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¿Sumar? Por qué la izquierda dura decae en todas partes

La oleada izquierdista que surgió tras la crisis financiera está en declive en todas partes. También en España

Foto: La líder de Sumar, Yolanda Díaz. (EFE/Kiko Huesca)
La líder de Sumar, Yolanda Díaz. (EFE/Kiko Huesca)
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En las elecciones de junio pasado, Syriza, el partido de izquierda radical que gobernó Grecia entre 2015 y 2019, obtuvo menos del 18% de los votos. En Reino Unido, desde 2020, Keir Starmer lidera el Partido Laborista, que ha abandonado el apoyo a los movimientos poscomunistas que abanderó su jefe anterior, Jeremy Corbyn, y es ahora una formación liberal y partidaria de la globalización. Si hace tiempo que no se oye hablar de Bernie Sanders y de Alexandria Ocasio-Cortez, dos de los congresistas estadounidenses que lideran el ala socialista del Partido Demócrata, es porque se han vuelto prácticamente irrelevantes. El Movimiento 5 Estrellas italiano nunca fue un partido de izquierdas ortodoxo, pero compartía con estos los mensajes anticasta. En apenas cinco años ha pasado de ser el más votado de Italia, con el 32% de los votos, a ser el tercero, con el 15%.

La oleada izquierdista que surgió tras la crisis financiera está en declive en todas partes. También en España. Podemos acaba de poner en marcha un ERE para despedir a la mitad de sus empleados por la abrupta caída de sus ingresos. En 2015, bajo el liderazgo de Pablo Iglesias, obtuvo 69 escaños en el Congreso. El mes pasado, Sumar, la coalición que, además de Podemos, incluye a otros partidos de izquierdas, obtuvo 31.

Foto: El líder político griego Alexis Tsipras. (Reuters/Louiza Vradi) Opinión
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La izquierda dura está regresando al papel que tenía antes de la crisis. Mantiene un rol muy influyente en la universidad, cuenta con el respaldo del mundo de la cultura y está presente en los medios de comunicación. Pero ha vuelto a ser poco relevante en los sistemas políticos y totalmente minoritaria en la calle. Si en 1996 Izquierda Unida logró el 10% de los votos, Sumar ha conseguido ahora el 12%. El reparto geográfico de ese voto le ha permitido disponer, con dos puntos más, de un tercio más de diputados. Y el declive de los socialistas ha hecho que sea mucho más influyente. Pero aun así, en España, esa izquierda parece hoy más una IU con anabolizantes que aquel movimiento que no solo pretendía sustituir al PSOE al frente de la izquierda, sino que hablaba de convertir su ideología en la hegemónica.

¿Qué ha pasado?

Es pronto para conocer las causas de esta acelerada decadencia. Pero entre ellas hay, probablemente, dos. Y ambas son de fondo.

Suele acusarse a esta izquierda de ser pija, urbana y universitaria, y de preocuparse más por las cuestiones identitarias que las económicas. Pero, más allá de esto, lo cierto es que en las últimas décadas, estos partidos, y también la mayor parte de los demás, han dejado de entender qué medidas políticas serían realmente útiles para echar una mano a las clases trabajadoras. Es más: la sociedad en general ha dejado de entender con claridad qué son esas clases trabajadoras, quién forma parte de ellas y cómo vive. Izquierda Unida aún podía tirar de los estereotipos sobre los obreros industriales, los funcionarios postergados y los sindicatos fabriles. Hoy, tras una fuerte oleada de desindustrialización, y de la caída de la construcción, ni Yolanda Díaz ni nadie sabe realmente cómo conseguir que los trabajadores con puestos inestables y mal pagados del sector de los servicios tengan carreras laborales decentes. Los diagnósticos existentes son insuficientes. Muchas veces, comprenden los datos económicos agregados, pero no la cultura del nuevo proletariado. En consecuencia, no hay propuestas políticas verosímiles.

