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Indios frente a un espejo: tu indignación alimenta a tus peores enemigos
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Juan Soto Ivars

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Indios frente a un espejo: tu indignación alimenta a tus peores enemigos

Los partidos se dedican a detectar con estudios sociológicos nuestras diferencias y luego dedican todos sus recursos para agrandarlas, con ayuda de los medios

Foto: Pablo Casado, líder del PP. (EFE)
Pablo Casado, líder del PP. (EFE)

La cercanía de las elecciones remueve el aire estancado y esparce el característico aroma a mierda de la propaganda política intensificada. No son más que picos en la gráfica porque la propaganda no descansa, pero cuando se acerca la votación, la idea obsesiva que nos ronda la cabeza a unos cuantos se hace nítida: los partidos no son organizaciones al servicio de la ciudadanía. No trabajan para resolver nuestros problemas, se dedican a detectar con estudios sociológicos nuestras diferencias y luego dedican todos sus recursos para agrandarlas, con ayuda de los medios. De modo que no viven de nuestros impuestos, sino que viven de nuestra discordia.

Foto: Los secretarios generales de CCOO, Unai Sordo, y de UGT, Pepe Álvarez (Efe)

El tópico de que no nos representan es impreciso: representan lo que nos separa, lo que nos pone nerviosos, lo que nos enfrenta al vecino. Su propaganda machacona y putrefacta ha conseguido que suficientes imbéciles interioricen una consigna suicida: que la concordia y el consenso desprenden el aroma del perdedor, que para ser feliz y estar seguro es necesario que otro pierda lo que tiene. Tantos años machacando con este mantra psicótico han hecho germinar el odio. Hace años que cosechan su fruto venenoso.

La estrategia compartida por todos los partidos es la campaña electoral permanente. En España, la puso en práctica por primera vez el PP cuando Zapatero ganó las elecciones tras los atentados. Los analistas políticos llamaban entonces 'crispación' a lo que ahora es el comportamiento general de todas las formaciones. Fórmula importada de la Norteamérica de los noventa, que el presidente ejecutivo del 'New York Times' calificaba en su libro 'Sin palabras' como el apocalipsis del debate político. Agitación controlada.

El tópico de que no nos representan es impreciso: representan lo que nos separa, lo que nos pone nerviosos, lo que nos enfrenta al vecino

Esta tensión sería aburrida y agotadora si la sociedad fuera capaz de desconectar, pero las redes sociales hacen imposible que alejemos las narices de los excrementos verbales que espurrean sin parar. Una ciudadanía ofuscada es una ciudadanía manejable y muy fácil de organizar según sus fobias. El instrumento para la ofuscación permanente son las revoluciones sin desenlace: el independentismo nunca obtendrá su república, el constitucionalismo no dejará de ver a España amenazada, el liberalismo siempre alertará de los excesos del Estado y el feminismo no impedirá que violen y maten mujeres.

Ninguna de las batallas de hoy llegará a su fin, no habrá desenlace. Los partidos actúan como si el éxito glorioso estuviera tan próximo como la derrota final, y nos piden continuamente un último esfuerzo, pero rigen las leyes de Newton y cada empujón obtiene siempre una reacción de igual fuerza en sentido contrario. El nacionalpopulismo pujante, el independentismo fragmentador, el deseo reaccionario, el idealismo intransigente de la izquierda no suponen amenazas urgentes, como nos dicen, sino que levantan fronteras entre vecinos.

Una ciudadanía ofuscada es una ciudadanía manejable y muy fácil de organizar según sus fobias

Todos los partidos políticos señalan al enemigo con un dedo y con el otro, animosos, a Tierra Santa. Lo que venden es la perfección, y siempre fingen que podrían gobernar como si no existieran sus rivales. De esta forma, gane quien gane, los cruzados están siempre a la misma distancia de Jerusalén. Siempre queda mucho por hacer, siempre hace falta más tiempo y más poder. Pero la luz esperanzadora que anuncian, la que brilla remota en el horizonte al otro lado de la amenaza y la tiniebla, no es más que el brillo de un espejo.

Vivimos en una sociedad automatizada. Pudimos comprobar en nuestro año sin Gobierno que no dejaba de salir agua del grifo. Nos gobiernan las gráficas financieras y hay poco que se pueda hacer desde un Gobierno cuando sopla el viento, así que nuestros motivos de discordia son espurios. Minucias simbólicas adquieren la apariencia de una reforma urgente, pero lo que el martes nos pone de los nervios deja de importarnos en cuanto cambian el disco.

Foto: Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)

A unos les han hecho creer que España se rompe, a otros que Cataluña será una república; a unas les han dicho que las están matando y violando y a otros que los van a dejar sin sus derechos elementales. Cogen algo pequeño y lo convierten en algo grande. Aspiran el aroma de la calle y utilizan cualquier causa susceptible de llevarnos a votar.

Intenta hacer un recuento de los temas políticos que has comentado con apasionamiento en los últimos seis meses. Haz inventario de los motivos que tuviste para pelearte con desconocidos, de los temas concretos, de los supuestos ataques a tu tribu. Te quedará la misma decepción que siento ahora conmigo mismo y también rencor por quienes sacaron rédito. Y aquellas indignaciones que hoy, que toca enfadarse por otra cosa, se volverán irrelevantes. Siempre lo fueron.

La cercanía de las elecciones remueve el aire estancado y esparce el característico aroma a mierda de la propaganda política intensificada. No son más que picos en la gráfica porque la propaganda no descansa, pero cuando se acerca la votación, la idea obsesiva que nos ronda la cabeza a unos cuantos se hace nítida: los partidos no son organizaciones al servicio de la ciudadanía. No trabajan para resolver nuestros problemas, se dedican a detectar con estudios sociológicos nuestras diferencias y luego dedican todos sus recursos para agrandarlas, con ayuda de los medios. De modo que no viven de nuestros impuestos, sino que viven de nuestra discordia.

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