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"Invocar Europa para la redención nacional"
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"Invocar Europa para la redención nacional"

Por encima del inevitable estertor del guion acreedores-deudores, la cuestión crítica corre galopante por la cancillería de Berlín y los circuitos de TV de Bruselas

Foto: Mural callejero en apoyo a víctimas y trabajadores sanitarios del coronavirus. (EFE)
Mural callejero en apoyo a víctimas y trabajadores sanitarios del coronavirus. (EFE)

Ver el devaneo mediático de nuestro presidente en medio del frenesí de la crisis es un espectáculo pobre. Añadir la vacuidad de propuestas para un pacto nacional hechas en el Parlamento a la oposición la semana pasada al albor de una tragedia con miles de muertos detrás es una consternación. Y constatar el desapego del foro soberano por excelencia ante el marco contextual europeo de la crisis, un estupor solo explicable por una mezcla de la inquina sectaria y la desorientación. Ayudarnos a nosotros mismos venciendo el sectarismo y el mito de la ingobernabilidad es ayudar a Europa. Por una vez.

Tras haber tenido éxito el Eurogrupo —los ministros de finanzas de la UE, con el primer frente de actuación conjunta (MEDE, Sure, BEI por €500bn) pendiente de aprobación por parte del Consejo— la cuestión de la financiación mutualizada, llámense eurobonos o coronabonos, ha quedado atisbada en el aire con la mención de un imprescindible Fondo de Recuperación, en fase de prospección. Por encima del inevitable estertor del guion acreedores-deudores, la cuestión crítica corre galopante por la cancillería de Berlín y los circuitos de TV de Bruselas.

La necesidad perentoria de compartir riesgos por razones económicas —la magnitud de la recesión que se viene—, financieras—la obsolescencia del antiguo marco de disciplina fiscal PEC 2010— y políticas —el hervidero de populismos de toda índole— absorbe seguro la mente de Merkel, la líder europea con mejor valoración de la década. Medir lo más rigurosamente posible la magnitud del desastre económico, la exploración técnica de opciones legales y el sondeo para un consenso parlamentario cualificado rompiendo equilibrios históricos dentro de su propio partido forman parte de su cuaderno de bitácora. Apurando un ECB ya impotente para restablecer el crecimiento, las opciones de la Canciller para dejar un testamento viable en Europa son muy escasas. Y tanto cruzar, como no hacerlo, la línea roja es un tabú en toda regla. Estamos sin duda en un momento político "cuántico", uno de esos en los que el realineamiento de intereses puede abrir la puerta a una realidad distinta.

Menos hervor muestra con Europa nuestro parlamento donde asistimos a un conato de pactos tan vacío de voluntad real como crispado, a pesar de la dimensión de la tragedia. Ni aún así. La complejidad y carencias de una gestión de crisis frenética tomaron naturalmente la agenda, pero la omisión en el debate del papel que tenga que tomar España en la búsqueda de esa otra concertación europea en proyecto es flagrante. Ese encaje puede no solo ser la cuestión práctica de Estado más apremiante a medio plazo, sino además erigirse como la inspiración vectorial para nuestro propio acuerdo nacional. Que este pueda ser un exponente potenciador de las probabilidades de éxito para aquel foro europeo, debiera suponer un aliciente descomunal para esas fuerzas constitucionalistas que si sean conscientes de lo que ahora se juega Europa y, por tanto, España. La directriz Europa es precisamente la única que ofrece propiedades catárticas para cualquier intento de refundación de unos nuevos Pactos de la Moncloa invirtiendo el eje de introspección y fragmentación sectaria, némesis de nuestra política.

Como ocurrió durante las elecciones generales del año pasado, el papel tangencial de Europa en estos escarceos es testimonio de la deriva introspectiva y cainita, de la desorientación supina de nuestras fuerzas políticas sobre dónde se encuentra nuestro interés general. Una contracción económica que probablemente supere el 10%, una deuda que se incremente en un 20-30% y un paro que para la juventud desborde el 40 o el 50% no es un diagnóstico para andar a la ligera por libre. Aun así, el problema de una interlocución lo más creíble y legítima posible en Europa —aquella que pueda hacer de la responsabilidad pública una consigna existencial y además venderlo— no se plantea. Como no puede ser de otra manera, cualquier formato de mutualización a futuro llevará inextricablemente aparejada una disciplina insalvable de naturaleza más estructural que la vista hasta ahora. Convocar pues realmente la representatividad política de la mayoría popular —un espíritu del 221— es no solo una cuestión de emergencia nacional en la gestión de la crisis, también es un incentivo vital a que la concertación europea rompa positivamente. Sencillamente los réditos de consignas ideológicas, comunismos y secesionismos no son de recibo.

Curiosamente, la oposición no parece haberse apercibido del bajísimo perfil con el que Sánchez se ha posicionado en el debate europeo sobre la financiación mutualizada. Frente a las propuestas concretas de Francia o al clamor en Italia, Sánchez simplemente se ha apuntado al carro. La desconexión entre lo que Sánchez hace dentro y lo que dice fuera es precisamente el punto flaco de la propuesta socialista esquizofrénica y donde la representación del Estado se hace más inocua; en Europa no se chupan el dedo. Son esas dos realidades paralelas surrealistas: el imaginario frentista e introspectivo que resucita los tremores del pasado, y la apariencia de ortodoxia frente a Europa encarnada en la figura singular de Calviño, sobre la que pende cualquier residuo de credibilidad. Salvo alguna exposición en los medios vocalizando el posicionamiento español ante la mutualización, en Bruselas ha pasado comparativamente de puntillas. Con razón.

