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El tercer otoño del PSOE en Cataluña
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Isidoro Tapia

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El tercer otoño del PSOE en Cataluña

El partido todavía saborea el impulso electoral que apuntó el CIS de julio pero podría, por tercera vez, enterrar sus ilusiones en el 'otoño catalán' que ya afectó antes a Zapatero y al propio Sánchez

Foto: El líder del PSC, Miquel Iceta, junto al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
El líder del PSC, Miquel Iceta, junto al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)

El Partido Demócrata tuvo su 'verano del odio' en 1968 ('summer of hate'). Diez años después, el Partido Laboralista británico vivió su 'invierno del descontento' ('winter of discontent'). En España, la estación maldita para los socialistas es el 'otoño catalán'. Por tercera vez en pocos años, el PSOE se dispone a arruinar sus expectativas electorales como consecuencia de la actualidad política en Cataluña. La primera, aunque inconclusa, fue a finales de 2003. La segunda, en el otoño de 2015, birló a Pedro Sánchez las llaves de la Moncloa. Estamos en los prolegómenos de la tercera.

Como la memoria es traicionera, utilizaré como brújula la media de las encuestas electorales. Retrocedamos a 2003. El Gobierno de Aznar había vivido su 'annus horribilis' en el curso político anterior (Prestige, Guerra de Irak, enlace Agag & Aznar), pero obtuvo unos buenos resultados en las municipales de mayo. Por primera vez, el PSOE de Zapatero (que durante unos meses había liderado las encuestas) retrocede, situándose 5 puntos por debajo del PP, su peor registro desde finales de 2000. Pero los socialistas aguantan el golpe: la designación de Rajoy como sucesor de Aznar, a finales de agosto, apenas se refleja en las encuestas y a la vuelta del verano, el PSOE recorta distancias, situándose a entre 3 y 4 puntos del PP, rozando el empate técnico.

placeholder El expresidente del Gobierno, José María Aznar, en 2003, junto a su homólogo británico, Tony Blair, y estadounidense, George Bush, en Las Azores. (EFE)
El expresidente del Gobierno, José María Aznar, en 2003, junto a su homólogo británico, Tony Blair, y estadounidense, George Bush, en Las Azores. (EFE)

Match-ball salvado, piensan los socialistas, con la mirada en las generales previstas para marzo. Pero entonces irrumpe Cataluña: a finales de noviembre hay elecciones autonómicas. Ante la perspectiva de finiquitar veinte años de hegemonía nacionalista, Zapatero envida a la grande: en el mitin central, promete apoyar la reforma del Estatuto que apruebe el Parlament. Tras las elecciones, los socialistas forman gobierno con un partido independentista –ERC-, abriendo una vía de agua contra la que Aznar carga sin piedad. El PSOE retrocede.

Y entonces llega la estocada final: el vicepresidente catalán, Carod-Rovira, se reúne en secreto con la cúpula de ETA. Las costuras entre el PSOE y el PSC se tensan hasta el límite, y están mucho más cerca de romperse que durante los recientes aguaceros. A finales de enero, el PSOE se ha derrumbado en las encuestas, situándose ocho puntos por debajo del PP.

Tras las elecciones catalanas, los socialistas forman gobierno con ERC, abriendo una vía de agua contra la que Aznar carga sin piedad

La historia tendría un giro final: Zapatero hizo una campaña solvente, y el 11M y su desastrosa gestión por el Gobierno de Aznar provocaron un vuelco electoral. Lo que nos hizo olvidar que el otoño catalán había estado en un tris de cerrarle a Zapatero las puertas de la Moncloa.

Rebobinemos hacia adelante, hasta septiembre de 2015. El PSOE de Pedro Sánchez se ha consolidado en segunda posición en las encuestas, a entre 2 y 3 puntos del PP, sacudiéndose la sombra de Podemos (que lo había adelantado durante el curso político previo). Incluso es posible que, sin ganar las elecciones, los socialistas puedan formar gobierno, porque Sánchez ha cultivado la transversalidad con los nuevos partidos. Sin embargo, entre septiembre y noviembre el PSOE desciende casi cinco puntos (desde el 25% hasta poco más del 20%). ¿Qué pasa entre medias?

placeholder El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)

A finales de septiembre se celebran elecciones en Cataluña, unos comicios plebiscitarios que además arrojan un resultado endiablado, lo que hace que la actualidad catalana siga copando titulares durante los meses siguientes. Imposible decirlo con certeza, pero sin la sombra del 'procés' durante aquel otoño, es probable que Sánchez hubiese rebasado los 100 diputados, una cifra suficiente para formar gobierno.

