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Sánchez y el arte de vender tu relato
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Ramón González Férriz

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Sánchez y el arte de vender tu relato

Los presidentes suelen incumplir sus promesas e improvisar sus tácticas. Todos los políticos entienden este principio y los votantes también deberían hacerlo. Pero Sánchez ha ido más allá

Foto: Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones. (Reuters)
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en funciones. (Reuters)
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Pedro Sánchez fue sincero al decir, antes de las elecciones de noviembre de 2019, que consideraba indeseable un Gobierno de coalición con ministros de Podemos en puestos clave. Por supuesto, la mayor parte del PSOE no quería depender de Esquerra, ni tener que recurrir a Bildu, para sacar adelante su programa legislativo. Ahora mismo, la idea de hacer concesiones personales a Puigdemont para conseguir el apoyo de Junts a la investidura no le hace mucha gracia a nadie. Pero Sánchez y los socialistas —incluidos entre estos no solo sus líderes y militantes, sino también buena parte de sus votantes y sus periodistas más cercanos— han convertido en un depurado arte político un viejo consejo de autoayuda: si la vida te da limones (ácidos, difíciles de tragar), haz con ellos limonada (dulce y fresca).

Los cambios en el sistema

El PSOE y el PP han asumido que los gobiernos de coalición van a ser, de ahora en adelante, la norma. Les irrita haber perdido la capacidad de alcanzar mayorías absolutas. Y, con ello, la posibilidad de ejercer el poder tal como lo diseñaron los padres de la Constitución. Nuestro sistema estaba pensado para que el presidente del Gobierno, todos los ministros y las mayorías del Congreso y el Senado pertenezcan a un mismo partido. Y que, luego, este sea capaz de pactar en asuntos como el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial. Pero este reparto ya no va a ser posible. El PP, quizá porque aún no ha vivido la experiencia de gobernar el país con Vox, ve la nueva coyuntura con enorme preocupación. Duda de si es posible hacer funcionar el sistema político cuando no se dispone de esos grandes alineamientos. El PSOE, en cambio, no solo ha decidido dar por bueno que el sistema haya mutado, sino que transmite que, en realidad, esa fue su idea desde el principio y que es una bendición que al fin haya sucedido.

Todo son buenas noticias

Según este relato, el previsible nuevo Gobierno de coalición con Sumar no será una fuente de choques entre dos ideologías, la socialdemocracia y el poscomunismo, que tienen menos en común de lo que parece, sino una muestra del compromiso del presidente con las políticas redistributivas, ecologistas y feministas más osadas. Durante la mayor parte de los años de democracia en España, los pactos con partidos nacionalistas relativamente moderados como el PNV y CiU eran considerados soluciones incómodas para garantizar la gobernabilidad durante la ausencia temporal de mayorías absolutas. Ahora, en cambio, el PSOE explica que su necesidad de apoyarse constantemente en versiones más radicales de estos partidos, como ERC, Bildu o Junts, y las concesiones, que en el pasado parecían impensables, son una fórmula idónea para resolver de una vez por todas los problemas de gobernabilidad territorial de España. El PSOE siempre ha respetado la figura del rey; ahora, sin embargo, que Felipe VI se enfrente a algunas dudas constitucionales acerca de sus funciones no es para los socialistas la consecuencia de una situación ambigua —un ganador que no puede formar Gobierno—, sino una forma muy práctica de poner de manifiesto las limitaciones de la monarquía. Algunos miembros del PSOE reconocen en privado que España necesitaría poner al día la Constitución, pero saben que hoy no existe una mayoría suficiente para ello, de modo que lo mejor, dicen, es utilizar todas estas circunstancias no planeadas para ir ensanchando sobre la marcha los límites del sistema. Lo accidental se vuelve estructural. Todo viene al pelo.

Por supuesto, transmitir que incluso los reveses son parte del plan es un rasgo habitual de la política. Pero Pedro Sánchez ha ido más allá y convierte todo acontecimiento azaroso, incluso abiertamente indeseable, en una estrategia. En buena medida, eso es consecuencia de la obsesión de la política contemporánea en general, y la suya en particular, por el relato: por presentar las decisiones políticas y legislativas dictadas por las necesidades circunstanciales y comunicativas como si formaran parte de un plan coherente y a largo plazo. Pero también es consecuencia de que buena parte de los partidarios de la coalición de izquierdas y nacionalistas ha acabado viendo en ella propiedades redentoras en las que tienen una fe inquebrantable. Así, para muchos de ellos, esta gobernación en principio indeseada se habría convertido en la única herramienta de la que dispone España para hacer frente no ya solo a sus problemas seculares, como los territoriales, sino a otros nuevos como el calentamiento global, la transición energética o novedosas expresiones de la desigualdad.

Foto: Yolanda Díaz y Alberto Garzón. (EFE/J. J. Guillén)

Los presidentes suelen incumplir sus promesas e improvisar sus tácticas. Todos los políticos entienden este principio y los votantes también deberían hacerlo. Pero Sánchez ha ido más allá y ha convertido la aprobación de medidas que le desagradan a él y a su partido en parte sustancial de su cometido político y del abanico de creencias de sus partidarios. Las cesiones que en el futuro próximo haga a sus socios se convertirán también en eso y sus votantes no solo lo asumirán sin demasiados problemas, sino que lo incorporarán a su argumentario personal. Eso demuestra el extraordinario don del presidente para vender un relato. Y por eso creo que, después del verano, y por mucho que le desagrade, el PSOE concederá a Junts lo que haga falta y le convencerá de que se sume a la investidura. Y explicará por qué esa solución es la mejor posible. Si la vida te da limones, haz con ellos limonada.

Pedro Sánchez fue sincero al decir, antes de las elecciones de noviembre de 2019, que consideraba indeseable un Gobierno de coalición con ministros de Podemos en puestos clave. Por supuesto, la mayor parte del PSOE no quería depender de Esquerra, ni tener que recurrir a Bildu, para sacar adelante su programa legislativo. Ahora mismo, la idea de hacer concesiones personales a Puigdemont para conseguir el apoyo de Junts a la investidura no le hace mucha gracia a nadie. Pero Sánchez y los socialistas —incluidos entre estos no solo sus líderes y militantes, sino también buena parte de sus votantes y sus periodistas más cercanos— han convertido en un depurado arte político un viejo consejo de autoayuda: si la vida te da limones (ácidos, difíciles de tragar), haz con ellos limonada (dulce y fresca).

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