barcelona y Cambrils: ellos dieron el paso. En cambio, nada sabemos de quienes no lo dieron. ¿O vamos a suponer que el imán radicalizador era infalible? No parece probable. Sin duda, pasaron junto a él otros jóvenes de orígenes sociales parecidos a los de los terroristas que no cayeron bajo su influencia. No lo olvidemos: incluso en el barrio de Europa mejor abonado para la radicalización, los que no se convierten en terroristas son una inmensa mayoría.

Cuando el trabajo de inteligencia funciona, el éxito se puede medir en personas detenidas. Cuando la prevención funciona, no llega a haber detenidos

La prevención de la radicalización no debe ser un atajo moral ni la excusa para la equidistancia. En mi opinión, es un pilar de la lucha contra el terrorismo. Expertos de todo el mundo tratan de comprender cómo determinados individuos dan el paso de convertirse en terroristas. Ya se conocen muchos patrones sociales, familiares y psicológicos, no solo de posibles nuevos adeptos, sino también de reclutadores y agentes radicalizadores.

Pero comprender no significa trasladar la responsabilidad. Los que trabajamos contra la radicalización debemos cuidarnos mucho de victimizar al terrorista. No se trata de moralizar, sino de prevenir. Es una tarea que trabaja sobre un terreno social difícil y que trata de construir redes comunitarias, pero es ante todo un trabajo de seguridad, como lo es también la labor de inteligencia, la policial, la militar y hasta la política exterior. El objetivo es mantener seguro al conjunto de los ciudadanos. Es paradójico: cuando el trabajo de inteligencia funciona, el éxito se puede medir (hasta cierto punto) en personas detenidas. Cuando la prevención funciona, no llega a haber detenidos ni atentados frustrados. Algunos pueden llegar a creer que, por tanto, es posible erradicar el mal de la sociedad: si hay atentados, se debe a que no hacemos lo suficiente contra sus causas sociales.

placeholder Flores y velas en memoria de las vícitimas de las Ramblas. (Reuters)
Flores y velas en memoria de las vícitimas de las Ramblas. (Reuters)

Yo temo que esto no es así. Podemos neutralizar el mal, limitarlo y, en el mejor de los casos, reducirlo. Veamos el caso de ETA: es difícil afirmar que el mal ha sido erradicado del País Vasco, basta ver determinadas actitudes de exaltación del terrorismo. En cambio, sí podemos afirmar que los vascos no nacionalistas están hoy más seguros. Técnicamente, el caso del moderno terrorismo yihadista es más complejo: está menos centralizado geográfica y jerárquicamente. Con todo, hay muchas cosas que se pueden hacer.

En España tenemos la suerte de contar con el Real Instituto Elcano. Si leen sus trabajos, comprobarán que, aparte del amplio conocimiento, muestran siempre un enfoque impecable. Son profesionales y procuran evitar los juicios morales. Trabajan para mantenernos seguros, como hacen tantos policías y militares.

Comprendo que la perspectiva técnica se nos queda corta cuando sentimos el dolor y el miedo, naturales después de un atentado. No pretendo sugerir que debamos acallar nuestras emociones. Lo que pido es que las canalicemos adecuadamente: la compasión, para las víctimas; el desprecio, para los asesinos.

Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).

Hace tiempo que dedico buena parte de mi trabajo como eurodiputada a la prevención, detección y desactivación de los procesos de radicalización. En particular, me preocupa el papel que las familias pueden desempeñar a la hora de identificar y evitar que uno de sus miembros se convierta en terrorista. Investigando al respecto, descubrí que las mujeres (sobre todo las madres, pero también las hermanas y novias) pueden ser agentes clave en esta lucha temprana contra el yihadista.

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