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El verano de la descomposición del nacionalismo catalán
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Ramón González Férriz

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El verano de la descomposición del nacionalismo catalán

El nacionalismo ahora será otra cosa, en muchos sentidos, aún más peligrosa, y, sin embargo, incapaz de llevar a cabo operaciones de la envergadura del 'procés'

Foto: La expresidenta del Parlament Laura Borràs participa en la protesta convocada por la plataforma 17A, Exigim Responsabilitats. (EFE/Alejandro García)
La expresidenta del Parlament Laura Borràs participa en la protesta convocada por la plataforma 17A, Exigim Responsabilitats. (EFE/Alejandro García)
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No fue la primera muestra, pero sí la más explícita hasta el momento, del inevitable giro ideológico que está dando el nacionalismo catalán. A finales de julio, Josep-Lluís Carod-Rovira, uno de los grandes artífices de que el independentismo se volviera masivo y el referéndum se colocara en el centro de su agenda, publicó uno de sus artículos en el diario 'Nació Digital'.

En él, tras hacer un elogioso repaso de la historia de las instituciones europeístas a partir de la posguerra mundial, Carod-Rovira afirmaba que “ahora aquella Europa soñada, referente y sinónimo de paz, democracia y bienestar, ha entrado, a raíz de la guerra de Ucrania, en una insensata carrera armamentística que ha convertido al viejo continente en un monaguillo de los intereses geoestratégicos de Estados Unidos”. La UE se ha vuelto cómplice de regímenes autoritarios como Marruecos y Turquía, decía, y ha tolerado a “democracias de baja intensidad como España, Hungría y Polonia”. “Para quienes, con una ingenuidad tan catalana, habíamos puesto nuestras esperanzas en la UE, la decepción ha sido enorme”. Estas circunstancias, decía, “han hecho que haya ido creciendo el euroescepticismo en lugares como este [Cataluña], donde la conciencia, la tradición y la voluntad europea constituyen un verdadero rasgo nacional”. “La UE —concluía— está estropeando el sueño europeo”.

Foto:  El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès i el líder de los socialistas catalanes, Salvador Illa, en el Parlament. (EFE/Marta Pérez)

Para una ideología como el nacionalismo catalán, que en buena medida se basaba en la convicción de que Cataluña, a diferencia de España, tenía una conexión ideológica natural con Europa y con la seriedad y la eficiencia del norte del continente —“la Dinamarca del Mediterráneo”, la llamaba Artur Mas—, la constatación de que en la UE no hay lugar para el independentismo unilateral ha sido un golpe tremendo. El rechazo se interpretó como una traición. Bienvenidos a la era del catalanismo euroescéptico.

Trifulcas entre viejos aliados

Durante este verano, las trifulcas entre las distintas familias del independentismo han sido tantas que han encubierto este lento, pero imparable, giro ideológico. También a finales de julio se supo que Francesc de Dalmases, diputado de Junts, había insultado a una periodista del programa FAQS —uno de los emblemas del independentismo televisivo de TV3— por hacerle una entrevista a Laura Borràs, entonces aún presidenta del Parlament, que, a su modo de ver, era poco complaciente. Según el informe del director del programa, gritó a la periodista “me has traicionado”, “programa de mierda”, “presentadora patética” y “mala periodista”, entre otras cosas. Poco después, la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales, la entidad pública que controla TV3, anunció —sin relación alguna con lo anterior— que su nuevo director iba a ser Sígfrid Gras. Este había afirmado que su objetivo al frente de la cadena sería, en parte, “despolitizar la parrilla” y apostar por el entretenimiento, después de una década de machacona propaganda independentista. En esos días, fueron despedidos de TV3 algunos de sus tertulianos independentistas más extremistas, como Albano Dante Fachin y Pilar Carracelas. Esta última afirmó que su despido demostraba que el Gobierno catalán, al que llamó “subcontrata de España en la plaza de San Jaime”, quería regresar a la “pax' autonómica”.

