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La guerra de género

Hace relativamente poco que hemos conquistado la democracia entre todos. Y aún hace menos tiempo que las mujeres gozamos de plenitud de derechos sobre el papel, aunque no en la sociedad

Foto: Foto: Reuters.
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Cuando yo nací, las mujeres no podían trabajar sin el consentimiento de sus maridos o padres. Tampoco podían abrir una cuenta corriente sin que su voluntad fuera complementada por la voluntad de su marido. Cuando yo nací, una mujer adúltera podía ser condenada hasta a seis años de cárcel, cosa que no sucedía con el hombre adúltero, que no cometía delito alguno si mantenía relaciones sexuales fuera del matrimonio. Cuando yo nací, las mujeres no podían votar. Ni los hombres. Hace relativamente poco, por tanto, que hemos conquistado la democracia entre todos. Y aún hace menos tiempo que las mujeres gozamos de plenitud de derechos sobre el papel, aunque no en la sociedad, por mucho que se empeñen muchos en afirmar lo contrario.

El paro femenino en 2018 alcanzó el 19%, más del doble de la media europea, para situarse como la segunda más elevada de los 28 países que conforman la Unión Europea. Las mujeres perciben un 30% menos de sueldo que sus compañeros varones y soportan mayor precariedad laboral. Hay más mujeres que hombres que no llegan a los 1.000 euros al mes, el número de mujeres con ingresos entre los 50.000 y los 80.000 euros es la mitad que el de hombres y solo uno de cada cinco trabajadores con sueldos de 140.000 euros es mujer.

Foto: La brecha salarial en España, un asunto todavía pendiente. (iStock) Opinión

Esta brecha salarial —que algunos se empeñan en negar, pese a los aplastantes estudios internacionales y de organismos públicos estatales— y el elevado paro femenino llevan a muchas mujeres a depender económicamente de sus parejas, perdiendo de esta manera la independencia necesaria para adoptar decisiones autónomas, sobre todo cuando tienen hijos.

Según un estudio de la Universidad Carlos III de Madrid, en el 80% de los casos, el cuidador principal de las personas dependientes es una mujer —madre, hermana, hija, esposa—. Podría seguir dando datos acerca de la desigualdad, como que el 60% de las personas que pasan hambre en el mundo son mujeres, según la ONU. Pero no es mi intención hacer un tratado de la desigualdad, sino poner sobre la mesa que, pese a los grandes avances legislativos, la desigualdad de género existe. A menudo me encuentro a mujeres de mi entorno socioeconómico que, por no haber sufrido en su persona desigualdad alguna y tener una vida profesional razonablemente exitosa, niegan a las menos favorecidas el reconocimiento de esa desigualdad. Políticas de clase media y media-alta niegan el feminismo y presumen de feminidad al margen de su género, equiparando la defensa de los derechos de los hombres y las mujeres, en un ejercicio de ceguera e insolidaridad palmario.

Me encuentro a mujeres que, por no haber sufrido en su persona desigualdad, niegan a las menos favorecidas el reconocimiento de esa desigualdad

Ya he dicho que, sobre el papel, la igualdad existe. Ya he dicho que, en la práctica, esta no es real. La ofuscación de algunos les impide mirar más allá de lo que dice el artículo 14 de la Constitución y, sin embargo, ignoran y desprecian la LO 3/2007 de igualdad efectiva de mujeres y hombres, donde se obliga a los poderes públicos a adoptar medidas de fomento de la igualdad. Las leyes son de obligado cumplimiento para todos, no puede acogerse el 'espigueo' de preceptos normativos y llevarse las manos a la cabeza ante los incumplimientos de algunos en otras materias y, sin embargo, despreciar las leyes que pretenden igualar a las mujeres en oportunidades a los hombres.

Estamos viviendo, al albur del nacimiento de opciones políticas populistas de uno y otro signo, una verdadera batalla sobre el género en la que salimos perjudicados todos. Porque el feminismo no es 'cosa de mujeres', sino la expresión de una sociedad igualitaria. Determinados sectores que han permanecido latentes durante años han salido a la opinión pública, 'venidos arriba', sin complejo alguno, a defender al hombre de las hordas de feminazis, de las denuncias falsas y de la ideología de género, haciendo tabla rasa de todo, como una apisonadora, negando la violencia sobre las mujeres y culpando a los extranjeros de los feminicidios en España, con el fin de derogar la Ley Integral para la Violencia de Género, que cumple, este 2019, 15 años.