Sorprende que su instinto político y "manual de supervivencia" aún no le susurre la imperiosa necesidad de un cambio de aires

Sánchez sabe que en Europa son conscientes de que lleva años, desde el 2016, mareando la perdiz y subsidiando el voto fácil a cargo del déficit, que sus socios de gobierno, comunistas y secesionistas xenófobos son el paradigma del antieuropeísmo —cuenten lo que cuenten— y que la mendacidad se ha convertido en moneda de demasiado curso en la acción política. Y sabe también que este plantel le ha pillado en la peor coyuntura posible para forzar ni un ápice la tolerancia del personal. Quizá por falta de sueño, pero, en rigor, sorprende que su instinto político y "manual de supervivencia" aún no le susurre la imperiosa necesidad de un cambio de aires con propuestas de concierto reales. Solo le queda ser absolutamente instrumental.

Del compromiso tenue con el proyecto Europa también participó el PP, pero no por lo que hizo sino por lo que dejó de hacer. Superada la presión de los mercados y tras acometer con éxito las prescripciones del rescate bancario y gozar de las bondades del ECB, nunca fueron plenamente conscientes del capital político que tuvo este país a la hora de contener la crisis del euro 2012-2015. Fuimos el ejemplo de que con rigor y seriedad, las reducciones del déficit y el reposicionamiento competitivo de la economía, se sale de la crisis. Frente al caos griego validamos a Merkel, pero no capitalizamos ese rédito político estando legitimados para profundizar en la discusión hacia una unión fiscal (léase eurobonos en algún formato), una cuestión de Estado, que recurre ahora impostergable. Pretender activar ese crédito político puede ser algo de lo que echara mano un gobierno de concertación real.

Ayudar a que la tensión psicológica del Norte acreedor, azuzada estos meses entre la suspicacia hacia un Sur incumplidor e irresponsable y la necesidad urgente de presentar un frente común de solidaridad y disciplina, rompa a favor de esta segunda, es una labor sutil pero inaplazable. Observar allí el cambio de tenor de la opinión pública al respecto de la naturaleza transversal y exógena de la crisis y de la pertinencia de aunar esfuerzos, apunta a una disposición genuina. No es 2012. Debiera suscitar en contrapartida un propósito auténtico de reciprocidad y compromiso solo creíble realmente, ejercitable, por la máxima representación política. Con perspectiva histórica y afinando el oído, nunca nos hemos necesitado más mutuamente. No llegar a una concertación nacional real en España es efectivamente fallar a Europa, con agravante y alevosía.

En estos momentos críticos este país no puede ser desagradecido con lo que ha supuesto la UE para el periodo más feliz de nuestra historia moderna. Son más de 40 años que corroboran el éxito absoluto en nuestra reintegración a la modernidad y un progreso económico sin precedente. Esa realidad es inequívoca y la refutación más palmaria de las pretensiones revisionistas de la transición del 77 a la que aspiran subrepticiamente los socios de gobierno de Sánchez. Ser agradecidos con Europa pasa por ser capaces de articular ese frente común realmente mayoritario y representativo de la población. Pinchar de paso la burbuja esquizofrénica del imaginario frentista y abortar el abrazo inconsciente Zapatero-Sánchez que inspira la legislatura. Por una, y primera, vez un gobierno de concertación mayoritaria que rompa el mito de la discordia, la ingobernabilidad y la irresponsabilidad, nuestro estigma, nuestro prejuicio cultural por excelencia. Ellos están por sujetar los suyos.

La oposición tiene que estar a la altura de este momento histórico con miras a facilitar la proyección en Europa de otra España real muy distinta, competente, a la que ahora está representada. A tal efecto, hagan de necesidad virtud. Necesitando, tápense las narices y miren a 5, 10 años vista. Contraoferten unos Pactos de la Moncloa con el vector cardinal de Europa, faciliten y participen. Háganse cargo de las limitaciones psicológicas y competenciales de Sánchez y Gobierno, partan de ello como una premisa y presenten públicamente una oferta que Sánchez no pueda rechazar. Sánchez necesita ayuda, España necesita ayuda y Europa necesita a España para su propia concertación. Todo una cuestión de Estado. La forja de un proyecto de solidaridad y disciplina conjunta a futuro, quizá una simiente de proyecto constitucional europeo es lo que se cuece. Cualquier instrumento de recuperación económica europeo es el abono para la profundización en la integración fiscal y política.

Interpretémonos por y para Europa. Convergen intereses y valores. Por haber encarnado la excepción del Sur en tiempos de crisis, tenemos un papel ciertamente importante en dar credibilidad a esta Europa que se debate. Y más allá de las vicisitudes económico-financieras, la necesidad de confrontar narrativas nacionalistas irredentas parece cortada por el mismo patrón. Somos el testimonio craso, un aviso, de a dónde conduce la deriva centrífuga de cuyos excesos y limitaciones hemos sufrido por antonomasia. Contribuir a superar esta Europa forjada durante siglos sobre relatos nacionalistas evoca en nosotros mismos cierto aire fatídico pero, sobre todo, pone en cuestión la naturaleza de la disyuntiva en toda su profundidad. O todos juntos o pinta fatal, sin excepciones; o por y para Europa, o la fragmentación y la disipación.

Ver el devaneo mediático de nuestro presidente en medio del frenesí de la crisis es un espectáculo pobre. Añadir la vacuidad de propuestas para un pacto nacional hechas en el Parlamento a la oposición la semana pasada al albor de una tragedia con miles de muertos detrás es una consternación. Y constatar el desapego del foro soberano por excelencia ante el marco contextual europeo de la crisis, un estupor solo explicable por una mezcla de la inquina sectaria y la desorientación. Ayudarnos a nosotros mismos venciendo el sectarismo y el mito de la ingobernabilidad es ayudar a Europa. Por una vez.

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