Foto: Yolanda Díaz y Alberto Garzón. (EFE/J. J. Guillén)

En segundo lugar, las clases medias se sienten acosadas. Sus miembros parecen temer, ante todo, desclasarse, perder la estabilidad, no acceder a la propiedad y tener que decir adiós a su privilegiado estatus social. Una de las consecuencias de esto es que esa clase media no está dispuesta a redistribuir una proporción mayor de sus ingresos hacia las clases inferiores. Probablemente, cree que es absurdo hacerlo cuando ella misma teme acabar formando parte, a poco que le vaya mal, de esas clases precarias. Sumar llevaba en su programa medidas interesantes sobre la reducción de la desigualdad y la redistribución de la renta. El pequeño problema es que la clase media no parece dispuesta a sufragarlas. Y con subir los impuestos al 1% más rico, créanme, no llegará.

La nueva derecha autoritaria no tiene recetas mucho mejores. Las erráticas propuestas económicas de Vox demuestran que no tiene ni idea de quién es ni qué necesita la clase trabajadora española. Trump no logró resarcir a la estadounidense de sus años de declive ni revertir la desindustrialización. La primera gran medida económica de Meloni ha sido retirar una ayuda universal para las familias precarias. Pero esa derecha sabe recurrir a una herramienta enormemente efectiva para paliar sus incomprensiones y transmitir seguridad: el nacionalismo y el proteccionismo.

El neoliberalismo no acabó

Durante la crisis provocada por la pandemia, y tras el impacto de la guerra de Ucrania en los precios, la Comisión Europea y Gobiernos ortodoxos de todo el mundo adoptaron medidas económicas que parecían copiar el intervencionismo y el estatalismo de la nueva izquierda. Esta proclamó que eso significaba que había triunfado intelectualmente, y que la hegemonía ideológica del neoliberalismo había muerto. Fue una celebración prematura. Poco a poco, está regresando la preocupación por los déficits y la ortodoxia fiscal. Y pronto volverá la conversación sobre los recortes del gasto público. Mientras tanto, la izquierda dura, representada por Syriza, el Partido Laborista y el Demócrata más radicales, por los movimientos anticasta y por Podemos, está volviendo a caer en la marginalidad en casi todas partes, aunque en España el contexto político le dé a Sumar una relevancia política superior.

Foto: Gary Gerstle. (Elena Moses/ProSession)
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Se podría pensar que el problema es suyo: Sumar y sus compañeros de viaje internacionales no son capaces de liberarse de la ideología revolucionaria a la que son adictos, y por mucho que se doten de músculo intelectual y de estética moderna, acaban volviendo siempre a sus peores tics antipluralistas y religiosamente estatalistas. Pero el problema va más allá y es de toda la sociedad. Esa izquierda quiere abordar deficiencias que son reales, pero o no sabe cómo hacerlo, o sabe cómo hacerlo, pero no logra que la clase media le vote para que lo haga. Mientras tanto, muchas de esas deficiencias quedan sin abordar o se abordan con recetas igualmente estúpidas, como el nacionalismo y el proteccionismo de la derecha radical.

En las elecciones de junio pasado, Syriza, el partido de izquierda radical que gobernó Grecia entre 2015 y 2019, obtuvo menos del 18% de los votos. En Reino Unido, desde 2020, Keir Starmer lidera el Partido Laborista, que ha abandonado el apoyo a los movimientos poscomunistas que abanderó su jefe anterior, Jeremy Corbyn, y es ahora una formación liberal y partidaria de la globalización. Si hace tiempo que no se oye hablar de Bernie Sanders y de Alexandria Ocasio-Cortez, dos de los congresistas estadounidenses que lideran el ala socialista del Partido Demócrata, es porque se han vuelto prácticamente irrelevantes. El Movimiento 5 Estrellas italiano nunca fue un partido de izquierdas ortodoxo, pero compartía con estos los mensajes anticasta. En apenas cinco años ha pasado de ser el más votado de Italia, con el 32% de los votos, a ser el tercero, con el 15%.

Yolanda Díaz
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