Tribuna
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Cooperación al desarrollo, razón global
La igualdad forma parte desde hace años de las políticas de cooperación española, una fortaleza que compartimos con otros países
El impulso de la cooperación al desarrollo es un asunto inaplazable. De hecho, en febrero de 2020, mes y medio antes de iniciarse el estado de alarma por el coronavirus, el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación anunciaba su nueva estructura y la creación de una Secretaría de Estado de Cooperación Internacional con entidad propia. El mensaje era explícito: la cooperación al desarrollo sostenible se incorporaba a la primera línea de las políticas públicas del Gobierno y de la Acción Exterior.
La irrupción del covid-19 ha trastocado de forma abrupta toda la estrategia de actuación prevista para este inicio de legislatura, relegando a un momento posterior las grandes reformas estructurales, normativas e institucionales sobre cuya necesidad hay consenso entre los actores de la cooperación, para imponer una respuesta inmediata a las exigencias a más corto plazo que nos impone la pandemia.
Ahora más que nunca tenemos la obligación de explicar por qué la solidaridad representa una dimensión esencial del progreso mundial, por qué en las crisis globales, como la actual, cuando entran en peligro los bienes comunes de la humanidad —salud, clima, seguridad alimentaria, paz—, el mundo desarrollado debe priorizar sus acciones para atender estas urgencias principalmente a través de los organismos internacionales, en particular los de la familia de las Naciones Unidas. Si bien el imperativo ético de equidad y defensa de los derechos humanos es el motor de la cooperación, el efecto boomerang del virus ofrece otra razón poderosa: apoyar las gobernanzas y sistemas institucionales, económicos, sociales, sanitarios, etc. de los más vulnerables revierte en un beneficio general y, a la postre, en nosotros mismos. Por eso, aunque la lógica del repliegue en tiempos convulsos es comprensible, en nuestra aldea global las respuestas a los grandes desafíos solo funcionan si son concertadas. El economista Jorge Sicilia lo explica de un plumazo: "No terminará el problema hasta que esté vacunada la última persona del planeta".
Hay que reorientar el foco, hacia más salud, investigación y más partenariados público-privados
Esta crisis presenta la oportunidad de tomar conciencia sobre la importancia de lo global, de lo público y de las acciones coordinadas. De no ser por los llamamientos internacionales de la Organización Mundial de la Salud, la situación sería aún mucho más difícil. La Unión Europea, que ha lanzado la iniciativa Equipo Europa, realiza más de la mitad de la cooperación en el mundo. En la conferencia de donantes del 4 de mayo, convocada por la Comisión Europea, se recaudó la cantidad récord de 7.400 millones de euros —España contribuyó con 125—para el desarrollo de vacunas, diagnóstico y tratamientos contra el covid-19, así como para garantizar el acceso a estos para todos. Es solo un ejemplo de las ventajas que brinda el sistema multilateral; de ahí la necesidad de proteger lo construido y seguir avanzando. Hay que reorientar el foco, eso sí, hacia más salud, investigación y más partenariados público-privados, y también hacia el apoyo a las consecuencias socioeconómicas que el covid-19, y el confinamiento que nos ha impuesto, dejará en las poblaciones más vulnerables del planeta.
Respecto a nuestro país, quisiera poner en valor la labor no por todos conocida de la Cooperación Española (CE), que comprende cuatro entidades adscritas a la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional —AECID, Instituto Cervantes, FIIAPP y Fundación Carolina— y opera bajo un sistema de alianzas con múltiples actores: ONGD, gobiernos, CCAA, empresas, universidades, organizaciones internacionales y sociedad civil. España fue receptora de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) hasta 1977, es decir, otros nos aportaban recursos para suplir nuestras múltiples carencias de entonces. Hoy, tras varias décadas en que somos cooperantes activos, la AECID, nuestra principal agencia de cooperación al desarrollo, gestiona en América Latina y el Caribe los mejores programas de agua y saneamiento del mundo, modelos de referencia con dimensión integral y enfoque de género. Junto a infraestructuras de captación, potabilización y reparto de agua, redes de alcantarillado, manejo de residuos y gestión del recurso hídrico —de por sí, esto ya supone un impacto formidable sobre la salud y el medio ambiente—, se actúa en áreas complementarias de salud, conocimiento o generación de empleo, entre otras, siempre con el apoyo transversal a las mujeres, quienes constituyen un poderoso vehículo de transformación para el bienestar familiar, progreso comunitario y mantenimiento de la paz. La igualdad forma parte desde hace años de las políticas de cooperación española, una fortaleza que compartimos con otros países.
