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Esperar lo mejor, prepararse para lo peor
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Jaime Malet

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Esperar lo mejor, prepararse para lo peor

Para reducir los efectos de este desastre, la Unión Europea va a pasar, ahora sí, por su verdadero test de esfuerzo. También nuestros líderes en España

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

"Confundir la realidad con el deseo, lo que en inglés se llama 'wishful thinking', ha sido a mi juicio uno de los grandes errores colectivos cometido en España en nuestras dos últimas grandes crisis".

En la financiera de 2008, un optimismo irracional, muy español, llevó a pensar que la crisis mundial no nos afectaba. Así, seguimos hipotecándonos alegremente durante todo un año tras la caída de Lehman. Luego empezamos a ver los famosos brotes verdes por todas partes, y así, pudimos mantener artificialmente el tiempo de vino y rosas. Hasta que, finalmente, gastamos lo mucho que teníamos (en aquel momento, una deuda pública envidiable del 38% del PIB) en planes de inversión y gasto públicos como el Plan E, que de poco sirvió, pensando que con medidas de expansión fiscal se podía capear un tsunami financiero. En 2010, en medio de esta gran crisis, se puso en marcha, ejemplo paradigmático de lo que estoy diciendo, una campaña publicitaria de optimismo, que se llamaba estoloarreglamosentretodos.org, destinada a fomentar el consumo y actitudes positivas entre la ciudadanía. Según creo recordar, la campaña se fundió 17 millones de euros del sector privado en pocas semanas con nulo resultado. En cuatro años perdimos casi un 9% de nuestra riqueza, el desempleo llegó al 27% y la financiación española llegó a superar en más de 600 puntos básicos la del 'Bund' alemán.

Ese mismo optimismo irracional impidió que se tomaran medidas en la segunda gran crisis de nuestro tiempo, la crisis política que se inició en Cataluña en el año 2012. Desde entonces, el mantra más común entre muchos de los líderes políticos y económicos de cualquier signo fue siempre el mismo: “No hay que preocuparse, no pasará nada”. Los que vieron cómo el desastre se acercaba y pidieron medidas de prevención para impedirlo fueron apartados por molestos y exagerados. Y así el problema estalló con enorme contundencia y en contra de todo pronóstico en la segunda mitad de 2017. El resultado: la sociedad catalana divida e irreconciliable, muchos de sus representantes políticos con altas penas de prisión y la instauración de una cultura única en el mundo, que parece haberse afincado para siempre, de desobediencia institucional con dinero público.

El optimismo irracional permitió que estas dos crisis se agigantasen

Mientras pudo ejercerse, el optimismo irracional sirvió en ambos casos para reconfortar a la gente y dio merecido prestigio a sus profetas (nadie premia a los pájaros de mal agüero), pero no sirvió para solventar los problemas, sino, por el contrario, para inhibir la toma de acciones, contundentes y dolorosas, que sirviesen para atajarlos de raíz. Con un análisis más crudo y realista, se hubiese actuado a tiempo y quizás el resultado en ambos casos hubiese sido otro. En mi modesta opinión, el optimismo irracional permitió que estas dos crisis se agigantasen.

¿Volverá a pasar lo mismo con el Covid-19?

Entiendo que es enormemente difícil tomar decisiones en situaciones de esta magnitud, y en este sentido me solidarizo con los líderes que tienen esa enorme y sobrevenida responsabilidad. Pero, para que nuestro secular optimismo no nos lleve adonde nos llevó en las otras ocasiones, creo que es fundamental hacer un análisis profundo del peor escenario ('worst case scenario', en inglés). Solo así estaremos preparados para afrontarlo en caso de que llegue a pasar. En este sentido, hay que apoyar las últimas decisiones tomadas por el Gobierno de España. Con independencia del color político de cada cual y de cómo se valore el momento de tomarlas, la actitud y el tono del presidente Sánchez el pasado sábado fueron los que debe esperarse de un líder. Asimismo, me parece loable que el jefe de la oposición, Pablo Casado, y también Inés Arrimadas e incluso Santiago Abascal se hayan puesto a disposición del Gobierno.

