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El humor territorial que domina en la España que votará el 28-M
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Sergio Andrés Cabello

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El humor territorial que domina en la España que votará el 28-M

Es el momento de cambiar estas dinámicas territoriales para construir un país más cohesionado. Un país que no mire a sus territorios como una pugna constante entre zonas por recursos y relatos

Foto: El actual diputado de Teruel Existe en el Congreso, Tomás Guitarte (sentado-d). (EFE/Antonio García)
El actual diputado de Teruel Existe en el Congreso, Tomás Guitarte (sentado-d). (EFE/Antonio García)

Acostumbramos a tratar el humor social, la percepción que los ciudadanos y ciudadanas tienen sobre la situación en que se encuentran. En todo ello, se mezclan elementos objetivos, vinculados a los datos e indicadores que se dan en una sociedad y en un momento concreto, junto a otros que son más subjetivos o cualitativos, una valoración de dicho escenario en el que entran en juego más variables, entre ellas, la propia posición personal, las expectativas, etc. De esta forma, los primeros se identifican con aspectos como el crecimiento económico, el producto interior bruto y la evolución de la tasa de desempleo, o de actividad, así como la creación de puestos de trabajo, y en menor medida suelen emplearse otros como los índices e indicadores que hacen referencia a la calidad de vida. En el otro lado, apoyándose en ocasiones en estas mismas fuentes, en función de hacia dónde se dirijan los mismos, se observa que son más sensaciones, impresiones, sentimientos, en definitiva. Es decir, ese humor social que, en nuestros tiempos, y pueden darse disonancias, está marcado por el pesimismo.

De la misma forma que hablamos de un humor social, lo podemos hacer de un humor territorial. Es decir, cómo percibimos y valoramos la situación, presente y futura, de nuestras localidades, regiones o países. Y si el humor social es pesimista, el vinculado al territorio nos permite explicarlo en parte. En la década de los noventa del siglo XX y en buena parte de la primera del siglo XXI, vivimos y fuimos parte de una serie de cambios y visiones del futuro en relación con el territorio determinantes. Por un lado, se fueron reduciendo ciertas desigualdades entre los mismos, que en el caso de España hay que entenderlo junto al desarrollo del estado de bienestar y del Estado de las autonomías. No es menos cierto que buena parte del medio rural del interior peninsular vivía las consecuencias del tramo final del éxodo rural. Por otro lado, el papel de las tecnologías y el desarrollo de internet ofrecían un escenario en el que el territorio dejaba de tener sentido. Ya no importaba el lugar, las oportunidades iban a estar presentes con independencia del espacio. En definitiva, un momento de optimismo hacia el futuro.

Foto: Clausura del primer congreso de España Vaciada. (EFE/Antonio García)

Sin embargo, buena parte de estas premisas no se han cumplido y el encadenamiento de la crisis sistémica de 2008, la pandemia del covid-19 de 2020 y los cambios geopolíticos de los últimos años han demostrado cómo la variable territorial es fundamental para explicar los cambios y las desigualdades crecientes. De esta forma, la ubicación que se ocupa como región y como localidad tiene una gran importancia en las valoraciones del momento y las expectativas de futuro. Así, Europa no está en un buen lugar en el tablero actual. Dentro del mismo, España tampoco. Y así podríamos seguir con las zonas del interior peninsular y buena parte de otras como la cornisa cantábrica, hecho que no es exclusivo de España.

Son territorios que vivieron con optimismo e ilusión los cambios que venían en parte por la globalización y sus transformaciones. Zonas y localidades que se sacudían estereotipos y prejuicios y que, en pocos años, transformaban tanto su forma como su contenido. Desde las grandes infraestructuras de comunicaciones a los elementos de estatus vinculados al desarrollo turístico, en parte, pasando por la rehabilitación de los cascos antiguos, a las deslocalizaciones de las actividades industriales y del sector secundario, junto con el descenso del peso del primario y su transformación, todos ellos clave en el músculo que adquirieron en las décadas anteriores y que fue determinante para su desarrollo.

Foto: El 'lehendakari' Urkullu, en el centro, junto a los presidentes Revilla (Cantabria), Rueda (Galicia) y Barbón (Asturias), tras la cita de marzo de la Comisión del Arco Atlántico. (EFE/David Aguilar)
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Casi dos décadas después, asistimos a un escenario en el que estos territorios y municipios se sienten desplazados tanto espacial como temporalmente, como apuntan certeramente Christophe Guilluy y Jérôme Fourquet. Lugares que tienen la percepción de que no importan o que se han quedado fuera de los grandes flujos del presente y del futuro. En cierto sentido, lugares suspendidos o incluso en pausa. Territorios en los que son frecuentes expresiones como “aquí no hay nada”, “dónde van a trabajar los jóvenes”, “no hay expectativas”, “todo se cierra”, “no hay nada que hacer”… Lugares, en definitiva, en los que parece que la opción es buscar la puerta de salida porque no hay oportunidades, como también lo demuestran indicadores demográficos y de migraciones. Si las fábricas e industrias fueron cerrando, ahora también lo hacen comercios, hecho que no es exclusivo de estas localidades, sino que también se da en cualquier lugar. Hay numerosos ejemplos de la situación a través, por ejemplo, de los reportajes de Héctor García Barnés en el mismo El Confidencial.

