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¿Una incipiente pulsión centrípeta?

Si bien los españoles siguen considerando preferible el multipartidismo, al mismo tiempo parecen estar experimentando una incipiente pulsión centrípeta

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)
Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE)

¿Está acaso España en camino de dejar de ser una sociedad políticamente moderada? ¿Nos hallamos realmente ante una inminente amenaza fascista? ¿Está, de verdad, a punto de caernos encima una especie de cóctel anarco-comunista? Estas dos burdas exageraciones (imposibles de creer para quien sepa algo de lo que tales términos realmente significan) perturban últimamente el discurso público nacional y pugnan por tensionarlo, inyectándole radicalismo. Por el momento, hay que reconocerlo, con escaso éxito de público más allá de la autista burbuja en que ha devenido nuestra vida política nacional.

La ciudadanía, en efecto, parece inmune a tan intenso e inverosímil estruendo alarmista (alarmada, como realmente está, en cambio, por cosas mucho más cotidianamente tangibles, como la situación sanitaria y socioeconómica) y sigue anclada de forma clara en el mismo nivel de moderación ideológica y de capacidad de convivencia que la ha caracterizado durante estos cuatro últimos decenios. Según datos recientes de Metroscopia, en la escala ideológica de 0 a 10 usualmente utilizada para captar los alineamientos ideológicos básicos (0= extrema izquierda, 10= extrema derecha), el 60% de los españoles se sigue posicionando en los valores centrales (4, 5 o 6), y tan solo un 8% lo hace en los puntos extremos (un 5% en el 0 y el 1; un 3% en el 9 o 10). El perfil ideológico resultante (una casi perfecta campana de Gauss) indica que sigue predominando de forma clara en nuestra ciudadanía la pulsión centrista que aportó —hace ya más de 40 años— la transición a la democracia.

Foto: Pablo Iglesias. (EFE) Opinión

Siete de cada 10 españoles piensan en estos momentos que la nuestra es una democracia avanzada: coinciden, pues, con las evaluaciones externas, de conjunto, sobre nuestro sistema político. Pero, al mismo tiempo, una proporción similar considera que funciona deficientemente y que corre el riesgo de deteriorarse seriamente. Por dos motivos: la persistente incompetencia en el desempeño de sus funciones por gran parte de los líderes políticos, y la creciente y perturbadora crispación que conllevan las tendencias populistas que están emergiendo.

En el caso de los políticos, lo que más decepciona a los españoles (y desde hace ya un decenio, como ha podido ir captando regularmente el Pulso de España de Metroscopia) es su sostenida incapacidad de llegar a acuerdos (al menos provisionales, limitados en tema y tiempo), y más concretamente en situaciones de emergencia nacional como la actual. Ocho de cada 10 ciudadanos rechazan los vetos y líneas rojas que se reparten los partidos, y nueve de cada 10 creen que, en política, llegar a acuerdos con las formaciones contrarias es signo de madurez democrática y de compromiso cívico, no de traición a los respectivos electores.

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado, y la presidenta de Cs, Inés Arrimadas. (EFE)

Los nuevos partidos de ámbito nacional que han ido emergiendo están, por su parte, contribuyendo a agravar la situación en vez de aportar soluciones al enquistamiento político en que derivó el turnismo bipartidista. Uno de ellos, Ciudadanos, que tuvo la oportunidad de ejercer de bisagra entre los dos grandes bloques ideológicos, está en trance de quedar totalmente laminado (o autolaminado); los otros dos (UP y Vox, que son, por cierto, los percibidos en clara mayor medida por la ciudadanía como formaciones de corte populista) han optado por constituirse en guardianes de las esencias últimas del respectivo bloque ideológico, al tiempo que contribuyen a incrementar su rigidez y extremismo. Si los puentes entre PP y PSOE eran ya difíciles de tender antes, ahora resultan prácticamente impensables pues cada uno de estos partidos tiene a su costado una formación radical tironeándole en dirección contraria a la que permitiría el encuentro y diálogo con la otra mitad del arco ideológico.

El hartazgo ciudadano ante el tosco maniqueísmo en que se sustenta tan persistente bloqueo parecería estar propiciando la ensoñación de posibles nuevos modos de articular nuestro actual damero político, por aventurados o ilusorios que por el momento puedan resultar. Por ejemplo, datos recientes de Metroscopia revelan que, si bien de entrada y en principio, y en proporción de dos a uno, los españoles siguen considerando preferible el multipartidismo, al mismo tiempo parecen estar experimentando una incipiente pulsión centrípeta. Es decir, empiezan a mostrarse abiertos a variantes de alianzas ahora vetadas, reorientadas más hacia el centro que hacia los extremos.

Foto: Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados. (EFE) Opinión
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Así, en estos momentos, y por primera vez en mucho tiempo, una mayoría relativa de españoles (cercana al 50%) declara que su opción preferida para la formación de gobierno tras unas hipotéticas nuevas elecciones generales sería un “gran pacto” entre PSOE y PP que permitiera hacerse con el ejecutivo al que, de los dos, resultara más votado, quedando luego ambos en libertad para negociar apoyos con unos u otros, según temas o momentos. Un apenas insinuado centripetismo de nuevo cuño que vendría, quizá, a sugerir que en la hasta ahora considerada puerta totalmente sellada estaría apareciendo una fisura por la que nueva luz podría lograr entrar en el sistema.

*José Juan Toharia es catedrático (E) de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de Metroscopia.

¿Está acaso España en camino de dejar de ser una sociedad políticamente moderada? ¿Nos hallamos realmente ante una inminente amenaza fascista? ¿Está, de verdad, a punto de caernos encima una especie de cóctel anarco-comunista? Estas dos burdas exageraciones (imposibles de creer para quien sepa algo de lo que tales términos realmente significan) perturban últimamente el discurso público nacional y pugnan por tensionarlo, inyectándole radicalismo. Por el momento, hay que reconocerlo, con escaso éxito de público más allá de la autista burbuja en que ha devenido nuestra vida política nacional.

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