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Sánchez también depende de la derecha radical: Junts
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Ramón González Férriz

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Sánchez también depende de la derecha radical: Junts

El PSOE tiene derecho legítimo a buscar su apoyo para la investidura. Pero debemos recordar cuál es la naturaleza de JxCAT

Foto: La cabeza de lista de Junts, Míriam Nogueras (c), acompañada de la presidenta del partido, Laura Borràs (i), y el secretario general, Jordi Turull. (EFE/Enric Fontcuberta)
La cabeza de lista de Junts, Míriam Nogueras (c), acompañada de la presidenta del partido, Laura Borràs (i), y el secretario general, Jordi Turull. (EFE/Enric Fontcuberta)
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Como tantos fenómenos políticos de la última década (Brexit, Podemos), el procés fue un significante vacío. A una palabra, independencia, cada uno le daba el significado que quería. Para los votantes de la CUP, la independencia significaba la posibilidad de hacer una revolución. Para ERC, abría la puerta a aumentar el poder de las zonas rurales poco descatalanizadas a costa de la provincia de Barcelona, cada vez más española. Para la vieja Convergència i Unió, la Cataluña independiente estaría al servicio de las élites empresariales locales, como en una especie de Singapur del Mediterráneo.

Se trataba de ensoñaciones ideológicas. Pero el truco funcionó y el procés consiguió el apoyo de la mitad de la población catalana. Y logró una proeza adicional: la inmensa mayoría de españoles, incluida casi toda la izquierda, se opusieron a la autodeterminación, pero buena parte de la izquierda española decidió tratar a los partidos independentistas, a efectos políticos, como si fueran de izquierdas.

Foto: Miriam Nogueras, cabeza de lista de Junts al Congreso, celebra los resultados del 23-J. (EFE/Enric Fontcuberta)

El año pasado, la CUP tenía el doble de votantes en los barrios ricos (32%) que en los pobres (14%). ERC nunca ha sido un partido obrerista ni marxista, sino pequeñoburgués y de inspiración católica. Pero, con ciertos esfuerzos semánticos, se les podría ubicar en la izquierda. Sin embargo, considerar a los vástagos de Convergència i Unió como un aliado de izquierdas tiene mucho mérito. CiU era muy de derechas. Su principal heredero, Junts, ha ido más allá: en gran medida, es un partido de derecha radical, en línea con casi todos los demás nacionalismos europeos. El PSOE tiene derecho legítimo a buscar su apoyo para la investidura. Pero debemos recordar que esa es su naturaleza.

Junts y la derecha radical

Normalmente, se suele desdeñar este argumento porque Junts no es intransigente en cuestiones morales como la homosexualidad o el aborto. Pero tampoco lo es la formación de Le Pen en Francia, ni lo son muchos de los partidos de derecha autoritaria escandinavos. Por lo demás, sus rasgos son comunes. Tras la reiterada negativa de las instituciones europeas de apoyar el proceso independentista, en lo que hoy es Junts emergieron las pulsiones euroescépticas. En 2017, Puigdemont llamó a la UE “club de países decadentes y obsolescentes” y pidió un referéndum para que los catalanes decidieran si querían pertenecer a ella. Esas pulsiones han ido a más tras los reveses del Parlamento Europeo y el Tribunal General de la UE a Puigdemont: este ha llamado a la UE “la Europa del pasado” y ha dicho que le había “decepcionado”. En Bruselas, Junts es aliado del NVA, el partido nacionalista flamenco de derechas, que tiene importantes elementos radicales. Pero Puigdemont se ha dejado querer también por el Vlaams Belang, que es abiertamente de extrema derecha y ha apoyado el independentismo catalán y la inmunidad del expresident. Cada vez hay pruebas más concluyentes de que, de manera informal, la Generalitat que presidía Junts tuvo contactos con representantes del Estado de Rusia para preparar una eventual independencia.