El paralelismo es demasiado tentador: el “nuevo” PSOE, el mismo que todavía saborea el impulso electoral que apuntó el CIS de julio y han confirmado las encuestas más recientes, podría, por tercera vez, enterrar sus ilusiones en el “otoño catalán” ¿Por qué esta maldición catalana para el PSOE?

La complicada relación de los españoles con el sentimiento nacional adquiere tintes esquizofrénicos entre los votantes socialistas

Decía Zapatero que el PSOE era el partido que más se parecía a España. Seguramente es así, tanto para lo bueno como para lo malo. Un ejemplo es que la complicada relación de los españoles con el sentimiento nacional adquiere tintes esquizofrénicos entre los votantes socialistas. El 40% de los votantes catalanes del PSOE se muestra partidario de un “estado en el que las CCAA tengan mayor autonomía” y un 5% de que “las CCAA puedan convertirse en estados independientes”. En el País Vasco son el 25% y el 3% respectivamente, y en Andalucía del 10% y el 1%. Es decir, que el votante socialista es nacionalista en Cataluña, algo menos en el País Vasco, y casi nada en Andalucía. ¿Complejo, verdad?

El problema es que el PSOE no ha hecho sino echar gasolina al fuego. Durante los últimos años, mientras los socialistas buscaban un espacio político en Cataluña, lo desdibujaban en el resto de España. Como si se tratase de una manta que, por ser demasiado corta, cuando cubre el cuello no llega a los pies, y viceversa. Y así, mientras se tapaba y destapaba, el PSOE ha confundido por completo a sus propios votantes. Basta un ejemplo: cuando se pregunta a los votantes del PSC donde se sitúan en una escala del 1 (mínimo nacionalismo catalán) a 10 (máximo), responden que en el 3.39. Cuando se les pide que sitúen a las distintas fuerzas políticas, ubican más cerca de sí mismos a Ciudadanos (2.67) o a Podemos (3.99) que al propio PSC (4.13).

Foto: Pedro Sánchez, el pasado 18 de junio, durante la clausura del 39º Congreso del PSOE que aprobó la España "plurinacional". (EFE)

Resistamos por un momento la tentación de la analogía para responder a dos preguntas: ¿es el PSOE el mismo partido que en 2004 o, al ser un partido diferente, cabe esperar una respuesta distinta de sus votantes? Y, en segundo lugar: aun admitiendo que el conflicto catalán pasará factura al PSOE, ¿podría castigar aún más a Podemos?

El PSOE actual, en efecto, se parece muy poco al de 2004. Entonces tenía una base electoral de 11 millones, el actual de apenas la mitad, 5.5. Pero no solo es un partido más pequeño, el PSOE también es ahora distinto: su votante tipo tiene casi diez años más de edad que en 2004 (55 a 45) y su apoyo está mucho más concentrado en las comunidades autónomas con menos sentimiento nacionalista. A fuerza de perder las capas de votantes más nacionalistas, el PSOE de hoy –mejor dicho, sus votantes– es un partido que, en el aspecto territorial, se parece mucho al PP. El CIS postelectoral de 2016 preguntó a los votantes donde se situarían en una escala de 1 (mínimo nacionalismo) a 10 (máximo). Los votantes del PP se situaron en el 3.29 y los del PSOE en el 3.45 (prácticamente al lado); los de Podemos en el 5.05.

El PSOE no solo es un partido más pequeño, sino que también es ahora distinto: su votante tipo tiene casi diez años más de edad que en 2004

Esta es la gran contradicción: el PSOE actual tiene la base electoral menos nacionalista de su historia, pero, en cambio, el equipo dirigente que más lejos ha ido en su defensa de los nacionalismos periféricos, al defender abiertamente la plurinacionalidad de España, la ya famosa “nación de naciones”.