Foto: Josep Rull, nuevo presidente del consell nacional de JxCAT (i); la presidenta del partido, Laura Borràs, y el secretario general, Jordi Turull. (EFE/Toni Albir) Opinión
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Durante esos mismos días se produjo la que quizás haya sido la madre de todas las trifulcas veraniegas del independentismo: ERC, la CUP y el PSC, tres partidos que componen la mesa del Parlament, suspendieron a Laura Borràs como diputada y presidenta del Parlament por su presunta participación en un caso de corrupción. Que dos partidos nítidamente independentistas la echaran, aunque fuera algo casi inevitable con el reglamento del Parlament en la mano, daba muestra del grado de desunión que vivía el independentismo. Luego llegaron casos menos relevantes pero igualmente ilustrativos: Lluís Llach (Junts) dijo que estaba “decepcionado” con Oriol Junqueras (ERC) por el “giro” que habían dado él y su partido. Ramón Cotarelo, politólogo español aliado con el independentismo, llamaba al actual presidente de la Generalitat “alevín de una familia franquista con negocios en paraísos fiscales acogida a la amnistía del ladrón Montoro y con una nave alquilada en la que se cultiva marihuana”.

Josep Costa, exdiputado de Junts y uno de los planificadores de la estrategia jurídica de Carles Puigdemont, cruzaba una línea roja más y decía que “el pacto de los indultos estaba llevando al independentismo hacia la autodestrucción”, asumía que esta había sido pactada entre los presos y el Gobierno central y decía que “el movimiento no puede seguir estando dirigido por ninguno de los líderes que han pagado un precio político por salir de la cárcel”. Al mismo tiempo, Pilar Rahola rompía en público con el mayor de los Mossos d’Esquadra, Josep Lluís Trapero, por haber declarado este que el CNI no tuvo nada que ver con el atentado de las Ramblas de agosto de 2017.

Más allá de los piques

Esto, como decía, han sido trifulcas más o menos irrelevantes (la de la presidencia es de las importantes) que denotan la ruptura paulatina de la unidad independentista y su creciente degradación. Pero más importante aún es el giro ideológico que las acompaña. Y este se hizo evidente de nuevo el 17 de agosto, precisamente durante el homenaje a las víctimas del atentado terrorista islámico de 2017. Durante el acto, varios asistentes gritaron “hijos de puta”, “vosotros, fascistas, sois los terroristas” y “fuera, fuera” a las autoridades, y durante el minuto de silencio algunas personas gritaron “Estado español asesino”. Al final del acto, Laura Borràs se acercó a quienes habían protagonizado la protesta y los saludó, mientras ellos la ovacionaban y gritaban “presidenta, presidenta” y la animaban a romper el Gobierno de coalición de la Generalitat. Aprovechó el boicot al homenaje para hacerse autobombo entre sus partidarios.

El nacionalismo llamaba a su hegemonía “el oasis catalán” y se veía a sí mismo como la mejor y más depurada expresión de europeísmo, modernidad y liberalismo. Nunca lo fue, pero ponía un enorme empeño en aparentar que era así. Desde 2017, pero aún más durante este último y espeso verano, esa autopercepción resulta más inverosímil que nunca. El 'procés' nació en 2012, cuando se iniciaba el auge de los populismos en buena parte de Occidente, que fue creciendo al mismo tiempo que el 'procés' cogía impulso. Ahora, definitivamente, está claro que el independentismo ha matado al catalanismo tradicional y ha abrazado definitivamente la estética, la retórica y algunos de los peores rasgos del populismo de derechas: el euroescepticismo y las teorías de la conspiración, además de la obsesión victimista y el tono autoritario, que ya llevaba consigo. Eso no significa que el nacionalismo vaya a dejar de ser políticamente hegemónico en Cataluña. Pero sí que ahora será otra cosa, en muchos sentidos, aún más peligrosa, y, sin embargo, incapaz de llevar a cabo operaciones de la envergadura del 'procés'. Este ha sido el verano de su descomposición.

No fue la primera muestra, pero sí la más explícita hasta el momento, del inevitable giro ideológico que está dando el nacionalismo catalán. A finales de julio, Josep-Lluís Carod-Rovira, uno de los grandes artífices de que el independentismo se volviera masivo y el referéndum se colocara en el centro de su agenda, publicó uno de sus artículos en el diario 'Nació Digital'.

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