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¿Peligra la reputación de la universidad?

En mi opinión, la reputación de la universidad no peligra, si todos los que nos dedicamos a esta institución centenaria nos ponemos manos a la obra

Foto: Estudiantes del campus de Vicálvaro de la Universidad Rey Juan Carlos, epicentro del caso Máster. (EFE)
Estudiantes del campus de Vicálvaro de la Universidad Rey Juan Carlos, epicentro del caso Máster. (EFE)

En los últimos meses hemos asistido a una lluvia de noticias sobre presuntas irregularidades de políticos de varios partidos en relación con sus títulos universitarios. Algunos han dimitido, otros han quedado 'tocados'. Y la reputación de la universidad se ha visto cuestionada. Parece una feria de vanidades: falsos méritos, síntomas de 'titulitis' aguda, pequeñas mentiras, plagios, venta de favores.

¿Peligra la reputación de la universidad española? Quizá es pronto para dar una respuesta. Pero puede ser oportuno aportar alguna reflexión.

Ante todo, conviene tomar las medidas al problema. Los rectores han recordado con razón que todo lo que se está aireando ha sucedido en un ámbito concreto y reducido, afecta a un número pequeño de académicos y no sería razonable tomar la parte por el todo. Algo parecido hemos vivido en los sectores de empresas de automoción, energía, telecomunicaciones, en instituciones religiosas, incluso entre las ONG. Por supuesto que hay comportamientos desviados, pero no sería sensato descalificar al entero sector.

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Al mismo tiempo, hemos de reconocer que pequeños problemas pueden originar grandes crisis. Se suele decir de la reputación que cuesta una vida conseguirla, pero puede perderse en un instante. El diablo está en los detalles. Por eso, no hay que sobrevalorar, pero tampoco minusvalorar, las irregularidades sucedidas en la universidad. Más bien hay que tomar nota y aplicar el remedio, sin echar balones fuera.

En algunos manuales de 'management' se enseña que "lo importante no es el problema, sino el modo de reaccionar ante el problema". Todos cometemos errores, lo verdaderamente decisivo es que acertemos en la solución.

En mi opinión, la reputación de la universidad no peligra, si todos los que nos dedicamos a esta institución centenaria nos ponemos manos a la obra. Menciono seis puntos, aunque se podrían exponer otros.

La reputación se gana y se pierde por los comportamientos personales, no por las leyes

El primero es la aceptación de la crítica y el fomento de la autocrítica. Daríamos muy mala impresión si en estas situaciones vergonzosas —y un poco cutres, la verdad—, desde las universidades reaccionáramos echando la culpa a los políticos que nos corrompen, a los medios que nos azotan, o a cualquier otra circunstancia externa. Aceptemos lo que está mal, reparemos el daño causado, pidamos perdón y pongamos los medios para que no vuelva a suceder. Cada universidad sabe muy bien lo que tiene que hacer. Esto implica asumir pacíficamente la obligación de rendir cuentas.

Una derivada de la rendición de cuentas es la transparencia. Existe incluso un 'ranking' —español, por cierto—, que mide la transparencia de las universidades y ofrece herramientas de gran utilidad. Lógicamente, la transparencia tiene que ser tanto hacia dentro como hacia fuera. De hecho un antiguo y experimentado rector ha recordado que hay que intentar acabar con los "chiringuitos" que eluden el control económico de las universidades y se convierten en cuevas de mercaderes sin escrúpulos. La transparencia obliga a contar todo lo que se hace y a hacer todo lo que se cuenta.

