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El PP y el síndrome de la fruta madura
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Ramón González Férriz

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El PP y el síndrome de la fruta madura

El PP nacional parece considerar que su tarea consiste en estar ahí cuando los españoles se cansan del PSOE. Entonces, cree, la victoria cae por sí misma

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)
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Durante los últimos 10 días, hemos repetido que unas encuestas desenfocadas y un clima de opinión aparentemente averso a Pedro Sánchez generaron durante la campaña electoral un exceso de confianza en el PP. Eso provocó sus errores y su resultado insuficiente. Es cierto. Pero, en realidad, el problema se remonta a más atrás. Y es más grave.

En 1996, Felipe González había gobernado durante 14 años y su Gobierno había estado sometido a una insostenible sucesión de shocks: la gran crisis tras las Olimpiadas y la Expo, el escándalo de los GAL, innumerables casos de corrupción. José María Aznar había renovado ideológicamente el PP y hecho una oposición implacable, pero su victoria en las elecciones de marzo de ese año llegó como si fuera un acontecimiento predestinado. Simplemente, era imposible que el PSOE siguiera ganando y gobernando. Algo parecido sucedió en 2011. A José Luis Rodríguez Zapatero le estalló una crisis que acabó con un largo periodo de inusitado enriquecimiento, anunció los mayores recortes de gasto público de la democracia y se quedó sin respuestas creíbles ante el colapso de la confianza social. El PP de Mariano Rajoy ganó las elecciones de noviembre, simplemente, porque era impensable que lo hiciera el PSOE.

Foto: El líder de ERC, Gabriel Rufián, en la valoración de resultados. (EFE/A. García)
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Esas dos experiencias han generado en buena parte del liderazgo del centro derecha nacional una mentalidad peculiar. De acuerdo con esta, mientras gobierna el PSOE, el PP debe mantenerse cohesionado, esbozar un programa laxo y hacer una oposición muy dura. Pero, en esencia, debe esperar. Debe esperar a que el Gobierno muestre señales de agotamiento y de declive. Cuando eso sucede, el PP dice a los españoles que es necesario reparar todos los estropicios que ha provocado la izquierda, y que él está dispuesto a hacer ese ingrato trabajo. El PP nacional parece considerar que su tarea consiste en estar ahí cuando los españoles se cansan del PSOE. Entonces, cree, la victoria cae por sí misma. Como fruta madura.

Un error de cálculo

Pero en estas últimas elecciones, el PP calculó mal. Creyó que ya había empezado la agonía del Gobierno del PSOE. Hace apenas un año, daba por hecho que esta se debería a la suma de inflación y recesión, una combinación letal para cualquier Gobierno. Esa era la hipótesis preferida por el PP y Alberto Núñez Feijóo llegó a decir que “nos dirigimos a una profunda crisis económica”. Pero esa crisis no se produjo del todo, y el PP decidió en abril pasado que la economía no iba a ser su principal argumento electoral. Sin embargo, como ya había decidido que el ciclo del PSOE estaba acabando, cambió los motivos de ese fin. Este acabaría, pensó, a causa de la aprobación de malas leyes (el solo sí es sí, la reforma del Código Penal) y del protagonismo en la gobernación de socios indeseables. Muchos pensamos que esto sí provocaría una importante pérdida de votos para el PSOE. Pero al PP, preso de esa mentalidad, eso le sirvió como excusa para seguir, tras las elecciones autonómicas de mayo, una incoherente política de alianzas. Le sirvió para abandonarse a la tentación de utilizar la terrible referencia a Txapote. Le sirvió para pensar que su programa podía limitarse a ser una derogación del sanchismo. No importaba. La victoria, pensó, caería otra vez como fruta madura.

Un programa musculoso

El síndrome de la fruta madura, esa mentalidad según la cual hay que esperar a que el PSOE caiga por sí mismo, ya era preocupante en el pasado. Ahora, con la presencia de Vox, es incluso más dañino: el partido de Abascal y sus teorías radicales no solo le quitan votos al PP, sino que se los dan a la izquierda. En consecuencia, el PP no tiene más remedio que dotarse de un musculoso programa ideológico que le permita definirse y aparecer, más que como un inevitable pero poco apetecible plan B, como la encarnación de una determinada visión de España. “Musculoso”, sin embargo, no significa necesariamente “más de derechas”, como con frecuencia asumen los críticos del liderazgo del PP cuando este pierde unas elecciones. Significa, sobre todo, “libre del síndrome de la fruta madura”.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina) Opinión

Esto es más fácil de decir que de hacer, pero si se celebran unas nuevas elecciones antes de que acabe el año, el PP debería intentar no repetir el papel que le impone esa mentalidad según la cual él no llega al poder por méritos propios. Sin embargo, aún más importante es que, si el PSOE consigue formar Gobierno después del verano, el PP se deshaga por completo y para siempre de esa mentalidad. Sus responsables se podrán decir a sí mismos que la nueva legislatura será todavía más complicada para Sánchez que la anterior a causa de su necesidad de nuevos e intratables aliados. Se podrán decir a sí mismos que la recesión, que no llegó antes de estas elecciones, llegará después, y que sin duda lo harán también los recortes del gasto público. Se podrán decir a sí mismos que la legislatura será corta y que, a la próxima, seguro, la victoria será del PP.

Pero ya hemos visto que esa mentalidad no es eficaz y que el síndrome de la fruta madura es paralizante para el PP nacional, porque le inhibe de hacer un plan ideológico robusto y coherente, y malo para la democracia española. Incluso quienes no lo votan, incluso quienes no son de centro derecha, necesitan que deje de pensar que su tarea consiste solamente en estar ahí cuando nos cansamos del PSOE. Y en poner las manos para que el poder le caiga en ellas.

Durante los últimos 10 días, hemos repetido que unas encuestas desenfocadas y un clima de opinión aparentemente averso a Pedro Sánchez generaron durante la campaña electoral un exceso de confianza en el PP. Eso provocó sus errores y su resultado insuficiente. Es cierto. Pero, en realidad, el problema se remonta a más atrás. Y es más grave.

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