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Francisco Igea

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No enfermemos de odio

Busquemos soluciones para el futuro, pero dejemos la búsqueda de los culpables para quienes tienen ese oficio. Es hora de trabajar por el futuro de todos. Es la hora de construir

Foto: El ministro de Sanidad, Salvador Illa (c), y el resto de diputados guardan un minuto de silencio en memoria de las víctimas del covid-19. (EFE)
El ministro de Sanidad, Salvador Illa (c), y el resto de diputados guardan un minuto de silencio en memoria de las víctimas del covid-19. (EFE)

Un político sabe bien que todas las semanas, si no son todas las mañanas, ha de desayunarse su ración de odio. Odio en las redes, odio en los medios, odio en la calle. Vivimos en una sociedad globalizada que utiliza de forma masiva las tecnologías de la comunicación para demostrar su odio. Muy pocas personas son capaces de viralizar mensajes de amor o solidaridad. Es mucho más frecuente viralizar el enfrentamiento. No digo que no sea posible, hemos visto algunos casos, pero, en general, es el odio el que alimenta nuestros medios.

Durante estos duros meses vivimos, sin embargo, algunos momentos de auténtico espejismo: aplaudimos a nuestros héroes, recordamos a nuestros mayores, cantamos viejas canciones todos juntos, nos animamos unos a otros y se vendieron más flores que nunca. Todos estos gestos tenían la misma finalidad, marcar con la sangre del cordero las jambas de nuestras puertas. Queríamos que el mal, el verdadero mal, pasase de largo ante nuestra casa. Bailamos una especie de 'haka' comunitaria para ahuyentar la enfermedad.

Hay quien agita los muertos, hay quien agita la crisis económica, hay quien los ERTE. Hay desgracias para todos

Es evidente que nosotros lo conseguimos, hoy estamos aquí escribiendo sobre ello. Pero no, desgraciadamente, el mal no nos hizo mejores. Únicamente confinó nuestras miserias junto a nuestros miedos. Hoy, pasado el peligro, como después de los bombardeos, afloran los saqueadores. Afloran quienes movidos por el dolor, la venganza, el miedo o la rabia quieren linchar al enemigo político. Da igual quién sea. Todos han, todos hemos, tenido participación en algún grado. Pueden ser líderes autonómicos, miembros del Gobierno, diputados o simples concejales. Todos corremos entre las ruinas persiguiendo al otro o huyendo de él. Hay quien agita los muertos, hay quien agita la crisis económica, hay quien los ERTE. Hay desgracias para todos. Mientras nosotros nos lanzamos los cascotes de las ruinas, los unos a los otros, hay quien llora en silencio a sus seres queridos, hay quien hace cola para recibir un alimento que hasta ayer se ganaba honradamente.

Hay gente desesperada que nos mira estupefacta, con la boca entreabierta y agarrada a sus últimas esperanzas como un niño pequeño aprieta contra el pecho un oso de peluche. Mientras nos insultamos y nos echamos los ancianos a la cabeza, hay quienes pasan con lejía las mesas de las terrazas, quienes abren sus librerías con la esperanza de que estos meses hayan provocado la sed de aventuras y viajes que solo la literatura puede saciar. Mientras discutimos nuestras culpas, el país intenta echar a andar.

No crean que con esto quiero eludir las responsabilidades que nos sean exigibles. Es sin duda la hora de la justicia

Dije al principio que todos los políticos nos desayunamos cada mañana con nuestra ración de odio, pero un buen político tiene que ser capaz de digerirlo y convertirlo en motivación. Un buen político tiene que ser capaz de tragarse el orgullo y utilizar esa energía para remover los obstáculos que impiden que ciudadanos y empresas puedan volver a ponerse en marcha. Para eso nos pagan. Así que pongámonos a ello, lleguemos a los acuerdos que nos reclaman o, al menos, sumemos mayorías estables. Utilicemos lo aprendido no para agredir al otro sino para ayudar a quien lo necesita. No nos paremos a tirar una piedra a cada perro que nos ladra en el camino. No llegaríamos muy lejos.

No crean que con esto quiero eludir las responsabilidades que nos sean exigibles. Es sin duda la hora de la justicia. La ansiedad y las dudas de algunos familiares así lo exigen. Dejemos que la Justicia haga su trabajo con calma. Sometámonos al escrutinio lento y certero del derecho. No hay mejor arma contra la intolerancia y el odio que el triunfo del derecho. Pero no utilicemos el dolor de tanta gente para sacar rédito en parlamentos y tribunas. Analicemos, eso sí, con frialdad los números, las causas y las consecuencias. Busquemos explicaciones y soluciones para el futuro, pero dejemos la búsqueda de los culpables para quienes tienen ese oficio. Es hora de trabajar por el futuro de todos. Es la hora de construir. Ya se ha destruido bastante.

Un político sabe bien que todas las semanas, si no son todas las mañanas, ha de desayunarse su ración de odio. Odio en las redes, odio en los medios, odio en la calle. Vivimos en una sociedad globalizada que utiliza de forma masiva las tecnologías de la comunicación para demostrar su odio. Muy pocas personas son capaces de viralizar mensajes de amor o solidaridad. Es mucho más frecuente viralizar el enfrentamiento. No digo que no sea posible, hemos visto algunos casos, pero, en general, es el odio el que alimenta nuestros medios.

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