Tribuna
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El Gabinete en jefe
En cada legislatura, cada presidente ha confeccionado su corte según lo que creía más conveniente, adaptando así la estructura de la Moncloa a los objetivos políticos del Gobierno
El martes, vivimos una ceremonia de entronización 'millennial'. Tras la 'proskynesis' —con lealtad incluida al ciudadano Borbón—, se culminaron los fastos con una foto de familia que ni Goya hubiera recogido con más gracia e ironía.
Si el poder tiene su liturgia, la Moncloa es su templo. Lo que muchos denominan palacio es en realidad un complejo. Muchos edificios orbitando en torno al de Consejo de Ministros, escenario de las reuniones por todos conocidas y lugar habitual de trabajo del presidente del Gobierno. El palacio es otro edificio y es donde vive el presidente. En otro tiempo, fue morada provisional de Eisenhower, Nixon o Sadam Husein, por ser la residencia que Franco prestaba a sus visitas. Hoy, es el Palacio del Pardo el que tiene esa función y son el presidente de Francia o México los que duermen donde Franco. ¡Menos mal que se cambian los colchones!
De vuelta a la Moncloa. El único edificio que tiene un acceso directo al de Consejo de Ministros, es decir, al presidente, es el de Semillas. Es nuestro 'west wing' particular. El edificio nació como almacén donde se guardaban las semillas que custodiaba el Instituto de Investigaciones Agrarias —hoy, Ministerio de la Presidencia—. Este edificio ha sido la sede del Gabinete desde que Suárez nombrara a Carmen Díez de Rivera primera jefa de Gabinete de la democracia.
Pero no todo es Semillas. En el complejo de la Moncloa siempre ha habido varias fuentes de poder.
En la época de Aznar, la Secretaría General de Presidencia tenía el mismo rango que el Gabinete y ambos organismos dependían directamente del presidente. Se creaba así una competición entre ellos por la influencia en los asuntos del poder que Zapatero pronto resolvió en favor del primero. A cambio, creó su propia Oficina Económica logrando, nuevamente, la competición entre órganos próximos y equivalentes.
Otras fuentes de poder son la Vicepresidencia, la Secretaría de Estado de Comunicación y el Ministerio de Presidencia cuando no corresponde a la Vicepresidencia —como en la última etapa de Zapatero, con Jáuregui de ministro—.
En la época de Zapatero, era tal el roce entre la Vicepresidencia y el Gabinete que María Teresa Fernández de la Vega decidió salir del edificio Semillas y construir uno enfrente para no tener que compartir ni los pasillos con José Enrique Serrano.
En cada legislatura, cada presidente ha confeccionado su corte según lo que creía más conveniente, adaptando así la estructura de la Moncloa a los objetivos políticos del Gobierno o a la personalidad de cada uno de los cargos que allí cohabitaban.
Pero siempre permanecía una cosa invariable: el reparto de poder entre diferentes e iguales; una especie de 'check and balances' en el entorno del presidente; unos frenos y contrapesos entre aquellos que podían influir en el día a día presidencial. Poderes encontrados que, mediante su roce, equilibraban y ponderaban el análisis y la actuación política del Gobierno.
En la etapa del presidente Rajoy, había cuatro organismos que dependían directamente del presidente: la Vicepresidencia, el Gabinete, la Oficina Económica y la Secretaría de Estado de Comunicación. Cada uno con su rango y sus funciones, pero todos con acceso directo. Así es como se encontraron Sánchez y Redondo la Moncloa. En la primera legislatura del presidente Sánchez, el Gabinete fagocitó la Oficina Económica, incluyéndola dentro de su estructura. Solo quedaban tres. Además, el Gabinete, con Iván Redondo a la cabeza, aumentó el número de departamentos y elevó el rango de casi todos ellos. Si antes el Departamento de Análisis y Estudios era una subdirección general, pasó a ser una dirección general. Si el Departamento de Internacional era una dirección general, pasó a tener rango de subsecretaría. Y así con casi todos los departamentos del Gabinete. Esto se traduce en más asesores, más medios y más músculo político. Pero el martes supimos que, en esta nueva etapa, la Secretaría de Estado de Comunicación pasaba a estar controlada por el Gabinete.
Además, el jefe de Gabinete es el responsable directo del Departamento de Seguridad Nacional y el secretario del Consejo de Seguridad Nacional. También es responsable de la relación diaria con la jefatura del Estado y del protocolo de todos los actos de Estado y organización de las cumbres internacionales. La secretaría general está también bajo su mando y ahora será también el responsable de la flamante oficina nacional de prospectiva y estrategia.
Tantos querían mandar que acabó mandando solo uno. Habrá varias voces y una palabra, pero está claro quién es el encargado de escribir el discurso
Solo quedan dos fuentes de poder en Moncloa: el Gabinete y la vicepresidencia.
Pero aquí es donde la jugada de Iván Redondo para ser el vicepresidente 'in pectore' se convierte en una jugada maestra. No manda lo mismo una vicepresidencia cuando hay una que cuando hay cuatro. Pero, además, el único poder real que le queda a Carmen Calvo es la presidencia de la Comisión de secretarios de Estado y subsecretarios. Este es el organismo que prepara los consejos de ministros y es una de las mesas más importantes en términos de poder real y de gestión, aún más en un Gobierno de coalición, por la labor de coordinación interministerial que es necesaria. Pero nada se le ha escapado al jefe de Gabinete que, por ley, vicepreside esa reunión. Así que ahí, el único silo de poder que le queda a la vicepresidenta Calvo, lo vicepreside el jefe de Gabinete.
Ya no hay ni frenos ni contrapesos. Moncloa es Redondo. Tantos querían mandar que acabó mandando solo uno. Habrá varias voces y una sola palabra, pero está claro quién es el encargado de escribir el discurso.
*Abelardo Bethencourt, licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y cofundador y director general de Public.
El martes, vivimos una ceremonia de entronización 'millennial'. Tras la 'proskynesis' —con lealtad incluida al ciudadano Borbón—, se culminaron los fastos con una foto de familia que ni Goya hubiera recogido con más gracia e ironía.