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El PP tiene un manual para ganar elecciones. Pero esta vez quizá le falle
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Ramón González Férriz

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El PP tiene un manual para ganar elecciones. Pero esta vez quizá le falle

El problema es que el PP, y en concreto, Feijóo, se siente infinitamente más cómodo con su relato económico que con las batallas doctrinales

Foto: El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Raúl Caro)
El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Raúl Caro)
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El Partido Popular tiene interiorizado un relato sobre cómo se echa al PSOE del poder y se le sustituye. Es un relato basado en la experiencia, y es un relato cierto. Pero hace años que confía demasiado en él. Y puede que esta vez no le funcione.

Dice así. Son muchas las razones por las que, en 1996 y en 2011, el PP se hizo con la presidencia del Gobierno. Pero en ambos casos concurrieron dos motivos: el país estaba mal económicamente y había que llevar a cabo los difíciles deberes que imponía Bruselas. En el primero, España había salido de la crisis de 1993, pero por primera vez la Seguridad Social tenía déficit, no había presupuestos y existía una sensación enorme de resaca. Al mismo tiempo, el Gobierno debía ajustar el déficit y la deuda para cumplir las exigencias requeridas para entrar en el euro. En 2011 la situación fue más dramática: el Gobierno había hecho dolorosos recortes del gasto, la prima de riesgo había llegado a su récord histórico desde la introducción del euro y existía una amenaza real de quiebra. Al mismo tiempo, la Comisión Europea exigía mayor austeridad. En los dos casos, el PP llegó al poder, tomó algunas medidas chocantes —Aznar tuvo que pedir un crédito a la banca para pagar las pensiones; Rajoy subió el IRPF— y fruto de una mezcla de circunstancias coyunturales y medidas positivas, la economía se recuperó con fuerza.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una visita a Sevilla. (EFE/Raúl Caro)

¿También ahora?

En los últimos años, en conversaciones privadas, era evidente que para los miembros del PP ese relato seguía en vigor. "La gestión de los fondos europeos será un desastre y se llevará por delante al Gobierno", me dijo un diputado ya en 2021. A Pablo Casado se le notaba demasiado cómodo, incluso en público, con los problemas económicos generados por la pandemia. Luego vino la inflación y la creciente pérdida de poder adquisitivo de los españoles. Las dificultades del Gobierno para aprobar los presupuestos de 2023. La posibilidad de que las políticas monetarias restrictivas del BCE condujeran a una recesión. Antes del verano, Alberto Núñez Feijóo afirmaba que "nos dirigimos hacia una profundísima crisis económica (…) La situación es muy compleja y ya no estamos hablando de síntomas, sino de hechos claros". Feijóo es mejor político que Casado y disimulaba mejor lo conveniente que le parecía esa circunstancia para su partido. Pero la idea era puro PP: cuando la economía va mal, los españoles echan al PSOE del poder y encargan al PP que asuma la complicada tarea de encarrilarla de nuevo. Eso, transmitían, haremos a partir de enero de 2024.

Ese relato tiene ahora un problema. La economía española no va exactamente bien, y la inflación es una preocupación grave y puede que duradera, pero está claro que no se han cumplido las peores previsiones. Aunque el PIB y las cifras de empleo no compensen todas las carencias de la economía española, son razonablemente buenos dadas las circunstancias. Durante semanas, el PP ha puesto en duda algunos de estos datos y tiene la funesta manía de querer hacerle decir a Bruselas cosas que no dice. Sin embargo, al fin se ha dado cuenta de que quizá ese empecinamiento no le sirva. Como contaba ayer Ana Belén Ramos en este periódico, ya ha asumido que tal vez la economía no sea su principal argumento electoral y que Feijóo no será nombrado presidente en mitad de una enorme recesión. "El mismo Feijóo, que en su día ordenó a su grupo parlamentario fiscalizar al Gobierno solo por la economía —escribía Ramos— hoy pide ampliar el abanico y abordar la batalla ideológica que en su día minusvaloró".

Foto: El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, junto a parte de su dirección en el último comité federal del partido. (EFE/Sergio Pérez)

La incomodidad en la batalla ideológica

El problema es que el PP, y en concreto el de Feijóo, se siente infinitamente más cómodo con su relato económico que con las batallas doctrinales. Casado perdió el trabajo, además de por sus claros errores de liderazgo, porque quiso convertir la organización nacional del partido en una maquinaria de guerra ideológica, cosa que solo funciona en Madrid. Muchos de los altos mandos del partido actual consideran que su papel en la política española es ser "los adultos en la habitación": quienes, en los lugares donde se toman las decisiones más trascendentales, se dejan guiar por una mezcla de tecnocracia y lo que ellos llaman "sentido común", que es una visión de la realidad conservadora, muy marcada por la experiencia del alto funcionariado del Estado. Un papel que no solo reivindican ante lo que consideran la imprudencia de la izquierda, sino ante lo que ven como la frivolidad de Vox.

Eso es evidente incluso cuando Feijóo quiere imprimir un cierto sello ideológico a su liderazgo. La nómina de consejeros de una fundación no hace que se ganen ni pierdan las elecciones, pero la selección que ha hecho el presidente del PP para Reformismo21, el laboratorio de ideas del partido, lo dice todo: su director ejecutivo es Pablo Vázquez, cuya trayectoria no es intelectual, sino como consultor de McKinsey, ex de una escuela de finanzas y expresidente de Renfe. El resto de sus miembros —como el tristemente fallecido Josep Piqué, que encarnaba las mejores virtudes del partido— son gente sólida, razonable y, con alguna excepción, completamente inadecuada para dar una batalla ideológica. Sin duda, la fundación presentará papeles interesantes y sólidos, pero estoy seguro de que en su la mayoría incidirán en el gran relato del PP: presentar a la formación como quien mejor puede sacar al país del desastre económico al que nos lleva la izquierda. Pero, ¿y si eso no sucede esta vez?

Lo único peor que no tener una hoja de ruta es no ser capaz de apartarse de esta cuando las circunstancias lo exigen

Desmarcarse de la hoja de ruta

No me malinterpreten: este PP es mejor para España que el que juega a la guerra cultural, tontea con el neoconservadurismo o se ve como el heredero irredento de Thatcher y Reagan. Lo último que necesita ahora España es una derecha mayoritaria que se autoimponga el papel de redentora ideológica del país. Sin embargo, la duda es si esta vez le servirá el relato que, entre otras circunstancias, le llevó al poder en 1996 y 2011. Lo único peor que no tener una hoja de ruta es no ser capaz de apartarse de esta cuando las circunstancias lo exigen. Para esto último, también hace falta un talento que no está claro que el PP tenga ahora mismo.

El Partido Popular tiene interiorizado un relato sobre cómo se echa al PSOE del poder y se le sustituye. Es un relato basado en la experiencia, y es un relato cierto. Pero hace años que confía demasiado en él. Y puede que esta vez no le funcione.

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