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José Gefaell

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Tiempo de unidad

Lo que toca ahora es que todos los responsables de los partidos políticos colaboren en la aplicación de cualquier medida necesaria para evitar que estalle la bomba política el 1 de octubre

Foto: Foto: EFE.
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Este es un momento fatídico en la historia de nuestra democracia. Desde la Transición, España ha vivido elecciones conflictivas y grandes divisiones, pero este aumento del extremismo en la política secesionista y en general en la política, que se aprovecha del temor de la gente, de la incertidumbre y miedo que genera un mundo que cambia más rápido de lo que podemos digerir, no lo habíamos vivido nunca.

Con seguridad, hasta los separatistas que sean verdaderos demócratas, al ver todo lo que está ocurriendo este mes de septiembre, estarán pensando lo mismo que pensó aquel hombre que estaba sentado en la cubierta del 'Titanic' con un vaso de whisky en la mano: "Sé que había pedido hielo... pero esto es ridículo".

Algunos hemos opinado que el problema catalán, que es también el problema español, debería haber sido resuelto por la vía democrática y política, haciendo un referéndum constitucional en Cataluña y en toda España. El cambio constitucional que ahora parece que muchos propugnan como posible solución, a la postre tendría que ser votado en un referéndum constitucional en toda España (¿o alguien pretende cambiar radicalmente el modelo de Estado sin preguntar a los españoles?).

También un cambio profundo en el sistema de financiación autonómica, como propone Carlos Sánchez en El Confidencial, que implícitamente ampliaría a Cataluña la Disposición Adicional Primera de la Constitución o, de extenderse a todas las comunidades, asemejaría España a una federación de estados (los Estados Unidos de España —su acrónimo parece pretencioso: EUE o USS—), convendría consultarlo con todos los españoles, porque podría poner en peligro el principio de solidaridad entre las comunidades autónomas, amparado por la propia Constitución en su artículo 2. Si al final lo que propugnan unos y otros necesita de algún modo un referéndum constitucional en toda España, ¿por qué no se ha hecho o propuesto antes?

Los distintos gobiernos hicieron dejación de sus responsabilidades y los separatistas incumplieron una y otra vez las leyes

Durante la Transición y durante muchas legislaturas, fue evidente el 'reinicio' del problema catalán. Aquellos fueron los tiempos de haber hecho cumplir la ley o de plantear seriamente algún cambio constitucional que diera solución a los problemas. Pero los distintos gobiernos hicieron dejación de sus responsabilidades y los separatistas incumplieron una y otra vez las leyes. Por ello, en los últimos años y meses, frente al desafío secesionista no quedaba más remedio que buscar una salida democrática, negociando dentro de la legalidad con los separatistas catalanes en el Parlamento español un referéndum constitucional.

Así como los distintos gobiernos de España dejaron pasar la oportunidad de haber hecho cumplir la ley en el inicio (más habría valido una vez rojo que ciento gualda), o de negociar decididamente los cambios constitucionales necesarios para mejorar el modelo de Estado, el pasado 6 de septiembre se acabó el tiempo de la negociación política para plantear una solución política como la realización de un referéndum constitucional en toda España. Desde el 6 de septiembre hasta el 1 de octubre estamos en una situación extrema a la que nunca deberíamos haber llegado. Ningún gobernante debería haber permitido que se llegara a una situación como esta.

Desde el 6 de septiembre hasta el 1 de octubre, estamos en una situación extrema a la que nunca deberíamos haber llegado

