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Cuidado con el proteccionismo, presidente: es adictivo
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Ramón González Férriz

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Cuidado con el proteccionismo, presidente: es adictivo

Muchos sienten un fuerte impulso de desconectarse del mundo y creen que eso daría una ventaja extra. Es un juego peligroso, sobre todo si acaba siendo un juego a largo plazo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Stephanie Lecocq)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/EPA/Stephanie Lecocq)
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El año pasado, poco después de aprobar la mastodóntica Ley para la Reducción de la Inflación, Joe Biden fue a Detroit, el antiguo centro global de la industria automovilística que quebró tras la crisis financiera, para declarar que la vieja Motor City había vuelto. Visitó fábricas de coches eléctricos, saludó a sindicalistas y a consejeros delegados de marcas como Chevrolet, General Motors y Ford y anunció una inmensa inyección de dinero para el sector: para baterías eléctricas, infraestructuras, energía verde, puntos de recarga en carreteras, puentes, turbinas. Todo el mundo parecía entusiasmado. “Cuando veáis estos grandes proyectos en vuestros pueblos —dijo Biden—, quiero que sintáis lo que yo siento: orgullo. Orgullo por lo que podemos hacer juntos”.

“Juntos” significa, sobre todo, con grandes ayudas del Gobierno. El plan de Biden para reindustrializar el país es enorme, de dos billones de dólares. Pero no solo se trata de una estrategia económica. Es un intento nostálgico de recuperar el nuevo fetiche de los políticos occidentales: la clase media industrial.

Foto: La ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra (i), conversa con la ministra de Igualdad, Irene Montero, durante un pleno en el Congreso. (EFE/Fernando Villar)

Por supuesto, la Unión Europea considera que ese importante plan proteccionista es una jugarreta para los socios de Estados Unidos y está intentando que Biden lo matice, al tiempo que crea el suyo propio. Este es un poco menos proteccionista; en parte, porque a Europa, al faltarle parte del know how industrial de Estados Unidos, le resultará más difícil reindustrializarse.

Los planes de Pedro Sánchez

La semana pasada, Pedro Sánchez anunció sus planes al respecto para el próximo semestre, en el que España presidirá el Consejo de la UE y coordinará sus iniciativas. Dijo que la Unión aspira a una “autonomía estratégica abierta”: una mezcla de subsidios a industrias estratégicas relacionadas con la energía, la alimentación, la salud y la tecnología digital y apertura a las importaciones. Sánchez buscó el equilibrio y sus palabras fueron razonables: “El orden internacional está cambiando”, dijo, y eso requiere que volvamos a hacer política industrial (aunque no pronunció esas dos palabras, recuperadas ahora tras décadas de repudio); sin embargo, no debemos “sobrerreaccionar”, porque “la fragmentación internacional no beneficiaría a nadie”. Falta mucho para que Francia, Italia y España vuelvan a llenarse de obreros con sueldos altos que acuden todas las mañanas a fábricas refulgentes para producir con sus manos cosas tangibles, que se afilien a sindicatos y conformen una nueva clase media industrial. Aun así, se diría que el plan está trazado y Sánchez lo explicó bien: “Autonomía estratégica” para no dejarnos tomar el pelo; “abierta” para ser pragmáticos.

Foto: Pedro Sánchez en Bruselas. (Olivier Hoslet/Efe)

Martin Wolf escribió ayer en el Financial Times un impecable resumen de las posibles consecuencias de esta estrategia: “El nuevo intervencionismo tiene muchas causas y muchos objetivos. En teoría, podría dar pie a mejores resultados, sobre todo en aquellos casos en los que hay sólidos argumentos en favor de la intervención gubernamental, como ocurre con el cambio climático o la seguridad nacional. Pero también hay grandes riesgos potenciales, y no es el menor de ellos que muchos de estos programas acabarán suponiendo un enorme desperdicio de dinero, como ha sucedido en el pasado con muchos programas intervencionistas”.

