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Azaña, más razones que votos: la mirada de Gaziel

Este breve artículo pretende resaltar cómo Gaziel constata ya en plena II República cómo Azaña estaba caminando por un sendero estrecho y empedrado que le condujo a ser más republicano que demócrata

Foto: El Rey homenajea la figura de Azaña al inaugurar una muestra sobre su legado. (EFE/Pool/Mariscal)
El Rey homenajea la figura de Azaña al inaugurar una muestra sobre su legado. (EFE/Pool/Mariscal)

“En España la política no supera los bandazos, los partidos llamados a establecer las reglas del juego, representantes de la mayoría social del país, se hallan atrapados en el sectarismo de los partidos minoritarios” (Manuel Zafra Víctor, p. 421)

El profesor de Ciencia Política de la Universidad de Granada, Manuel Zafra, ha escrito un libro profundo y espléndido sobre la figura de quien fuera presidente del Gobierno y presidente de la II República española (Manual Azaña. 'República antes que democracia. Más razones que votos', CEPC, Madrid, 2021, 478 pp.; Nota preliminar de Juan José Solozabal Echevarria). De la mano de grandes teóricos del pensamiento tales como I. Berlin, H. Arendt o, entre otros muchos, de Q. Skinner, el autor argumenta detenidamente —y ahí está el valor diferencial de este libro— “la dimensión antidemocrática del ideario de Azaña”. Un auténtico reenfoque de tal figura que, con toda probabilidad, no será acogido cómodamente por parte de la historiografía académica. Tiempo habrá de reseñar tan importante monografía y esbozar siquiera cuál es su contenido. Este breve artículo pretende un objetivo mucho más modesto: resaltar cómo ese “espectador imparcial” que fue el periodista Gaziel (seudónimo de Agustín Calvet) constata ya en plena II República cómo ese actor principal que era Manuel Azaña estaba caminando por un sendero estrecho y empedrado que le condujo —fruto de su particular evolución— a ser más republicano (defensor del “ideal republicano”) que demócrata, como pone de relieve el autor.

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El capítulo introductorio de este libro lo deja muy claro: “La singularidad de Gaziel es la de un espectador cualificado cuyos artículos sobre la República contribuyen a la objetividad reclamada por I. Berlin o la imparcialidad defendida por H. Arendt”. Este incisivo analista pronto identificó una de las raíces del problema republicano en la España de entonces: la II República nació más del hundimiento de la monarquía que de un impulso revolucionario. A su juicio, “las reformas revolucionarias, en un país donde precisamente el cambio de régimen político se había hecho sin revolución, debían ser pocas y muy espaciadas, para que se consolidasen paulatinamente”. Sin embargo, fue al revés, y luego vino la involución, también sin freno. Construir una República sin republicanos no fue, por tanto, tarea sencilla. Menos aún ante un escenario político y social que tendió hacia la polarización, y acabó con el país enfangado de fanatismo, odio y ferocidad, como describiera magistralmente Julián Marías en su importante opúsculo 'La guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir?' (Fórcola, 2012). La tesis del profesor Zafra Víctor es muy diáfana: “Azaña condiciona la democracia a la consolidación de la república”, apostando por “un concepto de democracia sustancial que subestima el peso del diseño institucional”.

Pero esta magnífica monografía contiene una joya en su interior, una suerte de libro dentro del propio libro. Y no es otro que el capítulo 4 titulado “Gaziel sobre Azaña (excelente general para la victoria, endeble diplomático para la paz)”. En poco más de 60 páginas, situadas casi al final del libro, el autor hace una extraordinaria descripción de la visión peculiar que el periodista tuvo de tan importante personaje. Desde su inicial entronización o encendido elogio sobre el genio político de Azaña como consecuencia del debate sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña en 1932, hasta consignar su caída estrepitosa en los estertores del primer bienio republicano, donde mostró las limitaciones de quien tenía más razones que votos. El propio Azaña lo reconocía expresamente: “En la oposición no era nadie”. Y, en esa deriva, Azaña “sacrifica la democracia a su concepción republicana”, ya que “niega legitimidad a la CEDA para gobernar pese al triunfo electoral, [y] exige al partido conservador una declaración de republicanismo”. El periodista se muestra muy crítico ante esos hechos, y el autor lo recoge fielmente.

