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En Podemos, Cs y Vox siempre ganan los más radicales. Hasta que pierden
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Ramón González Férriz

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En Podemos, Cs y Vox siempre ganan los más radicales. Hasta que pierden

Los tres partidos pretendieron desde el principio ser "atrapalotodo" o, por lo menos, dominantes en sus respectivos bloques. Querían ser capaces de gobernar España

Foto: Santiago Abascal en una comparecencia a los medios en la sede de Vox. (Europa Press/A. Pérez Meca)
Santiago Abascal en una comparecencia a los medios en la sede de Vox. (Europa Press/A. Pérez Meca)
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El 23 de marzo de 1914, José Ortega y Gasset dio una conferencia en el Teatro de la Comedia de Madrid. Se tituló Vieja y nueva política. Según Ortega, estaba acabando una época de declive y empezando otra en la que los hombres de su generación llevarían a cabo una reforma profunda de la vida pública española. "Cuanto ocupa la superficie y es la apariencia y caparazón de la España de hoy, la España oficial, está muerto —dijo—. La nueva política no necesita, en consecuencia, criticar la vieja ni darle grandes batallas; necesita solo tomar la filiación de sus cadavéricos rasgos, obligarla a ocupar su sepulcro en todos los lugares y formas donde la encuentra y pensar en nuevos principios afirmativos y constructores".

Cuando, un siglo después, tres hombres jóvenes se propusieron relanzar sus carreras políticas, parecían estar pensando lo mismo que Ortega. En 2013, un grupo de conservadores desengañados con la deriva del PP de Mariano Rajoy, entre los que estaba Santiago Abascal, fundó Vox. El año siguiente, 2014, Pablo Iglesias y varios amigos y colegas fundaron Podemos. En 2015, Albert Rivera decidió que Ciudadanos dejara de centrarse en la política catalana y saltara a la nacional. Había nacido la nueva política liderada por mi generación.

Los líderes de los tres partidos se creyeron su propia propaganda y se dejaron llevar por la intransigencia ideológica

Vox, Podemos y Ciudadanos pretendieron desde el principio ser partidos "atrapalotodo" o, por lo menos, dominantes en sus respectivos bloques. Querían ser capaces de gobernar España. Por eso eran relativamente flexibles desde un punto de vista ideológico. Vox quería ser un gran partido conservador que sustituyera al frente del centro-derecha al PP porque este, según Abascal y sus compañeros, había renunciado a sus esencias. No mostraba mano dura con los independentistas catalanes, no derogaba las leyes del aborto y del matrimonio gay de Zapatero y, además, subía los impuestos. Durante sus primeros años, Podemos pretendió superar la dinámica izquierda-derecha y mostrarse como un partido transversal, capaz de aglutinar el voto de todos los enfadados con el sistema, fuera cual fuese su ideología. Ciudadanos tenía tanta vocación de transversalidad que incluía en su ideario dos filiaciones ideológicas que en España se han considerado antitéticas: el liberalismo y la socialdemocracia. Con esa estrategia, Podemos y Ciudadanos llegaron a liderar las encuestas de intención de voto y, en noviembre de 2019, Vox se quedó a un millón y medio de sufragios y treinta escaños del PP.

Pero luego los tres, al mismo tiempo que iban consiguiendo algunos éxitos políticos y comunicativos, se sumieron en un rápido declive. En buena medida, porque se radicalizaron y perdieron su vocación "atrapalotodo". Los líderes de los tres partidos se creyeron su propia propaganda y se dejaron llevar por la intransigencia ideológica que hasta entonces habían intentado combinar con mensajes más pragmáticos. Empezaron las purgas. En 2017, apenas tres años después de la creación de Podemos, Pablo Iglesias logró deshacerse de la mayor parte de sus cofundadores, centralizar el poder en sí mismo y un reducido grupo de dirigentes mediocres y renunciar para siempre a la transversalidad. En 2019, abandonaron Ciudadanos Toni Roldán y Francisco de la Torre, dos de sus mejores mentes económicas. Rivera quedó rodeado de conservadores duros y amantes de la provocación como Marcos de Quinto y Juan Carlos Girauta; la palabra "socialdemocracia" solo volvió a pronunciarse en Ciudadanos como un insulto. Ahora le ha tocado a Vox: Abascal ha ido deshaciéndose de derechistas tradicionales como Rubén Manso e Iván Espinosa de los Monteros, y ha dejado la dirección ideológica del partido en manos de Jorge Buxadé y Kiko Méndez-Monasterio, partidarios de las teorías de la conspiración, las políticas de la identidad y el nihilismo moral.

