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Europa: ¿aceptamos barco?
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Europa: ¿aceptamos barco?

La historia se repite primero como una tragedia y luego como una farsa. Y puesto que la tragedia ya la vivieron otros, será que estamos ahora en la farsa

Foto: Santiago Abascal, en un acto de Vox en Teruel. (EFE)
Santiago Abascal, en un acto de Vox en Teruel. (EFE)

Bienvenido a Europa, me dicen mis amigos y mis compañeros de trabajo a la mañana siguiente de las elecciones andaluzas. Por fin también vosotros tenéis vuestra extrema derecha, precisan por si acaso no me daba por enterado. Yo sonrío, con la sonrisa forzada del cómico de repetición que ya no hace reír a nadie. Más que nada porque la repetición que se abate sobre nosotros, ya seamos europeos, brasileños, ingleses o Norte-americanos tiene poco de cómico y mucho de trágico. Y con la sonrisa en los labios (o más bien con mis labios en la sonrisa, como obligados a estar allí) repito para mis adentros aquello de que la historia se repite primero como una tragedia y luego como una farsa. Y puesto que la tragedia ya la vivieron otros, será que estamos ahora en la farsa.

Y entonces respondo con algún comentario ingenioso del tipo pero qué dices, si 'Spain es muy diferent' y mientras aquí en Francia se hace frente común contra la extrema derecha, en España se hace frente con ella para gobernar. Es que somos así los españoles, muy nuestros. Y ahí queda la cosa, en un exotismo del sur que a ellos, mis compañeros, les llena de orgullo porque se sienten reconocidos en su defensa de los valores universales de la revolución y a mí me permite sentirme algo mejor; ufano de ver que siguen cayendo en la adulación. Todos contentos, que quien no es feliz es porque no sabe serlo, como martillean los manuales de autoayuda de nuestras librerías, tanto francesas como españolas como británicas o brasileñas, por cierto.

placeholder Marine Le Pen. (Reuters)
Marine Le Pen. (Reuters)

Pero si me pongo a escribir, será porque pese a todo algún fantasma sigue recorriendo mi mente, disculpen por la referencia, es que el marxismo también se convirtió en un manual de desarrollo personal (aquí en Francia le llaman así a la autoayuda) del que nos quedan los mantras: la farsa, el fantasma, la dignidad, el materialismo… Porque yo la verdad es que sin estas frases, sin estos empujes, ya no sabría cómo seguir caminando y no me refiero a mis capacidades físicas, que por suerte todavía conservo, sino más bien a la metáfora de quien volverá a salir de su casa para dirigirse a un colegio electoral, escoger una papeleta e introducirla en la ranura de una urna o de quien, todavía más preciso en la metáfora, volverá a salir a la calle para ejercer su derecho a manifestarse y pronto incluso para exigir que este derecho siga existiendo. Si me pongo a escribir pues, es porque me gustaría avisar de que desde Francia también, en poco tiempo, aceptaremos el partido de Marine Le Pen como un partido republicano cualquiera.

Y llego, perdón por el rodeo, al título de este articulo: hace referencia a un anuncio clásico de hace ya muchos años que mostraba a un grupo de amigos jugando a un juego de sociedad. El ambiente se enrarecía cuando uno de ellos, el dueño del juego, pretendía justificar lo imposible, ¿aceptamos barco como animal acuático? Se preguntaban los demás entonces y ante la amenaza de no poder seguir jugando si no aceptaban, vale, aceptamos barco como animal acuático, respondían todos felices y al unísono.

Pensaba en esta Europa y en lo poco que falta para que quien me da la bienvenida al juego europeo acepte definitivamente su propio animal acuático

Bienvenido a Europa me decían esta mañana y yo, con mi sonrisa forzada de juego de sociedad pensaba en esta Europa y en lo poco que falta para que mis compañeros y mis amigos que me dan la bienvenida al juego europeo acepten definitivamente su propio animal acuático. Pensaba en una polémica reciente que estalló en Francia en torno al recuerdo de la figura del Maréchal Pétain, a la vez héroe de guerra en Verdún y vergüenza nacional (este es el calificativo oficial) por haber presidido la colaboración con el nazismo, durante la celebración del centenario del armisticio que selló el fin de la primera guerra mundial. No fue hasta 1995 que Jacques Chirac reconoció, por primera vez, que la colaboración de las autoridades francesas con el régimen nazi implicaba también la responsabilidad de Francia e incluso de la compañía estatal de ferrocarriles (SNCF) en el holocausto. A partir de ahí, el régimen de Vichy y por lo tanto sus idearios, dejaban de ser un cuerpo extraño, un apéndice histórico de la República francesa, cuyos valores, principios e incluso estructura política, el General de Gaulle habría logrado mantener intactos desde Londres, sino que formaba parte de las contradicciones propias de su historia como Estado y como nación.

Así que ahora, veinticinco años más tarde, el debate ya no es si Vichy es una parte de la historia de Francia y por lo tanto si Francia colaboró con los nazis, sino que se trata y no solo desde las esferas reaccionarias y conservadoras sino también desde la propia presidencia de la República, de explicar que dicha colaboración fue, tal vez, un acto de valentía y de defensa de la unidad y la integridad nacionales. Un acto encarnado por ese hombre, el Maréchal Pétain, cuyo valor en Verdún explica por sí mismo el valor que le llevó a someterse al régimen nazi, no por ideal político, o no solamente, sino en defensa de una nación amenazada y especialmente, ahí es donde la retórica nos recuerda que los tiempos vuelven y las farsas pueden ser trágicas, con el objetivo de defender a todos los franceses, también a los judíos, librando de la Gestapo a aquellos, y solamente aquellos, considerados como extranjeros. Llámenlo nacionalismo, llámenlo patriotismo o llámenlo pragmatismo, pero francamente, esta retórica de la defensa de lo propio porque la alternativa es la muerte de todos no es otra cosa que fascismo y llamarlo de otro modo es aceptar barco como animal acuático. Qué gracioso, ¿verdad?

*Toni Ramoneda es doctor en Ciencias de la Comunicación, escritor y profesor de español en Lyon (Francia).

Bienvenido a Europa, me dicen mis amigos y mis compañeros de trabajo a la mañana siguiente de las elecciones andaluzas. Por fin también vosotros tenéis vuestra extrema derecha, precisan por si acaso no me daba por enterado. Yo sonrío, con la sonrisa forzada del cómico de repetición que ya no hace reír a nadie. Más que nada porque la repetición que se abate sobre nosotros, ya seamos europeos, brasileños, ingleses o Norte-americanos tiene poco de cómico y mucho de trágico. Y con la sonrisa en los labios (o más bien con mis labios en la sonrisa, como obligados a estar allí) repito para mis adentros aquello de que la historia se repite primero como una tragedia y luego como una farsa. Y puesto que la tragedia ya la vivieron otros, será que estamos ahora en la farsa.

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