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Los riesgos de una hiperregulación ineficiente para la dinamización del país
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Los riesgos de una hiperregulación ineficiente para la dinamización del país

Cuando el legislador y el regulador envían señales contradictorias a la ciudadanía, el poder normativo de las leyes disminuye, a la vez que aumenta el desconcierto y el malestar

Foto: Foto: EFE / Fernando Alvarado.
Foto: EFE / Fernando Alvarado.

Los tiempos extraordinarios que atravesamos como sociedad desde hace unos años han puesto a prueba nuestra capacidad de reaccionar a los riesgos y de adaptarnos a una vertiginosa sucesión de nuevas normalidades. Y es, precisamente, en los periodos excepcionales de la Historia en los que resulta más importante que se levanten voces que alerten contra los impulsos más perniciosos en momentos convulsos. Uno de ellos reside, sin duda, en la tentación de los gobernantes de regular por exceso, en un intento de introducir orden en el desorden.

La hiperregulación, ya sea por la vía administrativa o legislativa, ha demostrado en numerables ocasiones ser una salida ineficiente para resolver problemas de índole colectiva. A menudo, las normas que emergen de esta tentación no son eficaces para cumplir los fines que dice perseguir, y acarrean con sus efectos secundarios o no deseados trabas innecesarias para el desarrollo económico y la dinamización de la sociedad. Así, numerosas entidades han denunciado en distintas ocasiones que el incremento excesivo del número de normativas a nivel estatal -así como en el autonómico y el local- perjudica a las empresas, puesto que genera inseguridad jurídica y acarrea, a menudo, costes inasumibles de implementación.

Distintos sectores productivos, llamados a jugar un papel clave en la recuperación, han denunciado cargas burocráticas innecesarias e impactos económicos exorbitados para el tejido de las pequeñas y medianas empresas en regulaciones recientes en materia energética, de envases o de consumo, por citar algunos ámbitos sometidos a hiperregulación ineficiente. En la misma línea, en los últimos meses hemos visto como algunas voces exigían endurecer la regulación del tabaco en España, yendo incluso más allá de las propias medidas en las que está trabajando el Gobierno (a su vez, inclinado a menudo a ir más allá de las exigencias comunitarias en la materia).

"Los fumadores no somos una plaga, sino ciudadanos con derechos. Se estima que más de un tercio de la población española es fumadora"

La pandemia restringió, entre otras, el derecho de los fumadores a ejercer su libertad en las terrazas e, incluso, en algunos casos, al aire libre. A pesar del dudoso fundamento científico para estas limitaciones, muchas siguen vigentes todavía en gran parte del país. No solo eso. Con una preocupante inercia represiva, escuchamos ahora voces que también pretenden prohibir fumar en parques, playas, coches o en lugares emblemáticos. Los fumadores no somos una plaga, sino ciudadanos con derechos. Se estima que más de un tercio de la población española es fumadora. Y solo reclamamos tener la posibilidad de emplear espacios al aire libre, además de espacios cerrados, tanto públicos como privados, para hacer uso del tabaco, sin interferir en la libertad de aquellos de que no deseen estar en ellos.

En mi opinión, la vía para perseguir objetivos que todos compartimos en este campo ha de ser la concienciación y la formación. Todos queremos una sociedad más justa, respetuosa y tolerante; sin embargo, en lugar de educar, parece que el Gobierno se ha instalado en la prohibición. Tras más de dos años de restricciones, considero que las leyes deben orientarse ahora a dinamizar al máximo el país, a facilitar la creación de riqueza y de empleo, a impulsar la actividad de los sectores productivos y la iniciativa individual. Y no a restringir de forma injustificada más conductas ciudadanas.

"Según el 'ranking' que realiza The Economist, España ha descendido al puesto 22 de 167 países en lo que a libertades se refiere"

¿Acaso creen que prohibiendo fumar en terrazas o en playas se soluciona algún problema? Creo que no. Lo único que se consigue es desplazar el disfrute del ocio, que tanto anhelamos, a otros lugares. El camino debe ser la exigencia de un ocio responsable a la ciudadanía -que tiene el deber de gestionar adecuadamente los residuos que deja a su paso-, y un papel constructivo y dialogante por parte de las Administraciones públicas. Es importante que nos resistamos a normalizar la llegada de nuevas prohibiciones diferente cada semana, en distintos ámbitos de nuestra vida cotidiana. Por apego a la libertad, sí, pero también por un argumento de ineficiencia flagrante de la hiperregulación.

No cabe duda de que el contexto provocado por la pandemia tuvo como impacto una reducción de las libertades individuales. Según el 'ranking' que realiza el semanario británico The Economist, España ha descendido al puesto 22 de 167 países en lo que a libertades se refiere. A nivel individual, las continuas dudas y contradicciones sobre lo que se puede o no hacer en la vía pública generan desconcierto, y no atajan ningún problema. Cuando el legislador y el regulador envían señales contradictorias a la ciudadanía, el poder normativo de las leyes disminuye, a la vez que aumenta el desconcierto y malestar ciudadano. Un factor que, a la luz del contexto electoral que se avecina, no debieran obviar nuestros gobernantes. Los electores no parecen estar muy confomes con este exceso innecesario de regulación sobre sectores de la economía y de la vida social cuando bastante tienen, en este momento, con capear el temporal que atravesamos.

*Sergio López Valdelvira es presidente de la Asociación Nacional de Fumadores Activos (ANFA).

Los tiempos extraordinarios que atravesamos como sociedad desde hace unos años han puesto a prueba nuestra capacidad de reaccionar a los riesgos y de adaptarnos a una vertiginosa sucesión de nuevas normalidades. Y es, precisamente, en los periodos excepcionales de la Historia en los que resulta más importante que se levanten voces que alerten contra los impulsos más perniciosos en momentos convulsos. Uno de ellos reside, sin duda, en la tentación de los gobernantes de regular por exceso, en un intento de introducir orden en el desorden.

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