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Los populistas siguen con la idea de destruir la Unión desde dentro. ¿Cómo? Desnaturalizándola. Haciendo que deje de ser el gran pacto liberal, basado en el imperio de la ley y en la cooperación

Foto: Banderas de la UE ondean a las puertas de la Comisión Europea en Bruselas. (EFE)
Banderas de la UE ondean a las puertas de la Comisión Europea en Bruselas. (EFE)

Hace unos años, los eurófobos eran cuatro gatos vociferantes que decían que querían acabar con la Unión Europea. Las cosas han cambiado: ahora son muchos más y son más ambiguos respecto a sus deseos. ¿Los motivos? El caos que ha ocasionado el Brexit puede ser uno, pero hay en realidad otro más poderoso. El Eurobarómetro revela que la mayoría de los ciudadanos europeos no quieren dejar la Unión. Y esto sucede incluso en países gobernados por el nacionalpopulismo como Hungría y en Polonia. En las últimas elecciones presidenciales francesas, Marine Le Pen dio marcha atrás en su propuesta de abandonar el euro.

¿Quiere esto decir que los europeístas podemos estar tranquilos? Ni por asomo. Los populistas siguen con la idea de destruir la Unión desde dentro. ¿Cómo? Desnaturalizándola. Haciendo que deje de ser el gran pacto liberal, basado en el imperio de la ley y en la cooperación, inspirado en los derechos humanos y heredero de la Ilustración. Debilitándola hasta que deje de tener sentido.

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De modo que no van a saltar al terreno electoral gritando "acabemos con la Unión". Su caballo será la inmigración. Aseguran que solo están en contra de las entradas ilegales, mientras que, según ellos, gobernantes como Macron o Merkel están propiciando una supuesta invasión para acabar con los valores tradicionales. Es un marco tramposo y falso que no engaña a nadie, pero da una cobertura moral a quien no quiere reconocerse como racista o xenófobo.

Ellos intentarán que las elecciones de 2019 traten sobre la inmigración. Creen que así maximizarán su resultado, y temo que puedan tener razón. Por un motivo evidente: los europeístas no tenemos mucho con lo que responder. Apelaremos a los principios, desmontaremos sus bulos, los llamaremos por su nombre, pero no nos engañemos: en estos tiempos nada de esto te garantiza el éxito. Lo cierto es que hemos tenido cinco años para modificar la política migratoria, para reformar el Estatuto de Dublín y hacer corresponsables a todos los Estados Miembros y no lo hemos conseguido. Es un lamentable fracaso que cabe atribuir a los gobiernos nacionales.

Deberíamos hablar de una política de seguridad y defensa común, que nos permitiera evadir la tutela norteamericana y ganar peso político

No diré que los europeístas debamos callar sobre inmigración. Debemos hablar de este asunto y de cualquier otro. Lo que afirmo es que nuestro discurso público debería estar ya girando en torno a una idea fuerte, a un mensaje potente capaz de emocionar, activar y movilizar al electorado. Algo que nos permita pasar a la ofensiva. La contienda electoral no se decide por quién tiene los mejores argumentos sobre cada asunto (si fuera así, los populistas no tendrían nada que hacer), sino por quién marca el debate, quién logra que se hable de su tema y en sus términos.

¿Y cuál es este tema, cuál es la idea que nos permitiría tomar la delantera y movilizar al electorado? En mi opinión, debemos proponer a los europeos que la Unión se convierta en el líder del mundo libre, en la gran potencia democrática. Que ocupe, en definitiva, el lugar que el presidente estadounidense, Donald Trump, ha decidido desalojar con su nacionalismo miope, proteccionista y ensimismado, sin darse cuenta de lo mucho a lo que su país está renunciando. El objetivo será que Europa sea la gran potencia de las próximas décadas. Que la nuestra sea una edad europea.

Por supuesto, este horizonte de una Europa fuerte y líder tendría que apoyarse en políticas concretas. Deberíamos hablar de una política de seguridad y defensa común, que nos permitiera evadir la tutela norteamericana, ganar peso político y evitar, en el futuro, tragedias bélicas que tienen repercusiones en nuestro territorio y en todo el mundo. Deberíamos hablar de eliminar la regla de la unanimidad en lo relativo a política exterior, de modo que no necesitemos consensos imposibles para hacer oír nuestra voz ni seamos rehenes de gobiernos demasiado cercanos a Moscú. Y deberíamos hablar de libre comercio al tiempo que recordamos la capacidad de Bruselas para lograr que los gigantes empresariales contribuyan para mantener el Estado del bienestar. El modelo que ofreceríamos al mundo sería el de la democracia liberal, la prosperidad que trae el comercio y la seguridad económica para los ciudadanos.

Los jóvenes europeos esperan un mensaje ambicioso. No quieren que se dirijan a ellos, quieren que los electricen, que los motiven

Nuestra atención está centrada en los políticos populistas desde Salvini hasta Orbán, pero por debajo de estas figuras, de sus pactos y de sus invectivas, se han producido otros mucho más constructivos. Hace apenas unos días, medio millón de personas se manifestaron en Londres para pedir un nuevo referéndum sobre los términos del Brexit. Hace un año, Emmanuel Macron ganó la presidencia a hombros de una organización nueva que se nutrió sobre todo de jóvenes europeístas y liberales. El mismo perfil tienen organizaciones emergentes como Volt, que persigue presentarse en toda la Unión como partido europeísta y contrario a los populismos. Me ha sorprendido su fuerza y su capacidad de crecimiento.

Los jóvenes europeos esperan un mensaje ambicioso. No quieren que se dirijan a ellos, quieren que los electricen, que los motiven, que pongan en marcha toda la energía que atesoran. Me preocupa que los partidos tradicionales no estén sabiendo hacerlo, no estén escuchando este clamor sordo. Siguen enzarzados en sus viejas polémicas, discutiendo por cuestiones sin duda importantes, pero haciendo como si todavía pudieran resolverse a nivel nacional. Hacen política provinciana.

La gran mayoría de los votantes saben que los pequeños países europeos tienen un futuro muy oscuro si actúan cada uno por su cuenta en este mundo de gigantes agresivos. Si optan por el repliegue que proponen los nacionalistas se debe a que no ven otra opción mejor. No se trata de olvidar el tradicional realismo europeísta, sino todo lo contrario: si leemos correctamente la realidad, entenderemos que nuestros ciudadanos nos están pidiendo a gritos una Europa tan fuerte como democrática que les proporcione esperanza, orgullo y seguridad. Es el momento de ofrecérselo.

Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE). Acaba de publicar 'Eres liberal y no lo sabes' (Deusto).

Hace unos años, los eurófobos eran cuatro gatos vociferantes que decían que querían acabar con la Unión Europea. Las cosas han cambiado: ahora son muchos más y son más ambiguos respecto a sus deseos. ¿Los motivos? El caos que ha ocasionado el Brexit puede ser uno, pero hay en realidad otro más poderoso. El Eurobarómetro revela que la mayoría de los ciudadanos europeos no quieren dejar la Unión. Y esto sucede incluso en países gobernados por el nacionalpopulismo como Hungría y en Polonia. En las últimas elecciones presidenciales francesas, Marine Le Pen dio marcha atrás en su propuesta de abandonar el euro.

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