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Las chicas de la calle Revolución
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Las chicas de la calle Revolución

Conmemorar el Día Internacional de la Mujer es, sin duda, un momento especialmente propicio para revindicar a una de las figuras universales de Persia: Tahereh (La Pura)

Foto: Mujeres hablan por teléfono en Teherán. (EFE)
Mujeres hablan por teléfono en Teherán. (EFE)

Hace unos días, se ha cumplido el cuadragésimo aniversario de la revolución islámica en Irán. “Un país con una importancia significativa —según la Wikipedia— en la geopolítica, al encontrarse entre Oriente Próximo, Asia Central y Asia del Sur. Superpotencia energética al ser la cuarta del planeta en reservas de petróleo y la primera en gas. Su diversidad étnica ha proporcionado un atractivo especial a este amplio territorio”. Una sociedad con estas potencialidades, y que había sido una de las civilizaciones más avanzadas del mundo en cuanto a organización social, derechos y valores (cuna de la primera declaración, en la historia universal, de los derechos humanos, gracias a los Decretos de Ciro de 539 a.C.), experimentó, tras la revolución de hace ahora 40 años, una de las involuciones más drásticas y repentinas de los tiempos modernos, provocando una regresión mayúscula en cuanto a libertades e igualdad. La tragedia es que, como casi siempre, las más castigadas en este retroceso han sido las mujeres.

En la década de los setenta, cuando Irán ya se había convertido en una potencia mundial y estaba avanzando a pasos agigantados hacia la modernización, sus mujeres, especialmente las universitarias y jóvenes generaciones, como la de mi madre, estaban consiguiendo derechos de género que eran pioneros y vanguardia en todo Oriente. Esos progresos fueron dinamitados de un plumazo por la revolución. Sus nefastas consecuencias llegan hasta hoy.

La aplicación despótica de una tergiversación retrógrada del islam por parte de su clero integrista castró las posibilidades de las mujeres del país

La aplicación despótica y represora de una tergiversación retrógrada y fundamentalista del islam por parte de su clero integrista castró las posibilidades de todas las mujeres del país, sin excepción, a la par que oprimió a la población no musulmana, como mi familia, que tuvo que salir exiliada, siendo yo niña, en busca de libertad.

Por todo ello, y para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, esta efeméride es, sin duda, un momento especialmente propicio para revindicar una de las figuras universales de Persia: Tahereh (La Pura), apodada Consuelo o Solaz de los ojos. Una joven, talentosa y erudita poetisa, de cuna distinguida, procedente de una de las familias más prominentes de la época, cuyo encanto hechicero, espíritu indomable, heterodoxia de ideas y audacia de actos la convirtieron en un célebre y admirado, a la vez que denostado, icono de la ruptura con las tradiciones seculares del islam. Personaje halagado por muchos escritores y estudiosos del mundo, cuya biografía ha sido, incluso, novelada en nuestro país.

Se encaró al poder, rompiendo tradiciones y normas ancestrales al divorciarse de su marido, al ejercer de profesora, al promover la libertad de culto

Empleó su carisma y cautivadora elocuencia y saber para contribuir al avance de una revolución espiritual modernizadora, iniciada por su maestro, el Báb (cuyo bicentenario se celebra este año, siendo homenajeado en Occidente con sellos conmemorativos de gobiernos y otros eventos).

Se encaró al poder político y al clero, rompiendo tradiciones y normas ancestrales al divorciarse de su marido, al ejercer de profesora, al promover la libertad de culto animando a sus alumnos a vestir con colores durante los días de luto del Muharram (el equivalente chií de la Semana Santa), y a mostrar y promulgar, para pasmo e indignado horror de la ortodoxia chií y suní, la caducidad de la sharía. Su destino estaba cantado: fue estrangulada a las afueras de Teherán, en 1852, y enterrada bajo piedras.

Su gran hazaña y contribución a la humanidad fue la de protagonizar la primera convención del mundo que públicamente revindicaba la igualdad de género

Pero su gran hazaña y contribución a la humanidad fue la de protagonizar la primera convención del mundo que públicamente revindicaba la igualdad de género; antes, incluso, que la Convención de Seneca Falls (Estados Unidos), cuyo manifiesto se ha considerado siempre el texto fundacional del movimiento feminista. La gesta tuvo lugar en un agradable paraje, en el pueblo de Badasht, al norte de Persia.

Considerada por sus compañeros varones de ese movimiento como la inmaculada encarnación de Fátima o María Magdalena, apareció en medio de la conferencia desprovista de su velo islámico y proclamando el final de tan milenaria discriminación de las mujeres; 170 años después, muchas mujeres se inspiran en su ejemplo. Es el caso de Vida Movahed que, en diciembre de 2017, se subió a un buzón de correos en Teherán, se quitó el velo islámico y lo ondeó con el pelo descubierto, convirtiendo la escena en viral y dando origen, así, a las protestas de las denominadas Chicas de la calle Revolución, que se prolongaron durante varios meses en las calles de Irán.

*Rosa Rabbani es doctora en Psicología Social y terapeuta.

Hace unos días, se ha cumplido el cuadragésimo aniversario de la revolución islámica en Irán. “Un país con una importancia significativa —según la Wikipedia— en la geopolítica, al encontrarse entre Oriente Próximo, Asia Central y Asia del Sur. Superpotencia energética al ser la cuarta del planeta en reservas de petróleo y la primera en gas. Su diversidad étnica ha proporcionado un atractivo especial a este amplio territorio”. Una sociedad con estas potencialidades, y que había sido una de las civilizaciones más avanzadas del mundo en cuanto a organización social, derechos y valores (cuna de la primera declaración, en la historia universal, de los derechos humanos, gracias a los Decretos de Ciro de 539 a.C.), experimentó, tras la revolución de hace ahora 40 años, una de las involuciones más drásticas y repentinas de los tiempos modernos, provocando una regresión mayúscula en cuanto a libertades e igualdad. La tragedia es que, como casi siempre, las más castigadas en este retroceso han sido las mujeres.

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