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Íberos 1 – sequía 0: ¿la única solución es esperar la venida de la lluvia?
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Íberos 1 – sequía 0: ¿la única solución es esperar la venida de la lluvia?

Hace cuatro milenios, en La Mancha y en Campo de Montiel, optaron por hacer lo que siempre habían hecho para intentar solucionar la escasez de agua: observar lo natural

Foto: Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel. (EFE)
Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel. (EFE)

Es probable que algunos de los lectores conozcan que hace cuatro milenios, en plena Edad del Bronce, los pobladores íberos de La Mancha y de Campo de Montiel quedaron sometidos a unas condiciones de aridez (léase sequía) extremas que duraron decenas de decenios1. Es más, algunos investigadores argumentan que estas se prolongaron durante seis siglos y que, además, no solo ocurrieron en este territorio castellano-manchego sino que tuvieron una repercusión mucho más 'global', alcanzando los territorios egipcio y mesopotámico, indio e, incluso, americano, y propiciaron desenlaces drásticos o, 'simplemente', las etapas finales de civilizaciones milenarias…

Debió ocurrir entonces, pues, un caos en los condicionantes de la cotidianidad socio-económica de aquellos agricultores y pastores manchegos y montieleños: ¡faltaba el agua porque faltaba la lluvia! Aclaro —ante la actuación posible de la demagogia habitual— que no había entonces, tal y como ocurre en la actualidad, un cambio climático provocado por el hombre y sus quehaceres industriales, pero que, sin duda, los entornos singulares y conocidísimos hoy de las Tablas de Daimiel, de las Lagunas de Ruidera o del resto de la Reserva de la Biosfera de La Mancha Húmeda estaban, simplemente, secos, extenuados, agotados.

Y ante este 'imperativo natural' que les sobrevino, aquellos hombres y mujeres tuvieron que actuar, y actuaron. Y si en Egipto y en Mesopotamia tal vez se concluían dinastías poderosas, en La Mancha y en Campo de Montiel optaron por hacer lo que siempre habían hecho para intentar solucionar la escasez (también el exceso…) de agua: observar lo natural. Claro, ausente el agua superficial en los cauces fluviales por la escasez de lluvia, por la sequía extrema, aquellos pobladores comprendieron que habrían de hallar el recurso preciado bajo tierra: ¿acaso no observaban allí, en su territorio, cómo el agua de lluvia ora se infiltraba, ora manaba de la roca?

Ausente el agua superficial en los cauces fluviales por la escasez de lluvia, comprendieron que habrían de hallar el recurso preciado bajo tierra

Y así, hace más de 4.000 años, en La Mancha y en Campo de Montiel comenzó a horadarse el suelo, comenzó a interpretarse el subsuelo para algo 'más' que la obtención de recursos mineros metálicos y constructivos: ¡surgieron o tal vez se afianzaron los dragomanes del agua en su sentido completo: en el sentido del ciclo hidrológico completo! Y así, el resultado inmediato fue la ejecución de las 'motillas', de muchas motillas (al menos 32), construcciones estas que suponían —según proponen los expertos— fortalezas simbólicas ubicadas estratégicamente allá por aquellos dragomanes mencionados, y sustentadas en una captación de aguas subterráneas en su interior (un pozo, vaya…), alrededor de las cuales debieron disponerse construcciones menores: gérmenes de asentamientos futuros que, aún hoy, algunos, perduran. Por lo tanto, las motillas fueron la solución de aquellos pobladores íberos de la Edad del Bronce a la sequía extrema.

Y, así introducido el asunto, ¿qué ocurre hoy? Pues que al igual que entonces, los ciclos secos alternan con los húmedos en la península Ibérica. Pero ¿qué diferencia a los pueblos íberos, celtíberos, celtas, etc. de los hispanos actuales? Pues al menos dos realidades incontestables, a mi juicio: 1) la realidad de un cambio climático global; y 2) la desconsideración de las capacidades observadoras del hombre y de la mujer para enfrentarse a este problema natural de los ciclos secos y sus sequías.

