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La izquierda se ha entregado al sentimentalismo. Y no es solo una táctica electoral
Los sentimientos son un rasgo ideológico de la izquierda que se siente incómoda con la democracia liberal
Ha sido muy instructivo seguir lo que han publicado medios de izquierdas como El País, elDiario.es o Público sobre el lanzamiento oficial de Sumar, el proyecto político de Yolanda Díaz. Han hablado, por supuesto, de su disputa con Podemos y de lo que esta podría significar, si no se soluciona, en las elecciones generales. Y de su encaje en una hipotética nueva coalición gubernamental con el PSOE y la continuación de sus políticas progresistas. Pero más allá de esos cálculos políticos, en esa cobertura llama la atención otra cosa: el sentimentalismo.
“Una mañana con muchos abrazos”, decía una columna del periódico fundado por Jaume Roures. “Un amigo, ex de Podemos —contaba el novelista Isaac Rosa—, me dice emocionado que el acto tuvo mucho de reencuentro”. “Recuperar la esperanza no es ilusionarse inútilmente por reiteraciones cada cuatro años de los mismos proyectos. Es imaginar una idea, concebir un estado distinto de las cosas”, escribió la escritora Elizabeth Duval. Incluso un izquierdista tan carnívoro como Ignacio Sánchez-Cuenca apelaba a este registro. El objetivo debía ser “despertar ilusión y entusiasmo entre votantes progresistas que han ido sintiéndose crecientemente desengañados”, decía en un artículo —por lo demás, muy analítico— en la revista CTXT, muy cercana a Podemos. Yolanda Díaz es, decía Pablo Ordaz en El País, “la eterna sonrisa”.
Una líder en la tradición del PC y CCOO
Por supuesto, cabría pensar que estas apelaciones sentimentales son un mero recurso coyuntural. Díaz es cualquier cosa menos una política blanda. Procede de la tradición del Partido Comunista y Comisiones Obreras, que, en los años de democracia, han combinado una dureza ideológica, a veces temeraria, con el reconocimiento pragmático de que es la participación en las instituciones y la negociación —con quien haga falta, incluida la derecha y la patronal— las que permiten que lo que antes llamábamos la clase obrera obtenga beneficios. Después de la caída del Muro de Berlín y la desaparición del comunismo, buena parte de la izquierda —incluidos el Partido Comunista español e Izquierda Unida— se dedicó a buscar una nueva identidad en el ecologismo, el feminismo o la antiglobalización. Pero quedó un reducto, al que pertenece Díaz, que sin renunciar a eso entendió, sobre todo tras la crisis económica de 2008-2015, que lo importante seguía siendo lo de siempre: las relaciones laborales. Ahí estaba el sentido de su existencia y el objetivo de su tarea política. Todo lo demás era ruido. Por eso, si lo que pretendía Pablo Iglesias era tutelar a Díaz, cometió un error asombroso al colocarla al frente del Ministerio de Trabajo. Ese es, justamente, el trabajo que sabe hacer alguien formado en el Partido Comunista y Comisiones Obreras. Las relaciones laborales son el centro de su visión del mundo.
Así, enmarcado dentro de un programa todavía a medio hacer, pero coherente, el sentimentalismo sería una táctica efectiva, como decía un editorial de El País muy generoso con la candidata, en un “contexto de agresiva confrontación y hartazgo ciudadano por la crispación”.
No solo una estrategia
Pero el sentimentalismo de la izquierda no es solo una estrategia comunicativa y electoral. Es, por lo menos, dos cosas más. En primer lugar, los sentimientos son un rasgo ideológico de la izquierda que se siente incómoda con la democracia liberal. Desde hace 50 años, esta izquierda ha ido incorporando a su discurso el lenguaje de la autoayuda, tiñéndolo de elementos que en ocasiones parecen más religiosos que racionales. La política, según esta visión, no es un mecanismo aburrido para solventar los problemas sociales con el fin de que la vida de todos sea gradualmente mejor. Es, más bien, una cruzada para dar un sentido a la existencia de la gente, que, unida en torno a objetivos difusos, pero atractivos, caminará unida, guiada por una élite de políticos profesionales e intelectuales que se solidariza con ella, llora con ella, lucha por ella. Quizás eso no llegue a nada, porque acceder al poder mediante las urnas es tan difícil como con la revolución, pero mientras tanto, hay propósito, hay esperanza: la redención por entregar la vida a ese sentimiento compartido.
Sin embargo, en la retórica del espacio a la izquierda del PSOE hay otro elemento que sumar a esta deriva ideológica. Y es el puramente biográfico. Tal vez usted no lo crea si no es de izquierdas y es algo mayor que yo, pero para buena parte de mi generación la irrupción de Podemos tuvo una importancia que iba más allá de la oportunidad política: significó una ventana de oportunidad para que esperanzas ideológicas y personales largamente atesoradas se hicieran realidad. Hoy existe un cierto consenso en que, así como Podemos tuvo un ascenso fulgurante, ha sido una oportunidad perdida. Esa parte de mi generación no ha visto este proceso como la simple quiebra de un partido, sino como un fracaso de su aspiración biográfica. No hablo necesariamente de dinero o carreras políticas y periodísticas: hablo de creencias reales. Hoy, la irrupción de Sumar, más allá de sus conflictos con Podemos o la irritante tutela de Pablo Iglesias, el mesías convertido en Judas, es como la renovación de una esperanza que casi daban por perdida. Una nueva ilusión. Un reencuentro. Un abrazo. Puede resultar algo incómodo ese lenguaje en hombres y mujeres de mediana edad que a estas alturas deberían saber sobradamente que la mayoría de los proyectos políticos acaban en fracaso. Pero aquí no hablamos de eso: hablamos del sentido de su biografía. El de una generación que cree tener una oportunidad más con la que ya no contaba.
Los límites del sentimentalismo
Yolanda Díaz ha demostrado ser una política hábil. La nueva izquierda a la izquierda del PSOE ha descubierto al fin que las tácticas populistas de denuncia de la casta son un problema cuando te conviertes en la casta, y que es mejor reivindicar la negociación y la mejora gradual de las condiciones de vida utilizando los mecanismos de la democracia liberal. Es una buena noticia, para España en general y para su proyecto en particular. Pero sospecho que el sentimentalismo, aunque sea al mismo tiempo una estrategia, un rasgo ideológico y una emoción generacional, tiene límites. Una vieja militante del Partido Comunista debería saberlo.
Ha sido muy instructivo seguir lo que han publicado medios de izquierdas como El País, elDiario.es o Público sobre el lanzamiento oficial de Sumar, el proyecto político de Yolanda Díaz. Han hablado, por supuesto, de su disputa con Podemos y de lo que esta podría significar, si no se soluciona, en las elecciones generales. Y de su encaje en una hipotética nueva coalición gubernamental con el PSOE y la continuación de sus políticas progresistas. Pero más allá de esos cálculos políticos, en esa cobertura llama la atención otra cosa: el sentimentalismo.
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