Foto: Retrato del que fuera presidente de la II República, Manuel Azaña. (EFE) Opinión
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Pero si algo impresiona de la mirada de Gaziel, visto en perspectiva y desde la atalaya de nuestro ruinoso edificio político actual, es la vigencia de sus análisis a la hora de desbrozar las entrañas de una (mala) política, en la que Azaña como otros muchos actores republicanos (aunque más secundarios) se vieron literalmente atrapados, sin saber desprenderse de sus terribles garras. El legado de la historia viene de lejos; pero ya entonces mostró (tal vez como comienza a pasar ahora) su peor cara.

En apretada síntesis, traeré únicamente a colación algunos pasajes sueltos de ese impresionante análisis que el espectador imparcial lleva a cabo de la realidad política republicana, cuyos ecos aún resuenan en la política española actual. Vean, si no.

  • “Los revolucionarios sin revolución pretenden ahora disponer del país como si realmente la hubieran hecho. Y los reaccionarios, como no la han sufrido, se figuran que todo puede y debe seguir igual que antes: Reaccionarios y revolucionarios”. Y se interroga: "¿No podremos salir de estos dos fanatismos?".
  • Tras poner a Azaña “en los cuernos de la luna”, Gaziel le ataca sin piedad, pues, tras entregarse a los socialistas, “buscó apoyo en un republicanismo tácito […] [y] huyendo del fuego hubo de caer en las brasas”. Un callejón sin salida que le condujo a la dimisión.
Foto: El conde de Romanones y el rey Alfonso XIII
  • Gaziel se muestra particularmente duro tras las dramáticas jornadas de 1934, pues —como recoge Zafra— concluye: “Se ha terminado la República del 14 de abril. Los que la trajeron están descartados, aniquilados. Los que no la querían son dueños de ella […] la Constitución ha sido desgarrada y pisoteada por los mismos que la votaron, y los encargados ahora de custodiarla son aquellos que la combatieron”.
  • El profesor Manuel Zafra va incluso más lejos: de “una república sin republicanos” se ha pasado —sin apenas darnos cuenta, como señala Gaziel—, a otra “de republicanos excluyentes”. Y el espectador objetivo concluye magistralmente: “Democracia, precisamente, es coexistencia y lucha parlamentaria entre los más encontrados matices del pensamiento público y la actuación política, sin que ninguno de ellos pretenda ahogar al enemigo y sometiéndose todos al gobierno de la mayoría, bajo la norma infranqueable de las leyes por la que se rige el país”. Por el contrario, Azaña exigió a las derechas, como resalta el autor, “conversión republicana para reconocerles legitimidad democrática, [y] no le bastó una democracia procedimental y el respeto a la regla de la mayoría, [ya que] impuso una democracia sustancial […] como si el pueblo hablara con una sola voz”.
Foto: Ángel Viñas (EFE)
  • En fin, el fracaso (y no solo la frustración, como se afirma en parte de la historiografía contemporánea) de la política republicana fue evidente, pues, en la impecable concepción de Gaziel, que subraya el autor, “si la política quiere decir algo, sin duda significa aquel sistema de directrices ideológicas y medidas prácticas que en los pueblos bien organizados sirve para resolver, en bien del interés común, la enorme serie de conflictos que naturalmente provoca el choque diario e inevitable de intereses privados”. Qué excelente concepción de la política, hoy absolutamente olvidada.

Como concluye certeramente Manuel Zafra, “la política es un artificio, una invención de la razón humana para posibilitar la vida tranquila”; sin embargo, tenemos la tendencia a jugar con la política como si con remolinos de agua se tratara, hasta que termina ahogándonos y hundiendo a la propia sociedad en la que pretendemos convivir. La estupidez humana no tiene salvación. Repetimos siempre los mismos errores, sin saber (casi) nunca extraer las lecciones oportunas. Como bien expuso Stefan Zweig en sus 'Diarios' (El Acantilado, 2021, p. 178), “el primer signo del fracaso es la incapacidad recíproca para asumir responsabilidades y los reproches mutuos”. ¿Les suena?

El libro que comentamos y las aportaciones de Gaziel, por lo que ahora importa, son insustituibles no solo para entender lo que pasó, sino lo que ahora acontece. No lo duden, regálense este magnífico libro estas fiestas. No les dejará indiferentes. Presumo que a nadie. Se trata de un ejercicio, como reitera el autor, de “mentalidad ampliada” (H. Arendt); por cierto, nunca bien entendida y, por lo común, peor comprendida.

*Rafael Jiménez Asensio

“En España la política no supera los bandazos, los partidos llamados a establecer las reglas del juego, representantes de la mayoría social del país, se hallan atrapados en el sectarismo de los partidos minoritarios” (Manuel Zafra Víctor, p. 421)

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