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La polarización está en el centro de la estrategia de Sánchez
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Ramón González Férriz

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La polarización está en el centro de la estrategia de Sánchez

Sánchez utiliza una retórica que sabe que le resulta muy útil: generar polarización acusando insistentemente a sus adversarios de generar polarización

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)
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Ayer, durante la rueda de prensa en la que Pedro Sánchez explicó las medidas anticrisis del Gobierno e hizo balance del año que termina, un periodista le preguntó por la polarización política. El presidente dijo que se trata de una realidad asimétrica. “Hay gente que insulta y gente que somos insultados”. Él, a diferencia de la derecha, dijo, no iba a entrar en “descalificaciones”. Sin embargo, durante su comparecencia afirmó que el proyecto político de la derecha es “la rabia” y "el insulto", dijo que su actitud es “deleznable”, que su oposición tiene "bajo nivel" y que hay que condenar su manera de hacer política “hasta que se retracten”.

Sánchez utiliza una retórica que sabe que le resulta muy útil: generar polarización acusando insistentemente a sus adversarios de generar polarización. Desdeñar con malas palabras a la oposición al tiempo que la acusa de utilizar malas palabras para oponerse a él. Lo hace siempre con un gesto de seriedad, apela a su proyecto de país y su responsabilidad, afirma que el suyo es un Gobierno que piensa en los desfavorecidos y tiene un espíritu tecnocrático. Todo lo demás, transmite, es derecha y ultraderecha corrupta, crispadora y generadora de desafección política. Siempre que habla, plantea el mismo marco: la única elección posible que hay en este país es entre una cosa o la otra. Hay que reconocerle que domina el papel de una manera extraordinaria.

Un Gobierno de izquierdas que hace política de izquierdas

Pero eso es solo la mitad de su estrategia. La otra mitad es mucho más honorable, incluso aunque uno discrepe: consiste, simplemente, en liderar un Gobierno de izquierdas que hace políticas de izquierdas pensando en un electorado de izquierdas. En eso, también es coherente. Como lo son las medidas anticrisis que, según anunció ayer, permanecerán en vigor y solo se irán eliminando paulatinamente. Es probable que este gradualismo sea lo más adecuado en estos momentos y que no haya mucho que reprocharle en términos generales. Al mismo tiempo, se enmarca en un proyecto que es consistente y que no debería sorprender a nadie: el Gobierno quiere que siga aumentando la recaudación fiscal y que sigan aumentando las ayudas públicas, y no quiere que el déficit se desboque, pero no es su prioridad reducir la deuda. El ciclo económico es más robusto de lo que se pensaba y quiere, por un lado, atribuirse el mérito —cualquier Gobierno lo haría— y, por el otro, aprovechar las circunstancias para seguir gastando y generando las condiciones económicas que siempre ha defendido.

Los resultados de estas son en ocasiones contradictorios o, directamente, fallidos. Es el caso de la regulación del alquiler, de la implantación del ingreso mínimo vital o de las ayudas directas a pequeñas empresas y autónomos. Probablemente, estas nuevas herramientas requerirían, también, una costosa ampliación de la capacidad de las administraciones públicas para implantarlas. Pero eso solo importa relativamente. En nuestros tiempos, el mensaje que mandan las medidas y su potencia política e ideológica son igual de importantes o más que su despliegue efectivo.

Pero algunas otras medidas están siendo razonablemente efectivas. Es probable que lo hayan sido la excepción energética ibérica, la reforma laboral o el aumento del salario mínimo, aunque todas ellas tengan también potenciales efectos negativos.

Resulta lógico, pues, que, en comparecencias como la de ayer, al presidente le guste enumerar largas listas de leyes, regulaciones, medidas o ayudas que refuercen la imagen técnica del Gobierno y, al mismo tiempo, encajen con el marco mental de la izquierda. El problema es que le gusta lo mismo o más hacer oposición a la oposición.

La polarización no es un efecto secundario

Mitad polarización, mitad medidas de izquierdas, pues. Muchos votantes progresistas están de acuerdo con el presidente en que toda la culpa de la crispación es de la derecha. Y hechos como la afición de Ayuso a insultar a Sánchez con juegos de palabras, la estrategia del PP de denunciar sistemáticamente al Gobierno en foros europeos en los que no tiene sentido hacerlo o, en otro orden de magnitud completamente distinto y mucho más grave, el matonismo de Ortega Smith en el Ayuntamiento de Madrid no ayudan a desmentir esa creencia. Pero otros muchos votantes creen que las políticas de izquierdas bien merecen la crispación. Con tal de que la izquierda pueda seguir gobernando, piensan, no importa que todo se enfangue un poco más, que aumenten las divisiones sociales inducidas por las élites políticas, que la convivencia sea crecientemente incómoda. El progresismo es un bien absoluto. La calma, solo uno relativo.

La polarización le permite a Sánchez diluir los efectos de medidas que una parte de sus propios votantes detestan, como la amnistía

Sin embargo, la polarización no es un efecto secundario de la política. Gracias a los dos bloques, pero en especial al empeño del presidente, esta se ha convertido en un fin en sí mismo. Nos hemos vuelto tan adictos a ella —la Fundéu la nombró ayer la palabra del año 2023— que ya prácticamente da igual si sigue siendo rentable electoralmente o no. Se ha convertido en algo estructural y que, probablemente, empeorará mucho antes de que pueda mejorar.

Pese a su gestualidad de estadista y las acusaciones a la derecha de que polariza, la polarización es parte central de la estrategia de Sánchez. Le permite diluir los efectos de medidas que una parte de sus propios votantes detestan, como la amnistía o la moción de censura de Pamplona, y presentarse como la única opción democrática en un país que, en caso de caer en manos de la derecha, colapsaría. Pero la polarización ya no realza los aciertos políticos del Gobierno, sino que los convierte en atrezzo. Es un rasgo del carácter del presidente y, cada vez más, el que define nuestra democracia.

Ayer, durante la rueda de prensa en la que Pedro Sánchez explicó las medidas anticrisis del Gobierno e hizo balance del año que termina, un periodista le preguntó por la polarización política. El presidente dijo que se trata de una realidad asimétrica. “Hay gente que insulta y gente que somos insultados”. Él, a diferencia de la derecha, dijo, no iba a entrar en “descalificaciones”. Sin embargo, durante su comparecencia afirmó que el proyecto político de la derecha es “la rabia” y "el insulto", dijo que su actitud es “deleznable”, que su oposición tiene "bajo nivel" y que hay que condenar su manera de hacer política “hasta que se retracten”.

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