El feminismo no es 'cosa de mujeres', sino la expresión de una sociedad igualitaria

Por otro lado, otros sectores alarmistas se empeñan en advertir a la sociedad de la lacra social que nos azota denominando terrorismo machista cualquier expresión delictiva de un hombre respecto a una mujer, igualando al género masculino como potenciales asesinos y violadores y, en un ejercicio de esquizofrenia colectiva, pidiendo la cabeza de los miembros del tribunal de La Manada, a los que califican de jueces patriarcales, a la vez que alaban la reciente sentencia de la Sala Segunda, que ha unificado doctrina en el sentido de considerar violencia de género cualquier agresión del hombre a la mujer, siquiera mutuamente consentido, sin necesidad de probar el elemento de dominación. ¿Justicia machista o justicia justa? La calificación dependerá de si me da la razón y encaja en mis esquemas mentales o no lo hace.

Foto: Una camiseta a favor del feminismo. (Reuters)
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En esta guerra no va a ganar nadie. Me resulta difícil comprender que alguien pretenda acabar con una ley que protege a las mujeres, aún dependientes emocional y económicamente de los hombres por razones tanto económicas como culturales, si no es porque se pueda sentir amenazado. Esa sensación de amenaza no debería producirse en quien tiene claro cómo es su forma de relacionarse con los demás y cómo entiende las relaciones de pareja. También me resulta difícil entender que quienes defienden la Ley de Violencia de Género no sean capaces de encontrar disfunciones en su aplicación y excesos que el sistema debe detectar y paliar. He de reconocer que algunas resoluciones judiciales de reciente dictado no ayudan demasiado a catalizar dichas desviaciones.

En tiempos de polarización, los que creemos en el Estado de derecho, en los derechos humanos y tenemos grabado a fuego el principio de igualdad efectiva, debemos estar permanentemente alerta y no sucumbir a discursos fáciles y populistas. La violencia de género existe y se ceba en todo tipo de mujeres, especialmente las más desfavorecidas, por las repercusiones sociales que su denuncia comporta. Los hombres deben implicarse en la igualdad efectiva de ambos sexos, porque solo así se podrá alcanzar una sociedad plena, en beneficio de todos. Si no hubiese desigualdad, no habría violencia de género en sentido técnico del término, aunque sí seguiría habiendo violencia doméstica.

Si no hubiese desigualdad, no habría violencia de género en sentido técnico del término, aunque sí seguiría habiendo violencia doméstica

La sociedad debe fomentar el espíritu crítico y no dejarse seducir por los cantos de sirena de políticos iluminados que únicamente buscan el voto fácil para alcanzar el poder. No podemos quedarnos en el discurso de las denuncias falsas, haciendo de la excepción la norma. Muchas denuncias de violencia de género acaban en absolución, pero eso no significa que la denuncia fuera falsa, sino que, en la mayoría de las ocasiones, la falta de prueba viene del hecho de que la denunciante no declara en juicio frente al agresor, precisamente por miedo, por arrepentimiento de la denuncia o, directamente, por necesidad económica.

No podemos retroceder ni un paso. No podemos volver a 1975, ni a 1979. Debemos estar orgullosos de una de las sociedades más tolerantes de Europa con diferencia. Que los gritos de unos pocos no metan ruido en nuestras cabezas y nos involucren en una guerra de género sin futuro. Por el bien de todos.

*Natalia Velilla Antolín, magistrada.

Cuando yo nací, las mujeres no podían trabajar sin el consentimiento de sus maridos o padres. Tampoco podían abrir una cuenta corriente sin que su voluntad fuera complementada por la voluntad de su marido. Cuando yo nací, una mujer adúltera podía ser condenada hasta a seis años de cárcel, cosa que no sucedía con el hombre adúltero, que no cometía delito alguno si mantenía relaciones sexuales fuera del matrimonio. Cuando yo nací, las mujeres no podían votar. Ni los hombres. Hace relativamente poco, por tanto, que hemos conquistado la democracia entre todos. Y aún hace menos tiempo que las mujeres gozamos de plenitud de derechos sobre el papel, aunque no en la sociedad, por mucho que se empeñen muchos en afirmar lo contrario.

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