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Nacho Corredor

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Una legislatura estéril

Marta Pascal marcará parte de la agenda política en Cataluña el mismo mes en que el independentismo volverá a ponerse ante un espejo como consecuencia de la inhabilitación de Torra

Foto: Imagen de Reimund Bertrams en Pixabay.
Imagen de Reimund Bertrams en Pixabay.

Hay quien puede considerar que inhabilitar a un cargo público por colgar un lazo durante unas horas es excesivo o desproporcionado. Pero el reverso de esa consideración es que resulta ridículo que el principal acto de subversión de quien decía haber llegado a la presidencia de la Generalitat para aplicar el llamado 'mandato del 1 de octubre' sea haber colgado una pancarta por un rato. Por mucho que insista la hiperbólica oposición, hoy la situación en Cataluña es menos crítica que en el inicio de la anterior legislatura.

El independentismo catalán cometió hace casi tres años su principal error al poner en práctica su gran baza negociadora: declarar la independencia. Hasta entonces, el nacionalismo catalán tenía la capacidad de presionar en un contexto de negociación política porque no se sabía hasta qué punto se estaba ante un escenario plausible, y qué podía pasar en caso de aplicarse. El 1 de octubre de 2017, casi un mes antes de la declaración de independencia, se llegó incluso a poner en cuestión que el Estado tuviera la capacidad de controlar su propio territorio: se celebró un amago de consulta en decenas de ciudades, pese a que el Gobierno de España dijo que no iba a haber ni una urna, ni algo parecido.

Foto: Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso, habla con Adriana Lastra, su homóloga del PSOE, el pasado 4 de enero. (EFE)

Sin embargo, la precipitación de los acontecimientos provocada por la inconsistencia del entonces 'president', Carles Puigdemont, la legítima ambición de superar al espacio convergente por parte de Esquerra y la 'manca de finezza' del Gobierno de España aceleraron el curso de la historia. La declaración de independencia y la posterior suspensión de la autonomía revelaron dos verdades incómodas: la Generalitat no tenía la capacidad (y, probablemente, ni siquiera la voluntad) de aplicar lo que declaraba, y las instituciones catalanas no tenían la capacidad (y, probablemente, ni siquiera la voluntad) de resistirse al cumplimiento del ordenamiento constitucional tras la aplicación del artículo 155.

Desde entonces, el independentismo inició una estrategia que ha logrado grandes cuotas de movilización como consecuencia de la complicada situación de sus líderes. Pero el debate público no ha girado ni sobre la exigencia de responsabilidades políticas por haber engañado al electorado durante un lustro, ni sobre la incapacidad del independentismo de poner en práctica un proyecto para el que no cuenta con mayoría social. La situación personal de los líderes independentistas ha retrasado la posibilidad de asumir el fracaso de la última apuesta del nacionalismo catalán, mientras en paralelo ha conseguido condicionar el desarrollo de la política española.

El Supremo mantiene la inhabilitación de Quim Torra como diputado

Pese a ello, ni siquiera el propio Quim Torra ha liderado el proyecto revolucionario que anunció: desobedeció unas horas manteniendo colgado un lazo en una fachada, para acabar retirándolo. Desobedecer, sí, pero solo un poco: esa es la esencia de los impulsores convergentes del 'procés', que ahora recriminan a ERC su falta de compromiso. En la práctica, sin embargo, no hay ningún representante institucional en Cataluña que haya tenido la voluntad clara de romper con el marco constitucional.

En este contexto, Marta Pascal, una de las responsables de que la moción de censura de Pedro Sanchez saliera adelante, contra el criterio de Puigdemont, publicará en los próximos días su libro 'Perdre la por' ('Perder el miedo'), prologado por el lendakari Iñigo Urkullu. Pascal, que paradójicamente fue forzada a dimitir por querer apartar del Gobierno a un partido corresponsable de haber generado la actual brecha territorial, marcará parte de la agenda política en Cataluña el mismo mes en que el independentismo volverá a ponerse ante un espejo como consecuencia de la inhabilitación de Quim Torra. Y también presentará su libro Artur Mas, quien dejará de estar inhabilitado a finales del mes de febrero. Debiendo ser consciente este último que que formó parte del problema, probablemente no pueda liderar la solución.

En paralelo, el vicepresidente del Govern, Pere Aragonès, protagonizará 'El independentismo pragmático', una biografía elaborada por la periodista Magda Gregori y que esboza el perfil de quien cuenta con el apoyo de Oriol Junqueras para presidir la Generalitat tras la estéril legislatura que se ha vivido en Cataluña. Pascal y Aragonès representan dos caras de una misma moneda: la del nacionalismo catalán que ha asumido la complejidad de la situación frente al discurso hiperventilado de un independentismo incapaz de reconocer sus limitaciones y reconocer sus errores, y que construye su proyecto con base en una complicada situación coyuntural que no da respuesta ni a la crisis de fondo, ni a las prioridades de la ciudadanía en Cataluña.

