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Prudencia y sosiego para la segunda ronda de investidura
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Prudencia y sosiego para la segunda ronda de investidura

Plantear una investidura como si se tratase de una moción de censura es algo así como plantear una segunda vuelta de las recientes elecciones generales

Foto: El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

El Partido Popular recibió el encargo de Rey para formar Gobierno, es decir, el encargo de buscar los apoyos parlamentarios suficientes mediante un programa de gobierno capaz de generar la confianza mayoritaria de la Cámara. Constatada la más que evidente imposibilidad de contar con el apoyo del nacionalismo de centroderecha (en palabras de Aitor Esteban, para sumar los votos de PNV y Junts, el PP debería restar los votos de Vox), el PP planteó el debate de investidura y su correlato escénico en la calle como si se tratase de una moción de censura a un Gobierno en funciones que, por lo demás, estuviese a punto de dar un golpe de Estado a la democracia a cuenta de la propuesta de Junts sobre la amnistía.

Plantear una investidura como si se tratase de una moción de censura es algo así como plantear una segunda vuelta de las recientes elecciones generales, para recoger idéntico resultado. A pesar de la insólita movilización de antiguos lideres socialistas contra la propuesta de amnistía de Junts (de la posición socialista aún nada se sabe, más allá de que, en todo caso, debe ser compatible con la Constitución) y del poco democrático llamamiento al “transfuguismo patriótico” en las filas socialistas, el resultado de esta segunda vuelta, ya en sede parlamentaria, es exactamente el mismo que el resultado electoral; la derecha, mayoritaria pero dividida por la cuestión territorial y el respaldo a Vox, no puede superar la suma de socialistas, izquierda y nacionalismo.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), conversa con el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán (d), a su llegada al Congreso. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

El PP ha perdido la oportunidad de dibujar un programa de gobierno alternativo, incluida alguna solución sobre el problema catalán que difícilmente puede encontrarse, únicamente, en la aplicación estricta de ley. Lejos de la moderación y el diálogo que siempre han caracterizado los periodos de investidura, el PP se ha dejado llevar a trampas tan obvias como el deprecio a los pinganillos en el Congreso, visto por millones de españoles como una falta de sensibilidad innecesaria respecto de sus lenguas maternas (incluso si consideraban que tampoco eran muy necesarios los pinganillos).

Feijóo, en lugar de construir una imagen presidencial, ha abundado en el perfil de líder opositor malhumorado, tan extraño para él, como malos fueron los resultados que le generó, ya en la pasada campaña electoral. El giro de guion socialista protagonizado por Óscar Puente “de ganador a ganador” para acabar ambos en la oposición remató esta figura, además de deteriorar un poco más, hay que decirlo, la ya muy dañada cortesía parlamentaria de reconocimiento entre adversarios.

Feijóo, en lugar de construir una imagen presidencial, ha abundado en el perfil de líder opositor malhumorado

El aspecto positivo es que el PP y Feijóo salen unidos de un trance nada sencillo, gracias a la inestimable ayuda de las soflamas independentistas de estos cordiales enemigos que son ERC y Junts, a cuenta del debate sobre la amnistía y un hipotético referéndum (por cierto, ya solo legal). Soflamas sobre las que, muy erróneamente, el independentismo cree que se juega el nada independentista y muy constitucional Gobierno de la Generalitat.

A la espera del segundo acto de la investidura, lo que ya sabemos con claridad es que el PP ha renunciado a ocupar el centro político, en el sentido de espacio de moderación, pero también en el sentido de centralidad de la escena pública, cediendo esta al presidente Sánchez y al prófugo Puigdemont, con la esperanza de que el debate sobre la amnistía acabe por romper al PSOE, como ya estuvo a punto de ocurrir con el apoyo socialista a la investidura de Rajoy en 2016 para evitar una tercera repetición electoral.

Foto:  El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

La solidez electoral de los socialistas en las elecciones municipales y autonómicas del 28-M y el millón de votos que contra viento y encuestas el líder socialista llevó a las urnas, no auguran problemas de unidad ni liderazgo, ni en el seno del PSOE, ni de este con su electorado, a pesar del impresionante poder municipal y autonómico que cambió de manos, responsabilidad que los socialistas atribuyen al descalabro y extinción de sus exsocios, Podemos.

Quizá sea justo reconocer que esta luna de miel entre los electores de la izquierda y centroizquierda con el Gobierno de Coalición se deba menos a la satisfacción con la gestión del Ejecutivo o al liderazgo siempre cuestionado del presidente Sánchez, y más a la desconfianza hacia una derecha que, atada a la extrema derecha, lejos de ofrecer tranquilidad y moderación, ofrece un programa de impugnación que la mayoría de la sociedad no parece comprender. Es como si la ciudadanía, cansada de crisis económicas y políticas, se hubiera vuelto algo más conservadora y, paradójicamente, la oferta de “continuidad” socialista encajase más con un agotado estado ánimo que el constante llamamiento a salvar la patria por parte de la derecha y algunos antiguos líderes socialistas. Incluso la amnistía, si fuera “desinflamante”, bien parecería encajar en la necesidad de ir pasando página de tanto trasiego con el que lidiamos esta década.

Gobernar es hacerse cargo del estado de ánimo de un país. La fracasada primera vuelta solo ha pretendido caldearlo

Gobernar es hacerse cargo del estado de ánimo de un país. La fracasada primera vuelta solo ha pretendido caldearlo, subir una temperatura ya demasiado alta. La tarea del líder socialista, en cuanto reciba el encargo del Rey, bien podía ser la de ofrecer algo del sosiego que reclaman no pocos ciudadanos. Los partidos tradicionales ya no tienen rivales en sus propios bloques ideológicos que le fuercen a preservar sus electorados acelerando los tiempos políticos. Avanzar sin polarizar, transformar soflamas en soluciones prácticas, cuidar a los que las crisis han dejado atrás o anticipar los nuevos riesgos económicos aún por sortear desde una buena base de empleo y crecimiento podrían ser ofertas que conecten con ese cansancio de acontecimientos dramáticos.

Pese a las inmensas dificultades políticas que acechan a la nueva legislatura, o precisamente por ellas, la humildad declarativa en las próximas semanas podría ayudar a lograr una gran ambición; evitar la confrontación entre instituciones, despolarizar el país, desmovilizar a los hiperventilados y seguir arreglando problemas, que no son pocos. Vamos a la segunda ronda de investidura con un ojo en la amnistía y otro en las elecciones; sea cual sea el resultado, ojalá lo hagamos con prudencia y sosiego.

*Joan Navarro. Sociólogo, profesor de Ciencia Política y de la Administración en la UCM.

El Partido Popular recibió el encargo de Rey para formar Gobierno, es decir, el encargo de buscar los apoyos parlamentarios suficientes mediante un programa de gobierno capaz de generar la confianza mayoritaria de la Cámara. Constatada la más que evidente imposibilidad de contar con el apoyo del nacionalismo de centroderecha (en palabras de Aitor Esteban, para sumar los votos de PNV y Junts, el PP debería restar los votos de Vox), el PP planteó el debate de investidura y su correlato escénico en la calle como si se tratase de una moción de censura a un Gobierno en funciones que, por lo demás, estuviese a punto de dar un golpe de Estado a la democracia a cuenta de la propuesta de Junts sobre la amnistía.

Alberto Núñez Feijóo Pedro Sánchez
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