Hay que apoyar las últimas decisiones tomadas por el Gobierno de España. Con independencia del color político de cada cual

Según algunas estimaciones, si las medidas de aislamiento no son efectivas (o no se consigue pronto una vacuna), el virus podría llegar a infectar al 70% de la población. De ese 70%, el 20% precisaría algún tipo de atención médica (25% con ingreso hospitalario), y de ese 20%, aproximadamente un 2% fallecería. Eso supondría que 130.000 españoles fallecerían, 6,5 millones enfermarían y, de ellos, 1,6 millones necesitarían ingreso hospitalario. Según Bloomberg, España tiene el mejor sistema de salud del mundo, pero, aun así, hay menos de 200.000 camas hospitalarias disponibles. En este sentido, aun contando con que estas cifras serán seguramente menores gracias a las estrictas medidas de contención, está claro que esto es algo más que una gripe y que el caos en el lado asistencial está asegurado. Para minimizarlo, como en cualquier crisis, se necesitan decisiones centralizadas en mentes muy frías. Solo así pueden reducirse notablemente estos números espeluznantes, como se ha logrado en Japón, Taiwán, Singapur o Hong Kong.

En cuanto al análisis económico, no hay antecedentes de un país occidental que en época de paz se paralice totalmente. Y menos cuando no solo se paraliza ese país occidental sino todos.

A fecha de hoy, desconocemos cuánto tiempo será necesario el aislamiento. Pero mientras dure, se reducen a la nada el ocio, el transporte, la restauración, la hostelería, el comercio… Este aislamiento puede durar 15 días o puede durar meses; hay que prepararse por si dura meses. La idea de que cuando se termine, el consumo y el turismo volverán con fuerza, en forma de V, es también optimismo irracional. No servirá para tomar medidas ni a los decisores públicos ni a los privados. Es muy posible que la crisis de confianza permanezca entre nosotros y el resto de los seres humanos por un tiempo. Aun si las medidas de confinamiento duran solo un mes, y la actividad se va retomando gradualmente en los próximos meses, debemos preparar a la población y al tejido productivo para una importante recesión, con varios puntos de reducción del PIB. Y la salida no va a ser de rebote automático. Durante un tiempo, la gente estará asustada y se contraerán el consumo, la exportación, la formación bruta de capital y la compra de equipamiento. El único vector con potencial para reducir el impacto será el sector público.

Este escenario toma a España (y a muchos otros países) con pocas herramientas. En España, tenemos una deuda pública del 95% del PIB, un déficit público del 2,54% y una deuda neta pública y privada, que debemos al extranjero, de aproximadamente el 80% de nuestro PIB. Nuestras empresas, pese a un trabajo de desapalancamiento notable y al saneamiento del sistema financiero, están todavía muy endeudas y el desempleo es todavía altísimo, por encima del 13%. También toma al Banco Central Europeo sin munición, como se vio la semana pasada, cuando tras las medidas anunciadas por Christine Lagarde (120.000 millones de euros en compra de activos) las bolsas europeas tuvieron su mayor caída histórica (superior al 12%).

placeholder La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde. (EFE / Armando Babani)
La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde. (EFE / Armando Babani)

Aun así, hay que diseñar urgentemente un Plan Marshall para la Unión Europea con medidas de impulso fiscal y monetarias extraordinarias. Es necesario un plan de inversión pública europeo masivo —de varios cientos de miles de millones de euros— que trabaje en cada país según sus prioridades para crear valor añadido a largo plazo, bien consensuadas con el sector privado (por favor, ¡no se cometa otra vez el error del Plan E!). Y ese plan de inversión debe combinarse con rebajas impositivas y políticas monetarias más ambiciosas, así como con una política de flexibilidad de requisitos de capital y liquidez a los bancos. Es necesario preservar el empleo —aunque sea reduciendo por ley salarios y suspendiendo las cotizaciones— y conseguir que el crédito siga llegando a las empresas y autónomos para evitar impagos y quiebras.

Para reducir los efectos de este desastre, la Unión Europea va a pasar, ahora sí, por su verdadero test de esfuerzo. También nuestros líderes en España. Las claves son consenso entre las fuerzas políticas, fraternidad entre los pueblos, colaboración entre el sector público y el privado y, por encima de todo, eficiencia. Los líderes políticos y económicos que, dejándose llevar por el optimismo irracional o por su ideología, no las apliquen, se irán —junto con otras muchas cosas que hasta hoy mismo nos parecían comunes y ordinarias— al rincón de la Historia.

*Jaime Malet es presidente de AmChamSpain.

"Confundir la realidad con el deseo, lo que en inglés se llama 'wishful thinking', ha sido a mi juicio uno de los grandes errores colectivos cometido en España en nuestras dos últimas grandes crisis".

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