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De la 'kale borroka' a los CDR
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De la 'kale borroka' a los CDR

Después de 30 años de terrorismo, ETA entendió que la 'lucha callejera' no es una expresión más de violencia sino un terrorismo de baja intensidad con una relación calidad-precio insuperable

Foto: Varios manifestantes queman fotos del rey Felipe en una concentración convocada por los CDR en Girona. (EFE)
Varios manifestantes queman fotos del rey Felipe en una concentración convocada por los CDR en Girona. (EFE)

Históricamente, toda forma de violencia continuada que persigue un fin ha trasladado sus reivindicaciones a las calles con actos de menor intensidad, manteniendo de este modo una tensión continua con las instituciones y evitando así la congelación de la causa entre sus simpatizantes y/o seguidores.

Después de casi 30 años de terrorismo, ETA entendió que la 'lucha callejera' no es una expresión más de violencia sino un terrorismo de baja intensidad con una relación calidad-precio insuperable. En 1992, tras la desarticulación de la cúpula de ETA en Bidart (Francia), con unas detenciones que marcarían un antes y un después en la organización terrorista, que nunca volvió a reunir a los jefes de los tres aparatos de la banda, logístico, militar y político, en un mismo espacio de tiempo y lugar, nació la 'kale borroka'.

Su padrino fue el histórico dirigente José Luis Álvarez Santacristina, alias 'Txelis', que a día de hoy está totalmente desvinculado de la banda después de haber sufrido una fuerte conversión al cristianismo y regenta una frutería en Tolosa, Guipúzcoa. Txelis reestructuró las acciones creando tres tipos de estrategias (X, Y y Z). Creó un puente unidireccional entre las acciones callejeras y la organización terrorista que conllevaba desde la alteración política, lo que hoy llamaríamos escraches (comandos X), hasta el ingreso en ETA (comandos Z), pasando por los ataques a objetivos concretos (comandos Y). Cuando un 'cachorro' acumulaba una cuenta pendiente con la Justicia difícilmente reparable, pasaba al banquillo de la banda en los conocidos como 'taldes' de reserva.

El planteamiento era casi perfecto. Jóvenes radicales agrupados, diferenciados y con objetivos concretos. En cada acción, estaba todo medido

El planteamiento era casi perfecto. Jóvenes radicales agrupados, diferenciados y con objetivos concretos. En cada acción, estaba todo medido y controlado, no había un manifestante más ni un cóctel molotov menos. Religiosamente, a las 17:00 de cada viernes, se concentraban ante la Delegación del Gobierno las mismas personas (comandos X) mientras en otra parte del País Vasco ardía un número exacto de autobuses (comandos Y), llegando incluso a cesar cualquier actividad violenta en total sintonía con el momento social que se vivía y las órdenes recibidas. Es así como nace la cantera del terrorismo, con acciones menores dirigidas desde una banda que ostenta la responsabilidad del mando por dominio de la organización.

Las actividades de los CDR no difieren mucho de lo que ya hemos soportado en el País Vasco. Los vínculos entre la izquierda 'abertzale', el independentismo radical y la izquierda castellana son una realidad, pero con grandes diferencias. Esta nueva 'lluita de carrer' (lucha callejera) no tiene orden, y sin orden no hay control; no tiene una estructura definida, y sin reparto de funciones no hay objetivos concretos; no tiene un líder visible que ilumine sus acciones, y sin referentes no hay fe en la causa. En definitiva, los CDR se presentan como un grupo sin agrupación, con más fe que destreza, que dentro del caos es capaz de seleccionar sus objetivos.

Por mucho que quieran disimular, tienen estructuras jerarquizadas, reciben órdenes precisas y cuentan con gran capacidad de coordinación

Nada más lejos de la realidad. Es cierto que, debido a esa falta de control social, lo vivido en determinadas partes de Cataluña —con actos de pillaje en diferentes tiendas durante el momento más caliente de las protestas— nos hace desviar la mirada hacia el vandalismo o el delito común, y es precisamente de aquellos que abrazaban la causa de manera espontánea de los que los CDR sacan el mayor rendimiento para ser utilizados como 'pantalla' y ocultar el perfecto engranaje de violencia callejera que son. Las categorías inferiores del independentismo radical catalán, aun siendo todavía apenas unos cientos, utilizan la 'otra masa' a su antojo para dar una sensación de descontrol y así poner en jaque nuestro Estado de derecho.

Pero, por mucho que quieran disimular, es evidente que tienen estructuras jerarquizadas, subordinadas y coordinadas, reciben órdenes claras y precisas, tienen una red de apoyos y cuentan con una gran capacidad de coordinación. Los CDR son el escalón más bajo y visible de una nueva organización terrorista latente.

El terrorismo de la 'kale borroka' tenía ese sentimiento de pueblo que busca un fin, mientras que los CDR buscan un fin en ese sentimiento

La diferencia más significativa y que resulta condicionante es el momento histórico en el que se desarrollan las acciones, las nuevas generaciones del terrorismo callejero son nativos digitales que incluso anhelan una república digital catalana, y es precisamente esta digitalización lo que hace impredecible prever o atisbar el número exacto de manifestantes, de contenedores que se van a quemar, de adoquines que se van a lanzar, porque las comunicaciones vía RRSS, por muy seguras que se crean, siempre encuentran fugas de información, lo que supone más invitados a la fiesta de los esperados, ya que estas manifestaciones más toscas del denominado ‘discurso del odio’ proyectan en sus seguidores sentimientos de simpatía.

El terrorismo de la 'kale borroka' tenía ese sentimiento de pueblo que busca un fin, mientras que los CDR buscan un fin en ese sentimiento.

*Víctor Valentín Cotobal es vicepresidente de la Asociación Dignidad y Justicia, analista en terrorismo y coautor del libro 'Enaltecimiento del terrorismo: análisis jurisprudencial y policial del artículo 578 del Código Penal'.

Históricamente, toda forma de violencia continuada que persigue un fin ha trasladado sus reivindicaciones a las calles con actos de menor intensidad, manteniendo de este modo una tensión continua con las instituciones y evitando así la congelación de la causa entre sus simpatizantes y/o seguidores.

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