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La pendiente resbaladiza hacia una democracia más autoritaria
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Ramón González Férriz

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La pendiente resbaladiza hacia una democracia más autoritaria

Cada vez más políticos recelan de la independencia judicial y quieren propiciar la transición hacia una democracia más plebiscitaria y dominada por la voluntad de sus líderes de centralizar el sistema

Foto: El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Kiko Huesca)
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (EFE/Kiko Huesca)
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En un pasaje de la novela Ulises, de James Joyce, sus dos protagonistas discuten apasionadamente sobre política. Tras varios choques infructuosos y cada vez más agresivos, uno de ellos dice una frase que se ha hecho célebre: “No podemos cambiar el país. Mejor cambiemos de tema”. Eso es lo que ayer intentó hacer Pedro Sánchez.

Durante la primera hora de su discurso, Sánchez no mencionó la amnistía ni la osada operación política que le permitirá ser investido hoy. Basó su intervención en dos argumentos que vamos a oír reiteradamente durante los próximos cuatro años: que la única alternativa a este Gobierno es otro formado por una coalición de neoliberales y fascistas, y que todo precio político es poco a cambio de tener un Gobierno de izquierdas que apruebe medidas sociales e igualitarias.

No son argumentos absurdos. Resultan muy poderosos entre los votantes progresistas e incluso algunos de centro. Pero demuestran que, aunque el entorno del presidente confía en que hay tiempo para explicar la amnistía y tranquilizar a quienes han manifestado su perplejidad ante ella, en el PSOE y la Moncloa saben perfectamente que esta transacción puede salir muy mal. Por eso, mejor cambiar de tema y hablar de la amenaza de la ultraderecha y los autobuses gratuitos para los jóvenes.

Un paso autoritario

Se trata de una decisión cobarde y, al mismo tiempo, lógica. Esta investidura no convertirá España en una dictadura. La amnistía no supone la abolición del Estado de derecho. El nuevo Gobierno será plenamente legítimo. Pero la decisión del PSOE de firmar documentos en los que se avala la existencia del lawfare, se denuncia una decisión del Tribunal Constitucional o se propone la creación de comisiones de investigación en las que los diputados decidirán si un juez se ha comportado debidamente es un paso hacia una concepción más autoritaria de la democracia. Es un paso que han dado muchos países de nuestro entorno, en los que cada vez más políticos recelan de la independencia judicial y quieren propiciar la transición hacia una democracia más plebiscitaria y dominada por la voluntad de sus líderes de centralizar el sistema. Estas ideas ya estaban en formaciones como Junts, Esquerra o Podemos, pero en las últimas semanas, con algunos escrúpulos legales extra, el PSOE también las ha asumido.

Ayer, cuando por fin decidió hablar de la amnistía, lo que Sánchez transmitió es que esta es una decisión puntual para una legislatura con características extraordinarias. “Las circunstancias son las que son y toca hacer de la necesidad virtud”, dijo. Sin embargo, el verdadero problema es el proceso de toma de decisiones del presidente. Este siempre tiene forma de cascada: primero fue el indulto, luego el cambio del Código Penal y ahora la amnistía. Visto ese historial, no hay muchas razones objetivas para creer que ese proceso en cascada vaya a frenarse de repente por razones morales.

La pendiente resbaladiza

Porque lo realmente peligroso del pacto que ha facilitado esta investidura es que nos coloca en una pendiente resbaladiza. Si todas las herramientas constitucionales —y mi apuesta es que el Tribunal Constitucional decidirá que la amnistía es constitucional— pueden utilizarse para hacer que el sistema se someta aún más a los intereses de un partido, la cuestión es: ¿dónde parar? ¿Por qué no reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial? ¿Por qué no llenar aún más el Tribunal Constitucional de personas sin los méritos necesarios, pero que son fieles al partido? ¿Por qué no convertir RTVE y el resto de las televisiones públicas en entes si cabe más partidistas? ¿Por qué no hacer que los apoyos a los medios de comunicación privados sean aún más sectarios? ¿Por qué no gobernar a punta de decreto ley? ¿Por qué no ignorar todos los informes requeridos para sacar adelante algunas leyes? ¿Por qué no convertir el Gobierno en un órgano dedicado mayoritariamente a hacer oposición a la oposición? ¿Por qué, cuando las mayorías lo permitan, no utilizar el artículo 155 a discreción?

Algunos de estos porqués no son nuevos. Durante la presidencia de Mariano Rajoy, el PP respondió a algunos de ellos con un “¿por qué no?”. Pero el documento que firmaron el PSOE y Junts para asegurar la investidura es un paso enorme en la pendiente resbaladiza que conduce a una mayor erosión del sistema y una concepción mucho más autoritaria de la democracia: en esencia, un sistema con menor separación de poderes y con un sesgo aún más partidista.

Foto: Manifestación en Ferraz contra la amnistía. (EFE/Matías Chiofalo)

Una parte importante de los militantes del PSOE y sus simpatizantes desdeña estas advertencias. Incluso quienes apoyan la amnistía porque asegura el poder de la izquierda, pero dudan de su efecto real en el independentismo, piensan que todo esto son salidas de tono motivadas por el alarmismo y la histeria. Repito lo dicho: no estamos ante una dictadura, no es el fin del Estado de derecho, el Gobierno es plenamente legítimo. Pero las líneas rojas de la democracia no se cruzan en un solo día ni con un único discurso parlamentario. Se traspasan poco a poco con ideas cada vez más temerarias: así lo ha hecho el PSOE desde el 23 de julio. Se van borrando con propaganda: es lo que han hecho muchos de sus partidarios en los medios de comunicación. Y se desdeñan como si fueran una rabieta de la oposición: es lo que hizo ayer Sánchez en el Congreso.

A pesar de la brillantez de la frase de Joyce, los protagonistas del Ulises no consiguen cambiar de tema. Tampoco lo hará la democracia española: las medidas económicas anunciadas ayer por el presidente merecen una discusión seria, pero quedarán aplastadas por el tema central de esta investidura: el pacto con Junts y la amnistía. Este es un problema importante por sí mismo. Aun así, lo verdaderamente peligroso es que la pendiente resbaladiza en la que nos hemos situado nos lleve, poco a poco, pero cada vez con mayor rapidez, a una concepción más autoritaria de la democracia.

En un pasaje de la novela Ulises, de James Joyce, sus dos protagonistas discuten apasionadamente sobre política. Tras varios choques infructuosos y cada vez más agresivos, uno de ellos dice una frase que se ha hecho célebre: “No podemos cambiar el país. Mejor cambiemos de tema”. Eso es lo que ayer intentó hacer Pedro Sánchez.

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