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Miquel Silvestre

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Vergüenza de volar

Nosotros viajando y haciéndonos fotos molamos mazo, pero los demás viajando son un incordio y más todavía cuando vienen a mi casa

Foto: Foto: EFE
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El mundo cambia muy deprisa últimamente y los paradigmas también. Hace apenas una década celebrábamos la aparición de los vuelos de bajo coste que democratizaban el turismo lejano a quienes tradicionalmente habían estado excluidos de él. De pronto se ponía al alcance de trabajadores 'blue collar' y jóvenes estudiantes coger aviones como hacían los ricos para viajar a otro continente. El Caribe, América o el Sudeste asiático ya no eran para élites sino para todo el mundo. Poco ha durado la alegría, hoy se habla del neo-concepto "vergüenza de volar", debido a que los aviones contaminan mucho, dejan gran cantidad de CO2 en la atmósfera y a que los destinos más populares se masifican. Todos hemos visto las fotografías del Everest colapsado. Hay que poner freno a esto, dicen ahora desde los púlpitos mediáticos y políticos.

El rechazo al turista se percibe por doquier en el mundo occidental, aunque no así en los terruperios orientales que más rápido hemos degradado los occidentales. En Barcelona o Palma de Mallorca aparecen pintadas contra el turismo, se asaltan autobuses turísticos, se vandalizan coches de alquiler o se abronca a los usuarios de yates. Otro ejemplo, no hace tanto los periódicos celebraban la aparición de plataformas como Airbnb porque abarataban el alojamiento sin tener que pasar por la estocada del hotel cuando solo quieres una cama y un baño. Hoy esos mismos periódicos alertan sobre la proliferación abusiva de los apartamentos turísticos, los perjudiciales efectos para el precio del alquiler residencial y la convivencia vecinal. Incluso Instagram es criticado porque destino que populariza, destino que se masifica.

A mí, que ya tengo unos años, todo esto me recuerda a lo que dijo el filosofo sobre las ventosidades: nos asquean las ajenas pero no las nuestras. Nosotros viajando y haciéndonos fotos molamos mazo, pero los demás viajando son un incordio y más todavía cuando vienen a mi casa, pero eso sí, yo tengo todo el derecho del mundo a ir a ciudades ajenas a hacerme 'selfis'.

Soy un simple turista porque tengo billete de regreso y un confort occidental esperándome para cuando regrese de mis aventuras

Esta especie de histeria turismofóbica tiene un aroma clasista que me alarmaría si no fuera ya tan viejo como para que no me alarmen ni las sirenas antiincendios. Soy de los que siempre han huido de la masificación, pero no porque sea negativa, sino porque como el mundo es tan grande puedo ir a sitios solitarios. Solo hay que esforzarse un poquito en buscarlos.

placeholder Pintadas contra el turismo en Barcelona. (EFE)
Pintadas contra el turismo en Barcelona. (EFE)

Esto de señalar a la masa y decir que es mala y que hay que atajar el fenómeno del turismo de masas es el más puro clasismo clásico pero revisitado en versión 2.0. Es lo del nuevo aforismo: turista lo serás tú, yo soy viajero. Pues miren ustedes, no. Turistas somos todos. Yo soy un turista profesional porque me pagan por viajar y contarlo. Que viaje por mis propios medios y en solitario o que me pierda por territorios inhóspitos, coma lo más básico o duerma en tienda de campaña no me hace distinto ni especial. Soy un simple turista porque tengo billete de regreso y un confort occidental esperándome para cuando regrese de mis aventuras.

Por supuesto que no me gustan las aglomeraciones, ni en el Everest, ni en Venecia ni en Malasaña, pero para evitar a las masas tengo muchísimos sistemas que ya contaré un día aquí, pero lo que no se me ocurriría jamás es decirle a otra persona que se avergüence de querer viajar y menos haciéndolo desde un púlpito de moralidad superior, pero con mi 'smartphone' lleno de coloridas fotos de viaje. Así que viaje usted mientras pueda, porque esto también lo quieren prohibir. Para la masa, claro.

*Miquel Silvestre es viajero y escritor español.

El mundo cambia muy deprisa últimamente y los paradigmas también. Hace apenas una década celebrábamos la aparición de los vuelos de bajo coste que democratizaban el turismo lejano a quienes tradicionalmente habían estado excluidos de él. De pronto se ponía al alcance de trabajadores 'blue collar' y jóvenes estudiantes coger aviones como hacían los ricos para viajar a otro continente. El Caribe, América o el Sudeste asiático ya no eran para élites sino para todo el mundo. Poco ha durado la alegría, hoy se habla del neo-concepto "vergüenza de volar", debido a que los aviones contaminan mucho, dejan gran cantidad de CO2 en la atmósfera y a que los destinos más populares se masifican. Todos hemos visto las fotografías del Everest colapsado. Hay que poner freno a esto, dicen ahora desde los púlpitos mediáticos y políticos.