Foto: Juan Luis Steegman. (EFE/Rodrigo Jiménez)

En los casos de Podemos y Ciudadanos, esas decisiones vincularon el destino de los partidos a los de sus líderes: cuando cayeron estos, cayó todo lo demás. En el de Vox, está por ver si sucederá lo mismo. Pero en los tres han supuesto la consolidación de una mentalidad de búnker, la radicalización ideológica y la desconexión de los votantes. Ha sido como si, de repente, formaciones con vocación ganadora se convirtieran en pequeñas empresas familiares a cuyo patrón le entrara el miedo repentino a perder el control y prefiriera un equipo de mediocres fieles y radicalizados a uno de talentosos con perfil propio y ganas de dialogar.

Por supuesto, este giro psicológico de tres de los protagonistas de la nueva política —que se podría atribuir también a los líderes de otros nuevos partidos de la época como UPyD y Junts— tenía causas objetivas. Los viejos partidos resultaron ser más resistentes de lo que parecía. Los nuevos partidos no parecen capaces de crear estructuras territoriales sólidas. Las decisiones referentes a los pactos regionales o incluso nacionales han generado en las tres formaciones dilemas difíciles de resolver y fuertes disensiones internas. Siempre es difícil hacer un cambio de líder en formaciones tan jóvenes. Se trata de dificultades objetivas. Pero Iglesias, Abascal y Rivera, en distintos momentos, han preferido hablar de una persecución de la prensa y de la resistencia de los intereses del statu quo. En realidad, el problema ha sido que la Nueva Política nació conteniendo las semillas de su radicalización. En el caso de Podemos y Vox, eso desembocó en un fuerte componente destructivo y antisistema; en el de Ciudadanos, en su negativa a pactar en gobiernos regionales, o hasta en el nacional, con la izquierda, además de con la derecha.

Tras el ejemplo de Pablo Iglesias y Albert Rivera, Abascal tiene motivos sobrados para preocuparse más por su supervivencia que por devolver a su partido la posibilidad de sustituir al PP. Pero eso pasa por convertir a Vox en un partido más pequeño y aún más radical e intratable. Es posible que se trate de una estrategia racional. A fin de cuentas, hasta Hermanos de Italia y Alternativa por Alemania, dos partidos que han inspirado a Vox, pasaron por largas travesías del desierto y hoy el primero Gobierna Italia y el segundo supera en intención de voto a todos los miembros de la coalición del Gobierno. Pero la apuesta es temeraria. Cada vez que los protagonistas de la nueva política de mi generación se han radicalizado, han purgado y han renunciado a manejar la pluralidad interna y conformar partidos "atrapalotodo", sus líderes han caído y las formaciones han encogido hasta la práctica desaparición. Parece ser algo inherente a esos hombres que creyeron que, ellos sí, podían llevar a cabo la tarea que propuso un siglo antes Ortega.

El 23 de marzo de 1914, José Ortega y Gasset dio una conferencia en el Teatro de la Comedia de Madrid. Se tituló Vieja y nueva política. Según Ortega, estaba acabando una época de declive y empezando otra en la que los hombres de su generación llevarían a cabo una reforma profunda de la vida pública española. "Cuanto ocupa la superficie y es la apariencia y caparazón de la España de hoy, la España oficial, está muerto —dijo—. La nueva política no necesita, en consecuencia, criticar la vieja ni darle grandes batallas; necesita solo tomar la filiación de sus cadavéricos rasgos, obligarla a ocupar su sepulcro en todos los lugares y formas donde la encuentra y pensar en nuevos principios afirmativos y constructores".

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