Al inicio del año 2012, varias comunidades autónomas, entre ellas Cataluña, estaban a punto de hacer 'default' y tuvieron que ser rescatadas con fondos de crédito del Estado gestionados por el ICO, y a tipos subvencionados por el Tesoro. A 30 de junio de 2017, el saldo vivo de dichos fondos de crédito es de 157.000 millones de euros, de los cuales Cataluña ha necesitado 52.500 millones, el 33,4% del total, de lejos la comunidad autónoma que más apoyo ha recibido de esos fondos, mucho más de lo que le correspondería por su peso en el PIB nacional, que es el 19%. Además de evitar el 'default' y de pagar a sus proveedores, desde 2012 estos fondos han ahorrado a Cataluña el elevadísimo coste en intereses que debería haber pagado de no haber sido España (el 'rating' de Cataluña por S&P es de B+ y por Moody’s, de Ba3 con perspectiva negativa, nivel de 'altamente especulativo' o equivalente). Es justo por tanto decir que, cuando ha sido necesario, el resto de España ha devuelto a Cataluña la solidaridad que esta ha mostrado durante años con las comunidades menos ricas.

Plantear como solución a la grave situación actual un cambio constitucional o cualquier otra solución que ya no será posible antes del 1 de octubre es como la respuesta que obtuvo aquel turista que estaba perdido en una carretera secundaria y bajando la ventanilla le pregunta a un campesino: “Por favor, ¿sabe usted por dónde se va a Barcelona?”. Y el campesino le contesta: “Yo no saldría desde aquí”.

Yo tampoco habría dejado que llegaran las cosas hasta el 6 de septiembre, pero es donde estamos. Se habrían podido hacer muchas cosas, pero ahora lo único que se puede hacer es hacer cumplir la ley de una vez. Los españoles ya tendrán tiempo a partir del 2 de octubre de juzgar electoralmente a los políticos de todas las partes, tanto a los que han promovido la situación actual como a aquellos que, por inacción o incomparecencia durante muchas, muchas legislaturas, han dejado que las cosas lleguen hasta este extremo.

Hasta el 1-O, la única respuesta 'proporcional' que se puede dar a los separatistas catalanes no democráticos es la de la 'defensa propia'

Desde el 6 de septiembre hasta el 1 de octubre, la única respuesta 'proporcional' que se puede dar a los separatistas catalanes no democráticos es la de la 'defensa propia', el imperativo de nuestra supervivencia como España, la salvaguarda de nuestras reglas, de la Constitución, que es en última instancia lo que nos une como país. Ahora es el momento de la unidad de los demócratas. Lo que toca ahora es que todos los responsables de los partidos políticos colaboren en la aplicación de cualquier medida necesaria para evitar que estalle la bomba política el 1 de octubre. Eso es lo único importante ahora. Y cada día que se desperdicia, aumenta el riesgo de conflagración.

Después del 2 de octubre será el tiempo de retomar la senda del diálogo constructivo, propositivo, no reactivo, siempre dentro de la ley, que nunca debió descartarse antes del 6 de septiembre. Como en cualquier negociación, la parte más fuerte (el Gobierno) deberá tomar la iniciativa de las propuestas. Porque cuando en una disputa el más fuerte se mantiene callado, el mensaje claro que transmite es que considera que no hay nada de que hablar y no le importa pelear.

Esta sociedad actual parece que admira el yo y desprecia el nosotros. En el pasado, las sociedades veneraban a Dios, a la propia nación o incluso a ídolos. Pero siempre veneraban algo externo al yo. Ahora veneramos por encima de todo el yo, lo mío, lo propio. El selfi.

Después del 2-O, será el tiempo de retomar la senda del diálogo constructivo, siempre dentro de la ley, que no debió descartarse antes del 6 de septiembre

No obstante, biológicamente somos ante todo animales sociales. Ninguna especie tiene nuestra capacidad de colaboración, incluso entre extraños. Esta colaboración hipersocial es una característica completamente distintiva de nuestra especie humana. Hemos pasado toda nuestra historia evolutiva en grupos cada vez mayores. Necesitamos la interacción cara a cara para desarrollar la confianza y la lealtad, que es nuestra manera de colaborar para proteger y hacer avanzar a nuestras sociedades. Aquella sociedad en la que hay excesivos 'yoes' y pocos 'nosotros' son extremadamente vulnerables. Sus individuos puede que vivan juntos y estén extremadamente conectados, pero viven solos y atemorizados. Por el contrario, las sociedades donde prevalece el 'nosotros' protegen y cuidan mucho mejor el futuro de cada 'yo' mediante las normas acordadas. La ley las hace más libres.

