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El desmoronamiento a cámara lenta del bloque independentista
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Ramón González Férriz

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El desmoronamiento a cámara lenta del bloque independentista

Se están rompiendo los consensos que han conformado la política catalana durante nada menos que una década

Foto: El 'president' de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Marta Pérez)
El 'president' de la Generalitat, Pere Aragonès. (EFE/Marta Pérez)
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Ya antes de que se iniciara el 'procés', sabíamos tres cosas. La primera: los independentistas fracasarían y no tendría lugar la independencia de Cataluña. La segunda: los independentistas triunfarían y lograrían seguir en el poder a pesar de no haber conseguido su principal objetivo político. La tercera: a medio plazo: el bloque independentista se deshilacharía.

La gran incógnita era a qué velocidad se produciría esto último. Sabíamos que ERC y lo que quedaba de Convergència estaban enfrentados y se detestaban. Sabíamos que, si bien durante la era del catalanismo estratégico la oposición constitucionalista había quedado casi invisibilizada —porque podía tolerar el pujolismo—, la gran apuesta independentista de los años 2012-2017 la hizo más visible que nunca, dejando claro que era más o menos la mitad de la sociedad catalana. Sabíamos, también, que en el ámbito intelectual, cultural y asociativo —particularmente importante en la política catalana— se irían abriendo grietas y surgirían enfrentamientos. En conversaciones informales, yo aposté siempre a que este proceso de desmoronamiento sería muy lento: llegué a hablar de una generación entera, 10 o 15 años, para que el fracaso de la independencia se interiorizara del todo, aunque los independentistas siguieran en el poder. Me equivoqué. Está siendo más rápido. En parte, porque Sánchez acertó con su estrategia de ofrecer un diálogo que resultó ser falso.

Foto: El presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart. (EFE/Quique García)

En primer lugar, el recambio generacional está siendo rápido porque los líderes del 'procés' están agotados. Jordi Cuixart ha abandonado la presidencia de Òmnium Cultural; su sustituto, el filósofo Xavier Antich, no tiene una línea política particularmente diferenciada. Sin embargo, su sucesión sí parece indicar que la foto de Cuixart del 20 de septiembre de 2017, de pie sobre un coche ante la Conselleria de Economia, que le llevó a la cárcel, ya no tiene más valor político que el del documento histórico. La CUP, el partido de los jóvenes burgueses puritanos que se autonombraron guardianes de la pureza ideológica del independentismo, ha fracasado absolutamente: a pesar de su gran influencia en el Parlament, no han sido capaces de controlar a los viejos partidos.

Puigdemont, decían algunas informaciones recientes, estaría meditando abandonar la presidencia de Junts para dedicarse en exclusiva a la presidencia del Consell per la República. Esta organización, que pretendía ser una alternativa a las instituciones constitucionales catalanas, además de carecer de toda legitimidad, no cuenta siquiera con la movilización de sus miembros, de los cuales solo el 26% participó en las votaciones para escoger a su líder el pasado octubre; en el canal de YouTube que transmitió en directo el evento, nunca hubo más de 2.000 espectadores al mismo tiempo. Ramón Cotarelo, un viejo compañero de viaje madrileño de los independentistas, decía esta semana en Twitter: “¿Es que no veis que todo el ‘establishment’ independentista catalán ha sido una gran mentira en beneficio de una clase de políticos profesionales a los que solo les interesan sus bolsillos?”.

Otro compañero de viaje madrileño bastante más juicioso que Cotarelo, 'elDiario.es', está publicando noticias —de Pere Rusiñol, un periodista muy valioso— sobre la supuesta trama de corrupción que, según investiga la Audiencia Nacional, benefició a David Madí, ex alto cargo de Convergència y uno de los cerebros del 'procés'.

Más llamativo aún es lo que ha sucedido en la prensa catalana, y más concretamente entre la que ha venido apoyando el proceso independentista, como contaba ayer en este periódico Marcos Lamelas. Es sabido que durante décadas una parte importante de la prensa catalanista consideró que su función principal no era controlar el ejercicio del poder y a quienes gobernaban sus instituciones democráticas, sino acompañarles en su proyecto político. Así, más que exclusivas incómodas, en los periódicos se publicaban argumentos intelectuales, interpretaciones contextuales y ataques al régimen político constitucional que reforzaran sus acciones.

Foto: Parlament de Cataluña. (EFE/Quique García) Opinión
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Pues bien, esta semana, el periódico 'Ara' ha publicado una exclusiva según la cual el Parlament catalán pagaba 1,7 millones de euros en sueldos a empleados de la institución que hacía años que no iban a trabajar: de alrededor de 4.000 euros brutos mensuales a ujieres o telefonistas a unos 10.000 euros a letrados. Muchos políticos independentistas recibieron la noticia con estupor; la medida la había puesto en marcha un presidente del Parlament de ERC, pero la actual presidenta, Laura Borràs, de Junts, la había mantenido. Pero ¿qué hacía un periódico independentista dando una noticia bomba sobre una institución controlada por los independentistas? ¿Por qué los criticaba? ¿Qué había sido de la tradicional cooperación?

Foto: Pere Aragonès (i) y Oriol Junqueras. (EFE/Alberto Estévez) Opinión
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Nada de esto significa que el independentismo vaya a perder el poder. La distribución del voto catalán ha sido estable desde los años ochenta y no cambió con el 'procés': casi la mitad de los votantes catalanes eran nacionalistas y ahora son independentistas, y la mitad eran no nacionalistas y hoy son unionistas. Pero sí significa que se están rompiendo los consensos que han conformado la política catalana durante nada menos que una década. Eso se debe a muchas razones. Era imposible que el independentismo mantuviera el mismo grado de cohesión, participación y activismo indefinidamente.

Todos los actores están dándose cuenta de que, muerto por ahora el sueño independentista, tienen que preocuparse por sus propios intereses. Pero, además, cabe reconocer que la estrategia de Sánchez tenía sentido: prometer un diálogo, dialogar poco o nada, ceder solo en minucias y esperar a que las diferentes facciones del independentismo se maten entre sí o, simplemente, aparezcan las mismas tensiones políticas que en cualquier democracia normal. Todo cambiará para seguir igual. Pero ese proceso de cambio promete ser todo un espectáculo.

Ya antes de que se iniciara el 'procés', sabíamos tres cosas. La primera: los independentistas fracasarían y no tendría lugar la independencia de Cataluña. La segunda: los independentistas triunfarían y lograrían seguir en el poder a pesar de no haber conseguido su principal objetivo político. La tercera: a medio plazo: el bloque independentista se deshilacharía.

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