Algunos dirán que la estrategia del “nuevo” PSOE se explica porque su objetivo no es defensivo (proteger a sus votantes actuales), sino que ha pasado al ataque (recuperar a los que se fueron). Pero este argumento tiene varias debilidades:

  1. Las encuestas señalan que los votantes que se fueron del PSOE a Podemos no lo hicieron por la política territorial socialista, sino por la económica. Es por ello dudoso que la “nación de naciones” los traiga de vuelta al hogar socialista.
  2. Los votantes socialistas no solo se marcharon a Podemos, sino también a Ciudadanos (según mis cálculos, aproximadamente el 60% a Podemos y el 35% a Ciudadanos); y curiosamente los votantes de Ciudadanos son los menos nacionalistas del espectro (según el CIS, se sitúan en el 2.93, por debajo incluso del PP).
  3. Así que, la “nación de naciones” puede ser inocua para los votantes de Podemos, pero provoca urticaria entre los Ciudadanos. Casi garantiza que ninguno de ellos vuelva a las filas socialistas.

Lo que enlaza con la segunda pregunta: ¿podría suceder que el conflicto catalán fuese incluso más dañino para Podemos y que beneficiase al PSOE por una simple cuestión de vasos comunicantes dentro de la izquierda?

No son pocas las contradicciones internas de Podemos en Cataluña: el juego a varias bandas de Ada Colau es un peligroso ejercicio, propio de funambulistas, que podría acabar en tragedia. Igualmente, el narcisismo de Pablo Iglesias es un mal compañero de viaje en momentos de crisis, porque conduce a la sobreactuación, aunque debe reconocerse que hasta ahora ha mantenido una férrea y callada disciplina: Iglesias, como el resto de líderes nacionales de Podemos, apenas habla del debate catalán (para ser precisos, solo lo hace en cenáculos privados) dejando que sean los líderes periféricos (Colau o Domènech) los que ejerzan de portavoces. En cambio, sobre el mismo tema, los líderes nacionales del PSOE (Ábalos, Lastra, Narbona o el propio Sánchez) no callan, como hemos visto este verano.

placeholder El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Podemos no solo aventaja al PSOE en la comunicación; hay una segunda razón que sugiere que los morados sobrevivirán mejor que los socialistas el desafío independentista. Supongamos que, por cualquier combinación de acontecimientos, el huracán catalán se acaba convirtiendo en tormenta (casi mejor no preguntarse por el escenario opuesto, en el que la sangre llega al rio). ¿Qué partido, PSOE o Podemos, está en mejores condiciones de sacar tajada electoral de una eventual “primavera” catalana? La respuesta es que, objetivamente, Podemos.

En primer lugar, por una cuestión de poder: no solo gobierna Barcelona, sino que cuando haya elecciones en Cataluña (más pronto que tarde), Podemos tendrá probablemente la llave del gobierno, mientras los socialistas estarán relegados a un papel residual. Y, en segundo lugar, por mucho que asombre del Ebro para abajo (y me incluyo a mí mismo entre los muy sorprendidos), lo cierto es que después de muchos años de cocción nacionalista, la postura territorial de Podemos es, a día de hoy, la que mejor representa el centro político en Cataluña, no la de los socialistas.

La postura territorial de Podemos, que seguramente tendrá la llave del gobierno catalán, es la que mejor representa el centro político en la comunidad

Así que esta es la encrucijada socialista es así de simple: si se separa un milímetro del Gobierno en su respuesta al desafío independentista, corre el riesgo de sufrir una hemorragia entre sus propios votantes, sin por ello atraer a los de Podemos; si, por el contrario, se mantiene firme en su apoyo al Gobierno, podría enajenar la simpatía que había despertado entre los votantes morados el discurso anti-establishment de Pedro Sánchez durante las primarias internas.

El resultado del 'summer of hate' fue alejar al Partido Demócrata en EE.UU. de la Casa Blanca durante 20 de los siguiente 24 años. Al 'winter of discontent' le siguió una travesía por el desierto de 18 años de oposición para los laboristas británicos. Los socialistas españoles se pueden consolar en que los ciclos políticos son ahora más cortos. Pero lo cierto es que, con este, ya han recibido tres avisos otoñales en Cataluña. Puede que el último sea el definitivo.

*Isidoro Tapia es economista y MBA por Wharton.

El Partido Demócrata tuvo su 'verano del odio' en 1968 ('summer of hate'). Diez años después, el Partido Laboralista británico vivió su 'invierno del descontento' ('winter of discontent'). En España, la estación maldita para los socialistas es el 'otoño catalán'. Por tercera vez en pocos años, el PSOE se dispone a arruinar sus expectativas electorales como consecuencia de la actualidad política en Cataluña. La primera, aunque inconclusa, fue a finales de 2003. La segunda, en el otoño de 2015, birló a Pedro Sánchez las llaves de la Moncloa. Estamos en los prolegómenos de la tercera.

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