Foto: El Guadiana bajo el puente que conecta España con Portugal, el 22 de noviembre. (Nuno Veiga / EFE)
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El hombre de la Edad del Bronce asimilaba, como he dicho, el ciclo hidrológico, lo comprendía a su modo, se integraba en este y, simplemente, intentaba vivir en este, tanto en épocas de carestía de agua como en épocas de abundancia de agua fluvial. En la actualidad, esto no es así. Y esto ocurre aun a pesar de disponer de unas herramientas técnicas y legales teóricamente adecuadas: los planes hidrológicos de cuenca o de demarcaciones hídricas o PHDH. ¿Y por qué los PHDH no son capaces de resolver esta realidad actual gravísima de la sequía en España? Pues porque indican una manera administrativa de proceder que —continuando con la introducción hecha— ante la ausencia de agua en los cauces fluviales por la pertinaz sequía y la ausencia de lluvia solo contemplaría —obligaría…— movilizar al pueblo íbero hacia lugares idílicamente mejores, más benignos, de más agua superficial… Nada, pues, de dragomanes, nada pues de ciclo hidrológico en su sentido estricto, nada pues de intentar comprender cómo es el medio físico por el cual fluye, se regula, se almacena el agua quijotesca que cuando gusta mana y cuando gusta se esconde en la reserva de la biosfera…

¿Por qué los PHDH no son capaces de resolver esta realidad actual gravísima de la sequía en España?

No es este texto el contexto más adecuado para una explicación larga y tediosa de ejemplos (que los hay en abundancia) de dónde la planificación oficial2 —estos PHDH— deja de tener en cuenta al medio físico real, pero sí es este un contexto adecuado para proponer al lector que cualquier solución para un desarrollo socio-económico sostenible nacional solo puede pasar por considerar en su justa medida a este medio físico real. Aquellos celtas, celtíberos e íberos no conocían los conceptos actuales de geología y de hidrogeología (básicos, vitales, obligatorios, imprescindibles, etc., para caracterizar cualitativa y cuantitativamente a ese medio físico en el que se regula el agua de lluvia), pero sí sabían que, para que su modo de vida sobreviviera, habían de tener en cuenta una idea semejante a la de un balance hídrico, a la de una capacidad de regulación de agua no anual o bi-anual o tri-anual sino mayor: supra-anual, etc. Y para ello no había mejor 'universidad' que la realidad natural observable a diario.

Foto: Un hombre pesca en el raquítico embalse de Guadalteba (Málaga). (Reuters)

Debe conocerse y divulgarse que existen argumentos técnicos y científicos (geológicos e hidrogeológicos) de partida suficientes para afrontar el problema de la sequía —y del cambio climático— de manera correcta, que existen ya las herramientas de gestión administrativa más adecuadas para hacer esto —los PHDH—, empero, lo que desde hace, al menos, 25 años de labor profesional consultora compruebo es que no existe la voluntad política de hacerlo. En definitiva, se gestiona administrativamente el recurso hídrico del medio físico desconsiderando —por mucho empeño que pongan la Administración y otros en negarlo— al medio físico: ¡se conoce poco (aun siendo suficiente como punto de partida) del medio físico que regula agua, y lo que se conoce no se valora o considera de manera correcta en los PHDH!

Ahora, ante esta sequía persistente, no queda más remedio que considerar la Historia ibérica: las fuentes clásicas que basaban mucho en la observación de lo natural. De este modo, conociendo mejor el medio físico, cubicando correctamente las posibilidades de almacenamiento de recursos hídricos, valorando en su justa medida las posibilidades supra-anuales de regulación de agua subterránea, logrando, en definitiva, un balance hídrico mucho más correcto que el que figura en aquellos PHDH, podrá enfrentarse mucho mejor la sequía y no confiar solo en la venida del agua de lluvia. En 'dos palabras': gestión sostenible.

*Pedro Rincón Calero, doctor en Ciencias Geológicas.

1 "Aportaciones hidrogeológicas al estudio arqueológico de los orígenes de la Edad del Bronce de La Mancha" (Benítez de Lugo Enrich, L. et al., 2014; en 'Trabajos de Prehistoria' 71, N.º 1, enero-junio 2014, pp. 76-94).

2 La Administración de 'ahora' y de 'antes', aclaro de nuevo, ante la actuación posible de la demagogia habitual.

Es probable que algunos de los lectores conozcan que hace cuatro milenios, en plena Edad del Bronce, los pobladores íberos de La Mancha y de Campo de Montiel quedaron sometidos a unas condiciones de aridez (léase sequía) extremas que duraron decenas de decenios1. Es más, algunos investigadores argumentan que estas se prolongaron durante seis siglos y que, además, no solo ocurrieron en este territorio castellano-manchego sino que tuvieron una repercusión mucho más 'global', alcanzando los territorios egipcio y mesopotámico, indio e, incluso, americano, y propiciaron desenlaces drásticos o, 'simplemente', las etapas finales de civilizaciones milenarias…

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