Compromiso 5P
Los escenarios de la cooperación son complejos, presentan serias dificultades, demandan pericia, criterio y compromiso. Es algo que saben bien las ONGD y los cooperantes, un batallón inspirador de profesionales repartidos por el mundo cuyo trabajo sobre el terreno resulta vital; son la cara más visible de la cooperación. Los programas de la AECID conllevan a menudo procesos largos; por ejemplo, se necesitaron seis años para la recuperación del vertedero nicaragüense de La Chureca, el mayor al aire libre del continente donde durante décadas convivieron familias y animales junto a toneladas de basura esparcidas por cuarenta hectáreas de extrema degradación. A través de la CE, La Chureca dio paso en 2013 a la planta de tratamiento de residuos sólidos urbanos más moderna de América Latina. El municipio prosperó social y económicamente, se puso fin a la insalubridad, se preservaron aguas y suelos y desapareció la polución atmosférica. Hoy su gente puede afrontar mejor la pandemia gracias al agua segura, que es la primera barrera contra el virus. La improvisación, por tanto, no es una característica de la cooperación y sí la estrategia. El propio esquema de alianzas exige metodología y orden a todos los niveles: nacional, europeo y mundial, imbricados como si fueran muñecas 'matrioshka'. Hay planes ejecutivos, análisis especializados y resultados evaluables; incluso la ayuda humanitaria, que está obligada a la respuesta inmediata, ajusta previsiones para no dejar atrás a las poblaciones olvidadas de conflictos crónicos, esos millones de migrantes, refugiados y desplazados a lo ancho del orbe.
Todas las actuaciones de la cooperación internacional siguen la senda de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, actual marco global regulatorio, un armazón que articula 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El primero y más determinante es acabar con la pobreza, y de él parte el resto: lucha contra el hambre, por la salud, educación, comercio justo, industrias sostenibles, etc. Este mosaico de piezas interrelacionadas y corresponsabilidad aborda de manera conjunta las conocidas como '5P': paz, planeta, personas, progreso y partenariados (alianzas). La visión colectiva obliga a ser funcionales, el individualismo tiene escaso recorrido en la prosperidad del planeta. La pandemia del coronavirus es la constatación más evidente de que la salud es un bien global y que los países no pueden salir adelante por sí solos en una fatalidad que afecta a la humanidad. Nuestra seguridad depende de la del resto. No importa cuán lejanos parezcan los problemas ajenos, el aislacionismo y la inacción constituyen la peor táctica de protección. Vivimos todos interconectados e inmersos en la desigualdad: si se descorre el telón, lo que aparecen son esas "islas de riqueza en mares de pobreza" que menciona el fotógrafo Sebastião Salgado.
España está presente en 35 países y territorios, con más de la mitad de sus socios prioritarios en América Latina y el Caribe, dados los vínculos históricos, culturales y económicos que compartimos. La cooperación técnica y financiera son instrumentos principales, pero nada sería posible sin el mejor activo que tenemos: la cartera humana. Todos y cada uno hacemos la diferencia, desde el sector privado comprometido con la responsabilidad social corporativa hasta el profesorado que impulsa la Educación para el Desarrollo (EpD) en las aulas o los voluntarios, cooperantes sobre el terreno, fundaciones, laboratorios, instituciones financieras, gobiernos locales… En este ajedrez multipolar, todas las piezas importan si queremos dar jaque mate al coronavirus: juntos ganamos o perdemos.
Los acontecimientos que vivimos impelen a un cambio de paradigma, a una mirada más humana e inteligente. La realidad resulta estremecedora: 822 millones de personas sufren hambre crónica, sumados a 135 más en pobreza extrema y otros 185 al borde de la misma; el 30 % del planeta carece de agua segura y seis de cada diez personas de saneamiento; el 60 % de población pobre vive en países de renta media, que a su vez constituyen el 75 % de los del mundo. La cooperación debe estar ahí. Cifras tan desoladoras no nos impiden mirar adelante con certeza y esperanza; las buenas noticias también cuentan, como el clamor mundial contra el cambio climático o que 40 de los 54 países pertenecientes a la Unión Africana estén mostrando una progresión sostenida durante los últimos diez años. Es verdad que el primer paso no lleva a donde queremos, pero nos saca de donde estamos. En cooperación creemos en la razón global y caminamos sin pausa para contribuir al desarrollo coherente y respetuoso con el planeta y la dignidad humana.
*Ángeles Moreno Bau es Secretaria de Estado de Cooperación Internacional
El impulso de la cooperación al desarrollo es un asunto inaplazable. De hecho, en febrero de 2020, mes y medio antes de iniciarse el estado de alarma por el coronavirus, el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación anunciaba su nueva estructura y la creación de una Secretaría de Estado de Cooperación Internacional con entidad propia. El mensaje era explícito: la cooperación al desarrollo sostenible se incorporaba a la primera línea de las políticas públicas del Gobierno y de la Acción Exterior.