Las personas diferentes, las que no se nos parecen, son las que nos hacen crecer como 'nosotros'. Si solo nos rodeamos de personas con nuestras mismas opiniones, la sociedad, el nosotros, se convierte en un yo solitario y extremista. Necesitamos renovar nuestra relación cara a cara con aquellas personas que piensan distinto, especialmente si son nuestros conciudadanos. En este caso, con los separatistas catalanes (siempre que estos sean democráticos). Necesitamos hacerlo para darnos cuenta de que podemos estar en total desacuerdo y aun así colaborar. Aprenderemos entonces que las personas que no son como nosotros son solo personas… como nosotros. Cada vez que tendemos la mano para colaborar con alguien que es de distinta raza, credo o, en este caso, opinión política (dentro de la ley), sellamos poco a poco las fracturas de esta sociedad moderna herida por el selfi.

Las sociedades donde prevalece el 'nosotros' cuidan mucho mejor el futuro de cada 'yo' mediante las normas acordadas. La ley las hace más libres

En España, y en gran parte de Europa, hemos dejado que nuestro principal activo, nuestra identidad, se debilite. Porque hemos dejado de contar nuestra historia, el relato de quiénes somos y por qué somos así. Las familias, los grupos y las naciones que conocen sus normas y su historia, y conforman con ello un relato que transmiten permanentemente a sus miembros, nunca pierden su identidad. Cuando una sociedad conoce y cuenta su historia, su identidad se fortalece. Puede así dar la bienvenida al extranjero o al diferente sin problemas. Pero si un país deja de respetar sus leyes y contar su historia, si no tiene un relato que transmitir de generación en generación, su identidad se debilita. Los ciudadanos empiezan entonces a sentirse excesivamente individuales, desprotegidos, amenazados por los inmigrantes y extranjeros, y hasta por los que piensan diferente dentro de su propio grupo.

En España, colectivamente, tenemos que volver a construir nuestro relato, a contar nuestra historia, quiénes somos, de dónde vienen y cuáles son nuestras reglas y los ideales por los que queremos que esta gran nación exista. España debe aprovechar este problema catalán para fortalecer su importante identidad histórica, lo suficiente como para dar la bienvenida a cualquier nueva idea, a cualquier nueva discusión política, para abordar sin prejuicios ni miedos si verdaderamente existe una “injusta España radial centrípeta”, como piensan muchos catalanes, también no secesionistas, y, en su caso, qué se puede hacer democráticamente al respecto. Porque nuestra identidad no cambiará. España seguirá teniendo una identidad histórica fuerte, pero todavía más.

Quien salvará a la nación de nosotros mismos somos nosotros juntos. No ningún líder carismático o pensamiento mágico, sino nosotros el pueblo

Las tres primeras palabras de la constitución estadounidense —“We the people…” (Nosotros el pueblo…)— son una poderosa fórmula para describir que en una nación todos compartimos la responsabilidad por nuestro futuro colectivo, que quien salvará a la nación de… nosotros mismos somos todos nosotros juntos. No ningún líder carismático o ningún pensamiento mágico, sino nosotros el pueblo. Por eso, una nación tiene identidad cuando nosotros el pueblo conocemos su historia, es fuerte cuando nosotros el pueblo se ocupa de los débiles, es rica cuando nosotros el pueblo se ocupa de los pobres, es invulnerable cuando nosotros el pueblo se ocupa de los vulnerables, está unida cuando nosotros el pueblo resuelve sus disputas democráticamente. Incluso con los separatistas.

Este es un momento fatídico en la historia de nuestra democracia. Desde la Transición, España ha vivido elecciones conflictivas y grandes divisiones, pero este aumento del extremismo en la política secesionista y en general en la política, que se aprovecha del temor de la gente, de la incertidumbre y miedo que genera un mundo que cambia más rápido de lo que podemos digerir, no lo habíamos vivido nunca.