El problema de la adicción

Pero hay algo peor. El pasado lunes, en un acto privado, un ministro del Gobierno fue si cabe más claro: vivimos tiempos extraordinarios, dijo, y eso requiere medidas económicas extraordinarias, entre las que citó el impulso público a grandes “campeones nacionales” de la industria europea que puedan competir a escala global. Sin embargo, hizo un matiz: se trata de planes temporales, y en cuanto termine la guerra de Ucrania y se normalice la situación global, volveremos al estado anterior de las cosas.

Esa es precisamente la parte difícil. Un cauto regreso a la política industrial es lógico; asumir que tiraremos unos cuantos millones en proyectos fracasados o en mero clientelismo me temo que es inevitable. Lo difícil será desprendernos de estas medidas en teoría temporales, a las que se volverán tan adictos los políticos como los muchos ciudadanos que se beneficien de ellas. Por su propia lógica interna, la inercia del intervencionismo y el proteccionismo es adquirir siempre más volumen y velocidad. A los gobiernos les encanta tener el poder de escoger ganadores económicos; las élites económicas se vuelven serviles a la espera de ser las elegidas, y si lo son, su agradecimiento no tiene límite, y, sin duda, por el camino se generan muchos puestos de trabajo en zonas que los necesitan y que están dispuestas a votar a quien sea generoso.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Zipi) Opinión

Pero esas no son las únicas consecuencias. Otra de ellas es que resulta muy difícil políticamente estar en contra del proteccionismo: hoy, en todo Occidente, casi nadie se opone a él y vemos cómo la izquierda y la derecha, los gobiernos y las oposiciones, tienen el mismo plan. Al PP no le gusta hablar de ello, pero créanme: haría exactamente lo que está haciendo el Gobierno de coalición. Y cuando algunas inversiones fallen, como sin duda sucederá, y las zonas industriales de España y Europa no se llenen de industrias limpias, eficientes y muy, muy intensivas en mano de obra muy bien pagada, lo más probable es que se redoblen los esfuerzos, no que se descarten.

Un estado mental

Sin embargo, del mismo modo que el proteccionismo actual no es solo un plan económico, sino un ejercicio de nostalgia por un mundo industrial que no volverá, la defensa del libre mercado no es solo una receta comercial, sino un estado mental acerca de la utilidad de las relaciones entre los países. De acuerdo con este, lo abierto es mejor que lo cerrado, lo cosmopolita es mejor que lo provinciano, el contacto internacional no asegura la paz, pero es una buena manera de redistribuir la riqueza. Después de una década de intenso populismo nacionalista, esto suena hoy un tanto hueco, aunque Sánchez hizo bien en recordarlo a su modo. Cierto, todos queremos deshacernos de la dependencia energética de Rusia, la dependencia industrial de China en sectores estratégicos y la dependencia industrial de cadenas logísticas extraordinariamente largas. Muchos sienten un fuerte impulso de desconectarse del resto del mundo y creen que eso daría a su gente una ventaja extra, no solo en forma de dinero, sino de orgullo nacional. Es un juego peligroso, sobre todo si, como es probable, acaba siendo un juego a largo plazo.

Deberíamos tener cuidado de no volvernos adictos, ya no a las barreras comerciales, sino a las barreras intelectuales que muchas veces estas acaban generando. Son, también, adictivas.

El año pasado, poco después de aprobar la mastodóntica Ley para la Reducción de la Inflación, Joe Biden fue a Detroit, el antiguo centro global de la industria automovilística que quebró tras la crisis financiera, para declarar que la vieja Motor City había vuelto. Visitó fábricas de coches eléctricos, saludó a sindicalistas y a consejeros delegados de marcas como Chevrolet, General Motors y Ford y anunció una inmensa inyección de dinero para el sector: para baterías eléctricas, infraestructuras, energía verde, puntos de recarga en carreteras, puentes, turbinas. Todo el mundo parecía entusiasmado. “Cuando veáis estos grandes proyectos en vuestros pueblos —dijo Biden—, quiero que sintáis lo que yo siento: orgullo. Orgullo por lo que podemos hacer juntos”.

Pedro Sánchez
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