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La concertación en España pasa por eliminar los elementos identitarios a izquierda y derecha
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La concertación en España pasa por eliminar los elementos identitarios a izquierda y derecha

La fuerza perdedora, el PSOE, prefiere reeditar la coalición Frankenstein con partidos que tienen en el punto de mira la alteración del marco constitucional por la puerta de atrás

Foto: Pedro Sánchez en la cumbre de líderes UE-Celac en Bruselas. (Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)
Pedro Sánchez en la cumbre de líderes UE-Celac en Bruselas. (Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)

Quizás recuerden aquellos años aciagos de principios de la 2ª década de este siglo XXI, cuando a Zapatero le rompió encima la crisis euro que negaba. Recibió llamadas de Obama para que atendiera las demandas de los mercados y comenzaron los recortes al estado de bienestar. La nota más distintiva en el espacio político europeo fue, sin duda, la fortaleza de la coalición alemana entre Merkel y el SPD, que se prorrogó varias veces granjeando una mayoría sólida para hablar con voz alta y nítida en Bruselas. Esa concertación sólida permitió sesgar los derroteros del diagnóstico y prescripción de la crisis, y obviamente barrer para casa.

El resultado de las elecciones generales: victoria de los partidos mayoritarios a costa de todo lo demás, pone en bandeja la posibilidad de una concertación nacional similar. Pero no va a ser así porque la fuerza perdedora, el PSOE, prefiere reeditar la coalición Frankenstein con partidos que tienen en el punto de mira la alteración del marco constitucional por la puerta de atrás. Por unos precios: referéndums de autonomía vinculantes, independencias y demás, que, en rigor de Ley, no se pueden pagar.

Foto: La presentadora Ana Rosa Quintana. (Mediaset)

En muestra de agradecimiento a la UE, que nos está salvando la recuperación gracias a la asistencia del Fondo de Recuperación y el BCE, se prepara un vodevil anticonstitucional que atenta a su espíritu de base: la convergencia en el rigor de ley de Estados de Derecho. Pocas veces se puede repetir que en la mesa europea donde se negocia casi todo de lo que en realidad importa a largo plazo, lo que pesa es la concertación nacional. Sin duda, un cambio de perspectiva en el histrionismo de la política patria, hacia afuera y hacia adelante desde la misma, requiere una volición nacional que el presidente en funciones desprecia, a pesar de ser el único mandato legible del resultado electoral. Y esto pasa en un momento especialmente crítico: por lo que se negocia y por lo que nos toca.

En Europa se debate este semestre bajo la presidencia española, la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento del 2010, aquel marco fiscal por el que se comprometió constitucionalmente la contención de deuda y déficits fiscales. De que estuviera diseñado torpemente, aplicando la misma medicina a todos, con independencia de la situación particular de cada país, y sin referencia al impacto sobre el conjunto, ya ha dado cuenta la trayectoria de crecimiento subóptima y una tendencia estructural de fragmentación velada el último lustro por la intervención del BCE. Fue a partir de entonces cuando la tendencia en el crecimiento europeo pareja con EEUU se rompe, y cuando se necrosó la división europea.

Foto: Una bandera de la Unión Europea ondea en la sede de la Comisión Europea en Bruselas. (Reuters/Yves Herman) Opinión
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La negociación actual corregirá la forma y los tiempos para ejecutar la irrescindible disciplina económico-financiera, la velocidad de ajuste de los déficits estructurales. La posibilidad de introducir mecanismos que den cuerpo a la "autonomía estratégica" financiando la defensa de intereses europeos conjuntos, o sea un eurobono, siempre planea por ahí. Ya lo hizo el año pasado con motivo de Ucrania. No es un reducto de exención de responsabilidades, sino un compromiso de otras más férreas. Además de otras muchas cosas: la consumación de la unión monetaria, la puerta a la geopolítica para competir con el dólar, y el testigo de una voluntad política europea. Esa chispita de ilusión… No pasará.

El bloqueo político que se viene en el país que modula la agenda del semestre de la UE, no puede ser, pues, más ajeno a las vicisitudes del momento europeo que transitamos. Cada nación europea vibra candente a su forma con el legado de varias décadas de globalización y el efecto traumático que tuvo en su tejido industrial, una crisis euro cardinal con su diagnóstico y prescripción insuficientes, y otras dos, pandémica e inflacionista. Mientras que, en el resto de Europa, el sentido de desprotección ante una época de policrisis, ha coagulado expresiones de corte nacionalista identitario, en nuestro caso, la reedición del pacto de coalición gubernamental subordina la nación a particularismos nacionalistas centrífugos. En esencia son la misma monserga.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Lizón) Opinión
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Digámoslo claramente. El nudo gordiano de la concertación en España pasa por la amputación de elementos identitarios nacionalistas que sesgan las fuerzas parlamentarias mayoritarias a los extremos. Tanto monta, tanto da. Es esta misma pulsión nacionalista, una suerte de religión en distinto formato, lo que aborta un proceso de concertación entre una derecha secular y una socialdemocracia funcional. El nacionalcatolicismo, el comunismo y la izquierda identitaria, esa que confecciona derechos como se reparten chuches (sí, distracciones), no entran en esta película. La quimera de su planteamiento en esta coyuntura, no desdice un ápice su oportunidad.

Este sesgo a lo identitario, una corriente transversal en todo Occidente, una reacción a la globalización de décadas, no se reconfigura políticamente en un plano europeo, porque no encuentra dónde. No se trata solo de fortalecer la voz en la mesa de ese Consejo Europeo, donde se corta el tomate, a base de concertación. Se trata de apostar por una vocación identitaria, útil por propositiva en este s. XXI, que es la europea.

Foto: Christine Lagarde y Ursula von der Leyen. (Reuters/Johanna Geron) Opinión
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En términos políticos, se corresponde con trascender un modelo de gobernanza intergubernamental que quedara complementado por un estamento federal, latente en las negociaciones del PEC. Cuando el momento europeo requiere la máxima concertación, esa puerta a la geopolítica que es el eurobono, Sánchez está ocupado en desconcertar, en la implosión de su nación por la puerta de atrás, sin luces y taquígrafos, a beneficio de inventario. ¡Jo, qué foto!

Aún clavados 15 años en la misma renta per cápita, pedir políticas de Estado desde la concertación es pedir peras al olmo. Peor aún es formalmente. El funambulismo institucional y la quiebra velada del Estado de Derecho que se viene, satisfaciendo el precio inconstitucional de la reedición de alianzas, cree que no incumbe a Europa. Desconoce Europa como una arquitectura jurídica, como un proceso de convergencia en Estados de derecho en rigor de ley. Y su capacidad de tutelaje. Qué espectáculo. Al tiempo.

Quizás recuerden aquellos años aciagos de principios de la 2ª década de este siglo XXI, cuando a Zapatero le rompió encima la crisis euro que negaba. Recibió llamadas de Obama para que atendiera las demandas de los mercados y comenzaron los recortes al estado de bienestar. La nota más distintiva en el espacio político europeo fue, sin duda, la fortaleza de la coalición alemana entre Merkel y el SPD, que se prorrogó varias veces granjeando una mayoría sólida para hablar con voz alta y nítida en Bruselas. Esa concertación sólida permitió sesgar los derroteros del diagnóstico y prescripción de la crisis, y obviamente barrer para casa.

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