Un humor territorial que socialmente se ha institucionalizado en buena parte de nuestro país y de sus ciudades, que nos muestra cómo España tiene un problema enorme de cohesión social y territorial. Una articulación que no ha sido realizada o que se ha ido posponiendo. Unas regiones y ciudades en que contrastan los mensajes institucionales y la construcción de una serie de imaginarios y relatos con una realidad cada vez más creciente, como es la de un cierto desencanto y fatalismo a los que también podríamos añadir la etiqueta de territorial. Suele ponerse el foco en la despoblación del medio rural, con parte de razón y justicia, aunque no es menos cierto que estamos en otro momento de la partida. De esta forma, una de las cuestiones que no estamos teniendo en consideración de lo ocurrido con nuestro medio rural es que podemos aprender de aquella situación para no volver a repetir ciertos errores, aunque sean también dos procesos con importantes diferencias.

Foto: Un niño juega en Molina de Aragón. (Getty/David Ramos)

El contexto actual no favorece a estas regiones y zonas, a través de factores estructurales, pero también por fallos y falta de visión estratégica interna. En cierto sentido, nos hemos instalado en una cierta autocomplacencia que genera una visión distorsionada de la realidad. Además, se está produciendo un conformismo basado en la sensación de que no hay nada que hacer. Sin embargo, no es así, aunque esto ofrece transformaciones estructurales y una nueva forma de mirar la realidad en que nos encontramos.

Es el momento de cambiar estas dinámicas territoriales para construir un país más cohesionado. Un país que no mire a sus territorios como una pugna constante entre zonas por recursos y relatos. Un país que entienda que a través de la cohesión interna, de la recuperación del sector secundario y de la puesta en valor real del primario, se podrá avanzar también hacia un mejor posicionamiento en el tablero global. Si los diferentes grupos de poder no se creen esta visión por convencimiento, porque entienden que hay un país que precisa de un cambio radical en este sentido, y hay gente que sí lo tiene interiorizado, que al menos lo hagan por interés. Podemos cantar las bondades de vivir en el medio rural, en las ciudades pequeñas y medias, pero sin oportunidades para sus ciudadanos y ciudadanas, las mismas quedan en casi nada. También podemos debatir sobre el concepto de progreso, acerca de qué entendemos por el mismo, y seguramente llegaremos a muchos puntos de encuentro, pero también habrá diferencias. Igualmente, el conjunto del modelo en el que nos encontramos necesita una vuelta. Nos encontramos en un punto de inflexión y la variable territorial adquiere cada vez una mayor fuerza. Este hecho se concreta también en movimientos políticos que tienen en el territorio su medio y su fin, en algunos casos dando lugar a discursos que no casan bien con los valores de los Estados democráticos y sociales. Pero, en definitiva, son la articulación y la visión de conjunto las que nos tienen que dar la medida para salir de este atolladero. Si seguimos por el camino de la autocomplacencia, del conformismo, del pesimismo interiorizado y del optimismo sin base real, fundamentado en la deseabilidad, los desequilibrios serán cada vez mayores y las soluciones se irán quedando más lejos.

Acostumbramos a tratar el humor social, la percepción que los ciudadanos y ciudadanas tienen sobre la situación en que se encuentran. En todo ello, se mezclan elementos objetivos, vinculados a los datos e indicadores que se dan en una sociedad y en un momento concreto, junto a otros que son más subjetivos o cualitativos, una valoración de dicho escenario en el que entran en juego más variables, entre ellas, la propia posición personal, las expectativas, etc. De esta forma, los primeros se identifican con aspectos como el crecimiento económico, el producto interior bruto y la evolución de la tasa de desempleo, o de actividad, así como la creación de puestos de trabajo, y en menor medida suelen emplearse otros como los índices e indicadores que hacen referencia a la calidad de vida. En el otro lado, apoyándose en ocasiones en estas mismas fuentes, en función de hacia dónde se dirijan los mismos, se observa que son más sensaciones, impresiones, sentimientos, en definitiva. Es decir, ese humor social que, en nuestros tiempos, y pueden darse disonancias, está marcado por el pesimismo.

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