Foto: Pere Aragonès y Albert Batet en una sesión de control del Parlament (EFE/Marta Pérez)

Pero la vinculación de Junts con la derecha radical europea también es evidente en otros aspectos. Para empezar, sus líderes más carismáticos, Puigdemont y Laura Borràs, tienen, como casi todos los de estos movimientos, un carácter volátil, mesiánico y autoritario, y un enorme desprecio por los procedimientos democráticos. La irregular aprobación de las leyes de desconexión previas al referéndum de octubre de 2017 explicitó la visión de Junts, compartida por todas las derechas radicales europeas, de que lo que consideran las minorías no nacionales (en este caso, la española) no goza de los mismos derechos políticos que la mayoría nacional (en este caso, los catalanes independentistas). Y eso mismo se reitera con frecuencia en la visión que Junts y sus intelectuales de referencia transmiten sobre los catalanes castellanoparlantes, singularmente los de clase baja: emplean una retórica aparentemente inclusiva, pero que transmite a quien quiera oírlo que su idea de catalanes deja fuera a la mitad de la población.

Una escisión aún más radical

En ese sentido, es elocuente que ya exista una escisión de derecha radical aún más explícita dentro del independentismo: Aliança Catalana. Se trata de un nuevo partido cuya líder, Sílvia Orriols, tras unos años entregados a la militancia procesista, ha logrado la alcaldía de Ripoll, y que transmite de manera aún más explícita que Junts las coordenadas ideológicas del nativismo conservador. No solo con medidas contra los inmigrantes musulmanes, el primer punto de su programa ideológico, sino también contra los catalanes no independentistas. “Para ella —escribía la semana pasada el periodista Joan Burdeus en un brillante reportaje del cuadernillo en catalán del periódico El Paíscatalán no es quien vive y trabaja en Cataluña, sino quien da por hecho que Cataluña es una nación con una única lengua, que lleva 300 años ocupada y que es necesario luchar para liberarla”.

Foto: Míriam Nogueras, con la cúpula de JxCAT en la noche electoral. (EFE/Enric Fontcuberta)
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La inspiración del resto de su programa, dice Burdeus, es también “puro Bannon”. Según cuenta, para su financiador y asesor, Jordi Aragonès (primo del president de la Generalitat),“las derechas que crecen son las que han adoptado una mezcla de proteccionismo industrial, nacionalismo identitario y un discurso radical contra la inmigración, todo ello en nombre de proteger a la gente normal de casa”. ¿Los financiadores de este proceso? “Empresarios y expolíticos de la órbita de Convergència i Unió”, dice Burdeus. Junts no ha llegado a estos extremos porque es un partido demasiado arraigado en el establishment tradicional y aficionado a los términos políticos respetables. Pero esa será, seguramente, la dirección que adoptará al menos una facción del independentismo de derechas en Cataluña.

Una parte de la izquierda española cree que el independentismo es de izquierdas porque se opone a las élites políticas y empresariales madrileñas; muestra de ello es que PSOE y Sumar hayan escogido como negociador con Junts de la investidura a Jaume Asens, un hombre de Podemos. Otra parte, muy grande en el PSOE, no se engaña: quiere pactar con Junts solamente porque no hay otro remedio que hacerlo para llegar al poder. Lo cual es legítimo. Pero debería quedar claro con ello que Pedro Sánchez también va a depender de la derecha radical y euroescéptica.

Como tantos fenómenos políticos de la última década (Brexit, Podemos), el procés fue un significante vacío. A una palabra, independencia, cada uno le daba el significado que quería. Para los votantes de la CUP, la independencia significaba la posibilidad de hacer una revolución. Para ERC, abría la puerta a aumentar el poder de las zonas rurales poco descatalanizadas a costa de la provincia de Barcelona, cada vez más española. Para la vieja Convergència i Unió, la Cataluña independiente estaría al servicio de las élites empresariales locales, como en una especie de Singapur del Mediterráneo.

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