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Recuperar la reputación es como recobrar la salud. Es importante la actitud del enfermo, pero no se avanza sin hacer caso al médico, a los enfermeros, a la familia. La universidad ha de vivir en permanente escucha de las personas que la forman y que la rodean: alumnos y antiguos alumnos, la comunidad social en la que vive y a la que quiere servir, los empleadores de sus graduados. La apertura y la escucha resultan muy enriquecedoras y ayudan a prevenir dos peligros insidiosos que nos acechan: la endogamia y la autorreferencialidad. Es verdad que este objetivo es fácil de enunciar y difícil de practicar. Por eso hay que dotarse seriamente de las herramientas de relación y de escucha, que nos permitan avanzar hacia un modelo de organización abierta e integrada en redes.

La universidad ha de vivir en permanente escucha de las personas que la forman y que la rodean

De la autocrítica, de una cultura transparente, de la escucha de los 'stakeholders', surgen nuevas ideas y energías que ayudan a mejorar la potencia de los proyectos, la calidad de los procesos, el rigor en los controles, no porque lo impongan las leyes, sino porque nacen de la honestidad y del amor a este oficio. La reputación se gana y se pierde por los comportamientos personales, no por las leyes. Probablemente tendremos que arbitrar medidas para evitar que intereses espurios, políticos o económicos, internos o externos, influyan negativamente en el sistema. Así podremos mantener el foco, concentrar el esfuerzo en lo esencial —la calidad docente e investigadora—, apoyándonos en nuestros puntos fuertes. A veces olvidamos que estamos entre los diez mejores países del mundo por la calidad de sus universidades. Y ojalá que todas las universidades puedan ejercer sus responsabilidades con un nivel mucho mayor de autonomía, como se viene reclamando desde hace tiempo.

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La reputación de cada universidad individual no se puede separar de la reputación de la universidad como institución. Por tanto, la mejora de la reputación implica una actitud de colaboración entre las universidades. Este planteamiento colaborativo interesa también a las empresas y a los poderes públicos, que han de establecer políticas, dotar de recursos y hacer lo posible para crear sistemas universitarios sólidos, que permitan a las universidades prestar el servicio que la sociedad espera y merece. En el escenario global en que nos movemos, la colaboración ha de extenderse a universidades y redes de otros países.

Un reto fundamental de la universidad es lograr el apoyo de autoridades, empresas, opinión pública, medios de comunicación y sociedad en general. No me refiero solo a apoyo económico, que necesitamos especialmente para la investigación. Destaco sobre todo el apoyo moral, el respeto, el reconocimiento de la contribución que la universidad ha realizado, realiza y puede seguir realizando. Un país depende mucho de la salud de su sistema universitario. Pero no olvidemos un punto importante: el reconocimiento, la confianza, no se pueden exigir, solo se pueden merecer. Nos los tenemos que ganar a pulso, a base de trabajo bien hecho y de honestidad.

Un país depende mucho de la salud de su sistema universitario. Pero el reconocimiento, la confianza, no se pueden exigir, solo se pueden merecer

Llevo unos años trabajando los temas de reputación —ya muy estudiados en el ámbito de las empresas— aplicados a la universidad, intentando aprender de quienes lo tienen claro. Una conclusión a la que he llegado es que la reputación se cultiva desde dentro hacia fuera, lentamente, cuando nos preocupamos de conseguir una realidad que merezca prestigio, no una imagen que deslumbre pero sin base real.

Irónicamente, a veces pienso que quienes nos dedicamos a la universidad deberíamos volver humildemente a las aulas y cursar un máster o un doctorado en reputación, sin faltar a clases ni plagiar trabajos. Nos llevaríamos algunas sorpresas.

*Juan Manuel Mora es vicerrector de Comunicación de la Universidad de Navarra y promotor de los Congresos internacionales Building Universities Reputation.

En los últimos meses hemos asistido a una lluvia de noticias sobre presuntas irregularidades de políticos de varios partidos en relación con sus títulos universitarios. Algunos han dimitido, otros han quedado 'tocados'. Y la reputación de la universidad se ha visto cuestionada. Parece una feria de vanidades: falsos méritos, síntomas de 'titulitis' aguda, pequeñas mentiras, plagios, venta de favores.

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