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La madurez de la monarquía
Cuando la Princesa de Asturias jure la Constitución, expresará el dato de que la Monarquía española no se encuentra nunca suficientemente madura, que se está reafirmando continuamente, a cada paso, en todo momento
La coronación de Carlos III es un buen pretexto para reflexionar sobre el acto en que Leonor de Borbón jurará la Constitución (art. 61.2 CE). Y no porque existan enormes similitudes entre ambos, sino por las notables diferencias que median entre las dos monarquías. Y es que contra lo que se afirma habitualmente, no cabe una Teoría general de la Monarquía, cada monarquía responde a su propia identidad y la nuestra se forja en la Transición, siendo la más contemporánea de todas. Mientras la monarquía británica es historia, la española es presente.
Cuando el rey británico es coronado, la ceremonia que lo entroniza supone una afirmación del pasado que expresa madurez, la madurez de una institución que hunde sus raíces en el feudalismo y tiene por lengua el viejo francés normando de Guillermo el Conquistador. Una madurez, un punto decadente, incluso un pelín demodé, que representa la unidad espiritual de todos los británicos. Cuando la Princesa de Asturias jure la Constitución, expresará el dato de que la Monarquía española no se encuentra nunca suficientemente madura, que se está reafirmando continuamente, a cada paso, en todo momento. La Monarquía española es más frágil pero más veraz, más difícil pero más apegada a la existencia efectiva de la sociedad y menos acostumbrada en el sentido literal del término de 'construida sobre la costumbre', el hábito de lo que en el pasado se ha hecho. En España el monarca se está haciendo constantemente, todos los días.
Pero para explicarlo bien conviene efectuar tres aclaraciones. Primera, se trata de un acto de cumplimiento constitucional, directamente derivado de la Constitución, en el que una persona física adquiere públicamente la condición de sujeto constitucional por su mayoría de edad. Nada de pacto, nada de tradición medieval. La realización de un mandato constitucional inmediato.
Segundo, el acto se realiza públicamente ante la representación política y territorial de la sociedad (Cortes Generales), lo que exige que el órgano que la ostenta (art. 66.1 CE) esté presente de manera perfecta y no en prórroga, es decir, reemplazado por el instrumento que suple sus vacíos temporales, la Diputación Permanente. Estamos ante una función sustancial indeclinable, que por tener que ver con la continuidad del Estado no admite sustitución. Si el mandato del Parlamento ha expirado el día de la mayoría de edad de la heredera (31 octubre 2023), habrá que esperar a la inminente renovación de las Cortes.
Hoy, para actuar constitucionalmente, el príncipe posmoderno requiere de experiencia, templanza y saber comunicativo
Tres, es un acto efectivo y no simbólico que marca el acceso a la condición constitucional de la persona llamada al oficio de Rey y de su constatación jurídica (de ahí el juramento). Es el comienzo de la trayectoria pública de la mujer destinada a reinar —trayectoria dura para un ser de carne y hueso— que inicia la senda que en fecha incierta culminará con el acceso al trono del nuevo monarca, cuyo tiempo político lo marcará su propia existencia. La monarquía es la única institución que tiene su propio Tiempo y eso es fundamental porque no está sujeta al Tiempo general de la política, lo que explica su posición neutral y allí, donde no media la historia, la obliga a terrenalizarse más, a ser más realidad, a conocer mejor el fondo del ser social. Por eso la necesidad de un aprendizaje destinado a que la futura reina adquiera experiencia suficiente en el dominio de tres menesteres.
A) En el arte de conocer palmo a palmo la sociedad española a fuerza de palparla hasta llegar a intuir perfectamente las fuerzas de la termodinámica que mueven nuestra vida colectiva. Es decir, hasta estar en condiciones de captar los efectos de los cambios de temperatura, presión y volumen que constantemente se producen en la realidad española. B) En el arte de entender que el Rey es algo así como el punto de fuga de la vida española (al que todos ven y el que lo percibe todo) y de aprender lo que en inglés se dice forberance, una suerte de autocontención astuta que requiere de enorme disciplina y dominio interno para retenerse, para no intervenir, para no hacer, salvo en el momento constitucional exacto. C) En el arte de comunicar en sentido luhmanniano. Luhmann —el más lúcido estudioso de la funcionalidad postmoderna— nos enseña que la sociedad actual es ante todo comunicación, que la comunicación domina la existencia colectiva. La comunicación permite anticiparse a los acontecimientos y evita ser devorado por ellos.
En suma, hace quinientos años advertía Maquiavelo que para gobernar era precisa buone legge e buone arme. Hoy, en cambio, puede decirse que para actuar constitucionalmente el Príncipe posmoderno requiere de experiencia, templanza y saber comunicativo, artes en las que, al menos en España, los frutos nunca están totalmente maduros.
*Eloy García es catedrático de Derecho Constitucional.
La coronación de Carlos III es un buen pretexto para reflexionar sobre el acto en que Leonor de Borbón jurará la Constitución (art. 61.2 CE). Y no porque existan enormes similitudes entre ambos, sino por las notables diferencias que median entre las dos monarquías. Y es que contra lo que se afirma habitualmente, no cabe una Teoría general de la Monarquía, cada monarquía responde a su propia identidad y la nuestra se forja en la Transición, siendo la más contemporánea de todas. Mientras la monarquía británica es historia, la española es presente.
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