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La descalificación de la Justicia
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Gonzalo Quintero Olivares

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La descalificación de la Justicia

Sería cerrar los ojos a la realidad negar que la tendencia hispana a censurar el sistema judicial forma parte del genotipo patrio

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No resulta novedoso, por desgracia, que personajes más o menos conocidos (que no citaré) dediquen las más duras calificaciones, incluso groseras, a la Justicia española. Es esa una práctica que tiene abundantes seguidores, especialmente en ambientes o medios 'populistas'. Por supuesto que, por lo común, no se trata de opiniones 'objetivas' expresadas toscamente, sin perjuicio del porcentaje razonable de desinformados o zangolotinos, sino de exabruptos que traducen el resentimiento o la decepción personal porque el sistema de justicia no ha funcionado como convendría al que critica, que, por supuesto, habla poseído por su interés.

Aun así, sería cerrar los ojos a la realidad negar que la tendencia hispana a censurar el sistema judicial forma parte del genotipo patrio, y en una conocida zarzuela se desea a la espada que le acompañen “el derecho y la razón”, que son, así, cosas diferentes. Lo cierto es que la crítica a la justicia viene de antiguo, y en ella han participado todos los que de uno u otro modo han 'llorado España' a propósito de su justicia, desde Jovellanos y Meléndez Valdés hasta nosotros. Pero es preciso no confundir las cosas: entre los que han aplicado su inteligencia a la tarea de reflexionar sobre la Justicia, y honestamente han elaborado propuestas de reformas por el bien de la justicia y de la nación, y los que solo saben dedicarle insultos, hay un abismo intelectual y ético.

Entre los que han aplicado su inteligencia a la tarea de reflexionar sobre la Justicia y los que solo saben dedicarle insultos, hay un abismo intelectual y ético

Criticar la Justicia no es, pues, original, y no es un consuelo comprobar que lo mismo sucede en otros países y en todo tiempo, pues, no se olvide, hasta la tan admirada justicia ateniense fue capaz de condenar a muerte a Sócrates por sus ideas, y si algún adjetivo ha sido aplicado con significaciones incompatibles entre ellas, ese es el de 'justo'. En la línea del poco respeto se inscriben también, aunque no lo parezca, las farisaicas declaraciones de respeto a la Justicia emitidas por personas que la han pisoteado reiteradamente, pero que, llegado el momento de verse envueltas en un proceso, se resguardan en el burladero del respeto con un remedo de sinceridad que no convence ni a los niños de pecho.

La Justicia es proclamada primer deseo de la nación española en el Preámbulo de la Constitución, que luego (art. 1) la declarará “valor superior” del ordenamiento jurídico. Pero lo cierto es que el ordenamiento, como conjunto de leyes, solo puede propiciar la realización de la Justicia, y ahí termina el legislador, que, por supuesto, es mucho más criticable que el juez, pues en su mano están las grandes modificaciones legales, y si, por ejemplo, pueden darse fenómenos como el del juez estrella, que tanto regala a quien lo es, o la duración excesiva de un proceso, no es solo por factores humanos sino porque el sistema carece de los anticuerpos que podrían impedirlo.

Para completar el cuadro, cuando se habla de la Justicia vulgarmente se hace un 'totum revolutum' con la Administración de Justicia, los fiscales y abogados, los funcionarios, el CGPJ. Otra parte del problema es la incomprensibilidad de las 'formas' y de los 'ritmos' de la Justicia penal. Esa cierto que la Justicia, por su propio bien, sigue una cierta liturgia de la que forman parte los plazos, y todo ello, aunque pueda no parecerlo, pretende dar solidez y certeza al sistema y excluir la imagen de arbitrariedad, pero muchas veces eso no se consigue, sea por imposibilidad material de dar el cumplimiento justo al modelo, sea, las más de las veces, porque la estructura (en buena parte, decimonónica) del proceso no lo permite.

Al censurar la Justicia se censura a los jueces. Es un dislate afirmar que el error y la desviación son la pauta de conducta de los 5.377 jueces españoles

Sería ingenuo suponer que las opiniones 'populares' no son motivo de preocupación y síntoma de una cultura o incultura que puede propiciar derivas indeseables. En cabeza se podría colocar la añoranza de la pena de muerte o, 'por lo menos', la ampliación de la prisión perpetua, seguida de la extendida convicción sobre la tolerancia de los poderes públicos hacia el crimen y el delincuente. A eso le seguirán las convencidas manifestaciones referentes a la tibieza del sistema penal, la incomprensión hacia el sistema penitenciario, y, para cerrar el círculo, cada colectivo reclama una ampliación del catálogo de delitos al gusto de sus intereses o su modo de pensar.

Esa es una realidad con la que hay que contar, pero, volviendo al problema de la crítica, lo cierto es que, para bien o para mal, los principales protagonistas de la Justicia serán los jueces, únicos que responden de sus decisiones, aunque no siempre sea así. Por lo tanto, al censurar la Justicia se censura, o se insulta, en realidad, a los jueces, que pueden equivocarse en sus decisiones, por supuesto, pero es un dislate y una falsedad afirmar que el error y la desviación son la pauta de conducta de los 5.377 jueces españoles (dato de enero de 2018) que dejan tiempo y paz en resolver miles de conflictos que, por supuesto, no interesan ni a los falsarios y bocazas habituales, ni a los jugosos juicios paralelos ni a las gacetillas sobre tribunales, pero que afectan a miles de personas que, como es lógico, tendrán su opinión sobre lo que el sistema judicial les ha resuelto, si es que lo ha hecho.

Es injusto negar que centenares de funcionarios trabajan con ahínco y entrega, con el sincero propósito de servir a sus conciudadanos

Pero es injusto negar que centenares de funcionarios trabajan con ahínco y entrega, con una compensación económica más baja que la que reciben sus colegas europeos, con el sincero propósito de servir a sus conciudadanos. Las bolsas de personajes cuestionables (perezosos, estrellas, erráticos, mal preparados y algún otro defecto) existen, como existen en el profesorado universitario o en otros grupos de funcionarios. Por lo tanto, justo es tratar a los que se dedican al servicio de Justicia con una vara de medir similar.

Cuando se descalifica la Justicia tácitamente se quiere transmitir la idea de que esta es arbitraria, inoperante, impredecible, que no se sabe cuándo se pone en marcha y, menos aún, cuándo termina su intervención. Es cierto que algunos procesos penales se eternizan por muchas causas, de las cuales bastantes pueden seguramente atribuirse a los propios ciudadanos o sus abogados y, claro está, al conjunto del sistema procesal, pero una parte substancial también corresponde a algunos jueces instructores. El resultado final es que la imagen lesionada es la de la Justicia —parte, no se olvide, esencial para el funcionamiento del Estado— y pocos son los que se detendrían a reconocer que los defectos o carencias del sistema judicial les han permitido salir injustamente bien librados de un problema o que cierta manera de funcionar de ese sistema ha sido la más propicia a sus intereses.

*Gonzalo Quintero es catedrático de Derecho Penal.

No resulta novedoso, por desgracia, que personajes más o menos conocidos (que no citaré) dediquen las más duras calificaciones, incluso groseras, a la Justicia española. Es esa una práctica que tiene abundantes seguidores, especialmente en ambientes o medios 'populistas'. Por supuesto que, por lo común, no se trata de opiniones 'objetivas' expresadas toscamente, sin perjuicio del porcentaje razonable de desinformados o zangolotinos, sino de exabruptos que traducen el resentimiento o la decepción personal porque el sistema de justicia no ha funcionado como convendría al que critica, que, por supuesto, habla poseído por su interés.

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