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No podemos quitar los ojos del manillar. No podemos bajarnos de la bicicleta. No podemos pararnos a explicar a la multitud, que nos increpa en cada curva, que ya no podemos más

Foto: Una mujer con un traje de bioseguridad descansando. (EFE)
Una mujer con un traje de bioseguridad descansando. (EFE)

Te duele la espalda, una puñalada en el costado con cada inspiración. Una inspiración incapaz de llenar de aire fresco los pulmones. Las piernas no responden. No puedes hablar. La cabeza es incapaz de coordinar la acción de tu cuerpo y tu mente. Miras a la siguiente curva, rezando porque allí esté ya la cima. Llegas, giras y observas desesperado a través del sudor que aún hay otra rampa pronunciada hasta la siguiente curva. Te pones de pie sobre la bicicleta y les pides a tus cuádriceps un nuevo esfuerzo. No sabes cuántas curvas quedan, ni cuánto vas a poder aguantar. Ya no dependes de tu cuerpo, dependes solo de tu voluntad. Tu voluntad de no rendirte. ¡Sería tan fácil poner pie a tierra y continuar empujando la bici o esperar a que el coche escoba viniera a buscarte!

Una clase política agotada también tras meses de tensiones constantes. Decisiones difíciles y duros castigos mediáticos tras cada una de ellas

Este es el sentimiento de nuestra población y nuestros profesionales. Más de ocho meses de sufrimiento, muertes y restricciones. Una cuesta arriba continua, cada vez más empinada. Una escalada a la que no parece vérsele el final. Detrás de cada curva se ve una rampa más pronunciada. De vez en cuando, un falso llano y una esperanza que vuelve a frustrarse. Unos hospitales que funcionan al 120% durante meses, una Atención Primaria desbordada por una epidemia que exige precauciones que la población ya no comprende. Una población agotada emocionalmente por meses de privación de su forma de vida y sus afectos. Un daño económico en miles de familias que se incrementa a cada restricción. Una clase política agotada también tras meses de tensiones constantes. Decisiones difíciles y duros castigos mediáticos tras cada una de ellas. Gestionar un sistema sanitario agotado, cuyas costuras ya no aguantan tanta presión. Una perspectiva económica muy delicada, que obliga a hacer las peores previsiones. Unos sectores que demandan justamente atención a sus problemas. Meses de una política de malas noticias en cada rueda de prensa. Meses de dirigirte a tus ciudadanos pidiéndoles cada día, cada semana, un nuevo esfuerzo.

Nuestra nación está subiendo el Tourmalet y tras cada curva se encuentra una multitud que la atosiga, incluso cuando intenta animarla. No podemos quitar los ojos del manillar. No podemos bajarnos de la bicicleta. No podemos pararnos a explicar a la multitud, que nos increpa en cada curva, que ya no podemos más. Tenemos que seguir. Decenas de miles de personas han perdido la vida. Familias que han perdido a sus padres. Hermanas que lloran a sus hermanos. Maridos que vieron cómo un día su compañera de toda una vida salía de la residencia acompañada por unos seres extraños, envueltos en plásticos, y ya nunca regresó. Pequeños empresarios, que pusieron esfuerzos y años de sudor en abrir un pequeño negocio con el que alimentar y ofrecer un futuro a su familia, que hoy nos gritan desesperados mientras ven sus sueños escurrirse como el agua entre sus dedos. Sanitarios que han visto cómo algunos compañeros perdían sus vidas y otros quedaban dañados, aún no sabemos cuánto ni por cuánto tiempo. Demasiado sufrimiento para bajarse ahora.

Tenemos entre todos que meter la cabeza en el manillar y pedirles a nuestras piernas, a nuestros pulmones, a nuestra cabeza un esfuerzo conjunto

Sin embargo, sabemos que hay una cima. Sabemos que llegaremos allí arriba y podremos sentarnos, sobre el pretil de piedra de la última curva, a mirar lo que dejamos atrás. Tenemos entre todos que meter la cabeza en el manillar y pedirles a nuestras piernas, a nuestros pulmones, a nuestra cabeza un esfuerzo conjunto más. No llegaremos si la fatiga nos lleva a la descoordinación, si nuestras rodillas ya no siguen el ritmo que el cerebro les pide, si nuestros pulmones se cansan de subir y bajar el fuelle que alimenta de oxígeno nuestra sangre. Si nuestro corazón decide un buen día que ya se ha agotado de tanto latir. Entonces no llegaremos. Solo llegaremos si somos capaces de sufrir juntos, de llorar juntos. Debemos administrar con inteligencia nuestra fatiga, dar un descanso de vez en cuando a los muslos, aprovechar cada falso llano. Pero, sobre todo, tenemos que tener la absoluta seguridad de nuestra capacidad. La capacidad de una nación que ha demostrado saber sufrir a lo largo de su historia. Hay una cima esperándonos, no desfallezcamos.

*Francisco Igea, vicepresidente y portavoz de la Junta de Castilla y León.

Te duele la espalda, una puñalada en el costado con cada inspiración. Una inspiración incapaz de llenar de aire fresco los pulmones. Las piernas no responden. No puedes hablar. La cabeza es incapaz de coordinar la acción de tu cuerpo y tu mente. Miras a la siguiente curva, rezando porque allí esté ya la cima. Llegas, giras y observas desesperado a través del sudor que aún hay otra rampa pronunciada hasta la siguiente curva. Te pones de pie sobre la bicicleta y les pides a tus cuádriceps un nuevo esfuerzo. No sabes cuántas curvas quedan, ni cuánto vas a poder aguantar. Ya no dependes de tu cuerpo, dependes solo de tu voluntad. Tu voluntad de no rendirte. ¡Sería tan fácil poner pie a tierra y continuar empujando la bici o esperar a que el coche escoba viniera a buscarte!

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