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Alfonso Sánchez-Tabernero

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El coronavirus y la Universidad

El Covid-19 nos está dejando algunas enseñanzas. Hay al menos cuatro bastante claras, la primera: los desafíos mundiales nos recuerdan que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa

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Muchos de nosotros —incluso los más aficionados a las películas de ciencia ficción— nunca habíamos imaginado que viviríamos una cuarentena generalizada, con nuestras familias confinadas en sus casas y el país casi paralizado, con la excepción de los servicios mínimos que garantizan la atención de las necesidades básicas para los ciudadanos. El Covid-19 se ha infiltrado de modo sinuoso: primero ha afectado a unas pocas personas, pero el ritmo de contagios se está duplicando cada tres días. Si no detenemos la pandemia, si no ganamos tiempo, se colapsará nuestro sistema sanitario y no podremos atender bien a los más vulnerables. Para evitar esa tragedia ha sido necesario aprobar unos decretos que han destruido temporalmente nuestro estilo de vida.

Se han vaciado los hoteles, han cerrado todos los colegios y la mayor parte de los comercios, las calles están casi desiertas y muchas empresas están poniendo en marcha expedientes de regulación de empleo para evitar su quiebra. Nos encontramos ante una especie de experimento social no deseado: nuestra comunidad se ha convertido en un singular laboratorio, en el que podemos estudiar cómo cambian nuestros hábitos y qué efectos psicológicos, familiares y culturales tienen estas nuevas pautas. Cuando el virus sea vencido, podremos cuantificar también el impacto económico de la pandemia en las familias, en las empresas y en las cuentas públicas.

El ámbito académico no es ajeno a la crisis. La semana pasada, 81 universidades españolas de naturaleza presencial —existen otras seis a distancia, cuya actividad apenas se ha visto afectada— cerramos nuestros campus y enviamos a sus casas a casi un millón y medio de estudiantes. Ahora encaramos un triple desafío, quizás similar al que afrontan otras instituciones: la información, la docencia digital y la evaluación.

En primer término, es preciso dar explicaciones claras con la mayor rapidez posible con el fin de resolver la incertidumbre de los profesionales y los estudiantes. Algunas cuestiones aún no tendrán respuesta: por ejemplo, no será posible indicar cuándo se reanudarán las clases o si cambiarán las fechas de los exámenes. Pero hay que contar lo que se sepa y adelantarse a las preguntas que puedan surgir. En el fondo, se trata de que la comunidad universitaria confíe en que los que estamos al frente de cada centro académico les tenemos en cuenta, nos hacemos cargo de sus dificultades y les informamos adecuadamente.

El tercer desafío se refiere a la evaluación. Si la crisis se prolonga, será preciso realizar exámenes a distancia, con un adecuado sistema de garantías

El segundo reto consiste en pasar de una docencia básicamente presencial a un sistema 'online'. El Covid-19 nos ha obligado a acelerar nuestra transformación digital. La experiencia de los primeros días con los campus cerrados nos permite obtener ya algunas conclusiones: existen aplicaciones gratuitas muy útiles para la enseñanza 'online' y fáciles de utilizar por alumnos y profesores, que permiten adaptarse a los planteamientos diversísimos de las materias que se imparten; a la vez, conviene reconocer que la experiencia digital tiene límites: no es capaz de imitar el aprendizaje propio de los laboratorios o la multitud de conversaciones informales entre profesores y alumnos que suceden cada día en los campus.

El tercer desafío se refiere a la evaluación. Si la crisis se prolonga, será preciso realizar esos exámenes a distancia, con un adecuado sistema de garantías. En todo caso, quienes impartimos cada materia sabemos que al poner las notas nos evaluamos también a nosotros mismos: cuantificamos si hemos sido capaces de enseñar y motivar a nuestros estudiantes con explicaciones convincentes y con una exigencia alentadora.

Los momentos de la verdad constituyen ocasiones únicas para comprobar la fortaleza de nuestro carácter y la firmeza de nuestras convicciones. En estos días tan difíciles he percibido —y me consta que la experiencia de otras muchas universidades es similar— que tenemos unos estudiantes extraordinarios: se han ofrecido para ayudar en lo que haga falta; han entendido que aunque cierran los campus la universidad sigue abierta y que, por tanto, ahora les toca a ellos liderar su proceso de aprendizaje; han aceptado la necesidad de vivir en la incertidumbre y han comprendido que no podemos controlar todas las variables.

En las aulas universitarias se está formando una nueva generación de profesionales con excelentes conocimientos científicos y con espíritu solidario

Toda crisis provoca dolor y esta lo causará en muchas personas de todo el mundo. Pero el Covid-19 nos está dejando ya algunas enseñanzas. Hay al menos cuatro bastante claras: los desafíos mundiales nos recuerdan que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa y que avanzamos más cuando buscamos acuerdos; y entre las cosas que nos unen son siempre prioritarias la solidaridad, la búsqueda del bien común, la preocupación por los más vulnerables; por otra parte, es importante que dediquemos más fondos para investigar, porque la globalización —con sus innegables ventajas— nos hace, a la vez, más vulnerables; y, finalmente, debemos acelerar la transformación digital de las organizaciones: la tecnología cambia nuestras vidas y proporciona unas extraordinarias posibilidades de relación, trabajo y comunicación.

Además, en las aulas universitarias se está formando una nueva generación de profesionales con excelentes conocimientos científicos y con espíritu solidario, que serán capaces de afrontar los desafíos sanitarios, sociales, culturales y económicos del futuro. Quizás este sea uno de los hechos más esperanzadores detectados durante la pandemia.

* Alfonso Sánchez-Tabernero es rector de la Universidad de Navarra

Muchos de nosotros —incluso los más aficionados a las películas de ciencia ficción— nunca habíamos imaginado que viviríamos una cuarentena generalizada, con nuestras familias confinadas en sus casas y el país casi paralizado, con la excepción de los servicios mínimos que garantizan la atención de las necesidades básicas para los ciudadanos. El Covid-19 se ha infiltrado de modo sinuoso: primero ha afectado a unas pocas personas, pero el ritmo de contagios se está duplicando cada tres días. Si no detenemos la pandemia, si no ganamos tiempo, se colapsará nuestro sistema sanitario y no podremos atender bien a los más vulnerables. Para evitar esa tragedia ha sido necesario aprobar unos decretos que han destruido temporalmente nuestro estilo de vida.

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