Foto: El presidente del Parlament, Roger Torrent, y el de la Generalitat, Quim Torra. (EFE)

Se ha instalado en parte de la opinión pública que Esquerra aspira a ocupar o sustituir el espacio que tradicionalmente ocupó durante tres décadas Convergència Democràtica de Catalunya (CDC): un partido nacionalista, moderado e implicado en la gobernabilidad de España. Sin embargo, bastaría recordar la historia de Esquerra, releer las declaraciones de sus líderes o analizar su base electoral, para considerar la posibilidad de que el partido liderado por Junqueras haya asumido que el principal elemento que frena sus aspiraciones es la falta de mayoría social. Y que para sumar a nuevos electores, y con ello ampliar la base social del independentismo, es necesario interpelar a quienes consideran que están expulsados del debate público en Cataluña: principalmente, electores castellanohablantes de la provincia de Barcelona preocupados por sus condiciones de vida materiales.

Desde esta perspectiva, Esquerra podría querer participar en la política española y del impulso de iniciativas legislativas con capacidad transformadora, porque es la única forma de aspirar a lograr algún día sus objetivos políticos. No porque hayan cambiado de proyecto. Mientras, en paralelo, el Partido Socialista estaría intentando justo lo contrario: acoger algunas demandas de algunos partidos nacionalistas catalanes, como instrumento para frenar el crecimiento al apoyo a estos partidos, apartar a los más extremistas y garantizar así la estabilidad en España. Ambas partes se necesitan coyunturalmente para el desarrollo de sus estrategias, pero los objetivos políticos de fondo son completamente distintos. Es tan absurdo pensar que Esquerra ya no es independentista como plantear que el PSOE quiere romper España.

Foto: Reunión semanal del Gobierno catalán. (EFE)

No obstante, lo cierto es que la deriva iniciada por el expresidente Puigdemont, e interpretada por el todavía 'president', Quim Torra, ha dejado huérfana a una parte del electorado nacionalista catalán, que tradicionalmente se había visto representado en un partido que, primero liderado por Jordi Pujol y más tarde por Artur Mas, había sabido combinar unas aspiraciones nacionales sin concretar (como hace cualquier Partido Comunista en el contexto de la Unión Europea, tener horizontes y utopías imposibles de aplicar en el siglo XXI) con la utilidad de su fuerza para seguir influyendo allí donde se toman las decisiones.

Pascal, que junto a un grupo de militantes de su propio partido e intelectuales nacionalistas ha impulsado el proyecto El País de Demà, representaría de algún modo lo que el Partido Nacionalista Vasco viene desarrollando en los últimos años para su comunidad autónoma. Las aspiraciones nacionales del PNV están fuera de toda duda, a la par que nadie duda del pragmatismo de una formación que ha entendido el ejercicio del poder como el arte de lo posible. Hoy por hoy, en Cataluña no existe una oferta política que quiera emular lo que representan los nacionalistas vascos, y es todavía una incógnita si una parte del nacionalismo catalán quiere o está en condiciones de plantear una oferta electoral.

La inhabilitación confirmada por el Supremo de Quim Torra como diputado pondrá a prueba de nuevo las costuras del sistema institucional

Cataluña vivirá en los próximos días y semanas nuevos episodios de convulsión. La inhabilitación confirmada por el Tribunal Supremo de Quim Torra como diputado acelerará el ritmo de los acontecimientos. No obstante, cabe destacar —como demuestra un análisis pormenorizado de los hechos— que hoy el sistema institucional catalán está fuera de la lógica que precipitó la historia hace ahora casi tres años. De ahí, de hecho, que una parte del independentismo, hoy minoritaria, liderada por el filósofo Jordi Graupera, amague con presentarse de nuevo a las elecciones (ya lo hicieron en Barcelona, sin éxito) contra el espíritu de 'qui dia passa, any empeny' (que vendría a ser una versión sofisticada del 'mucho lerele, pero poco larala').

La política catalana ha condicionado, condiciona y condicionará el desarrollo de la política española, y no se explicaría el éxito de la censura al Gobierno de Mariano Rajoy o el ascenso de Vox sin lo que ha pasado en los últimos años en Cataluña. Sin embargo, falta por aclarar en qué acaba derivando ese impacto. El nacionalismo catalán se divide entre quienes aspiran a eternizar la división y el conflicto sin plantear ningún proyecto, reconocer las propias limitaciones y aspirar a crear una nueva realidad, y quienes entienden la complejidad de la situación, asumen algunos de sus errores y se plantean la posibilidad (por motivos distintos) de influir en aquellas instituciones que tienen la capacidad de transformar la vida de las personas. Quién ganará es todavía una incógnita.

*Nacho Corredor es politólogo.

Hay quien puede considerar que inhabilitar a un cargo público por colgar un lazo durante unas horas es excesivo o desproporcionado. Pero el reverso de esa consideración es que resulta ridículo que el principal acto de subversión de quien decía haber llegado a la presidencia de la Generalitat para aplicar el llamado 'mandato del 1 de octubre' sea haber colgado una pancarta por un rato. Por mucho que insista la hiperbólica oposición, hoy la situación en Cataluña es menos crítica que en el inicio de la anterior legislatura.

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