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El PSOE arranca 2024 con el PP en la posición que más le interesa, preso de su propio idealismo moral
Nadie duda que la presión por tierra, mar y aire sobre el gobierno se mantendrá hasta las elecciones de junio, pero esto es así porque en las elecciones Europeas es donde Vox puede acortar más fácilmente su distancia
Me gustaría poder afirmar que, tras un año superelectoral como ha sido 2023, se atisba una cierta calma y que los destrozos en términos de conveniencia democrática, a los que nos han sometido las elecciones Municipales y Autonómicas de mayo y las posteriores Elecciones de Generales de julio, dejan paso a un momento de gestión de conflictos, complejos pero reales. Pero no va a ser así. La amplia mayoría de los partidos políticos españoles, demostrando una gran madurez política, han sido capaces de evitar, mediante acuerdos, la repetición electoral que solo querían PP y Vox. Pero la derecha y extrema derecha, aislada en el Parlamento, ha hecho de la calle, de la presión mediática y judicial, el eje de una estrategia de confrontación permanente para lograr en 2024, mediante las citas electorales previstas, la fractura del bloque de apoyo al presidente Sánchez. Tras un año difícil, nos espera más campaña y, posiblemente, peor campaña.
Hoy ya sabemos que aquellas acusaciones de fraude electoral por la compra de votos que centró la última semana de las elecciones Municipales y Autonómicas de mayo, fue tan falsa y la alarma tan interesada, como escasas las denuncias que en realidad se llegaron a presentar. También sabemos que Correos gestionó el voto con una profesionalidad impecable y que nada quedó de las dudas sobre la limpieza del sistema electoral español, que no pocos políticos intentaron crear en plenas elecciones Generales. Tampoco es cierto que ETA haya vuelto, como se llegó a acusar a Bildu tras la muy cuestionable (pero legal) incorporación de exmiembros de HB en sus listas municipales. Además, como en breve se verá, el próximo alcalde de Pamplona gestionará la ciudad como ya lo hizo años atrás, a gusto de unos y disgusto de otros, pero con presupuestos aprobados, con más estabilidad política que la que logró su antecesora y siempre dentro de los límites constitucionales. Los españoles jugamos fuerte cuando se trata de ganar o perder, acusamos al adversario de inmoral e indecente a la primera de cambio, señalamos sus contradicciones e incoherencias como fruto del mal absoluto en lugar de como malas políticas, exigimos a los demás cordones sanitarios que no estamos dispuestos aplicarnos y, hemos llegado al punto de a sacar el rosario a la calle para pedir la intervención divina en asuntos tan terrenales como banales.
Tienen razón los que defienden que cada año subimos grados de temperatura y el caldero político quema, aunque, a base de sobresaltos nos acostumbremos. Pero también tienen razón quienes recuerdan que todo esto ya lo hemos vivido antes, que concejales y diputados con vocación de matón hemos tenido siempre y que siempre hubo una España esencial e inviolable que estaba por encima de la Ley, de la Constitución y del propio Rey, si este o quien fuere no salía en su sagrada defensa. También nos recuerdan que, precisamente, porque de todo esto hemos tenido siempre, necesitamos una democracia, para que la gente elija, aunque se equivoque, aunque dar voz signifique escuchar que vamos camino de la dictadura, o ver como insultan a tu madre en el hemiciclo y que, a la salida, en lugar de una pareja de la benemérita, de los grises, o de la político-social, te encuentres una algarabía de propios aplaudiendo o un ejército de asesores inventando fonemas frutales. ¿Dónde va a parar? Mejor esta dictadura que aquella. Pero sí, poco dice de la calidad (y de la memoria) de algunos de nuestros políticos y de su pobre corte de aduladores.
Y seguimos. Ya estamos en campaña en Galicia, ese tranquilo reducto al que también llegan las corrientes de cambio. Luego elecciones vascas, donde todo ha de cambiar para que, si es posible, nada cambie. Y en junio, elecciones Europeas, a las que nadie suele prestar atención, pese a que fue en las de 2014 donde empezó el actual ciclo de la política española, pues, liberadas de las circunscripciones provinciales, son las elecciones que mejor reflejan el estado de ánimo de los electores. Pero en mayo, presumiblemente, el Congreso aprobará la ley de amnistía, tras la cual se dará paso a una larga y difícil campaña al Parlament de Catalunya, pues la actual legislatura, ya agonizante, con la plena rehabilitación de los líderes del procés habrá finiquitado.
2024 se nos va a hacer largo, pero más largo se le va a hacer a la dirección del PP
Con cada resultado los partidos se la juegan. En realidad, quien se la juega son los líderes de los partidos, acosados, no tanto por los partidos rivales, sino por sus propios rivales internos. Viene aquí a colación aquella intervención de Felipe González en el congreso del PSOE, en donde se discutía la aprobación de un límite de mandatos en el ámbito político. González, quien acumulaba 13 años de presidente del Gobierno y 23 de Secretario General del PSOE, se mostró partidario de la medida, sobre todo, defendió, "si se aplicaba a quienes perdían las elecciones". Para los lectores atónitos, sí, hubo un momento en el que, en los Congresos de los partidos, se discutía, luego se abrieron a las cámaras de televisión y el debate dejo paso al aplauso.
El PSOE arranca 2024 con el PP en la posición que más le interesa. Para empezar, en la oposición, pero sobre todo sometido a una gran presión. Es Feijóo quien se la juega en Galicia. Es la apuesta de Feijóo en el País Vasco quien debe demostrar su capacidad para salir de la irrelevancia. Nadie duda que la presión por tierra, mar y aire sobre el gobierno se mantendrá hasta las elecciones de junio, pero esto es así porque en las elecciones Europeas es donde Vox puede acortar más fácilmente su distancia con el PP, pues no solo el "voto útil" es menor, sino que los partidos mayoritarios no parten con la prima de mayoría que les genera el "efecto provincia" en las Generales. Además, si bien se espera en las elecciones catalanas de otoño un incremento del voto al PP, este será siempre menor que el incremento del voto que recibirá el PSC. 2024 se nos va a hacer largo, pero más largo se le va a hacer a la dirección del PP. ¿Cuántas derrotas puede asumir la dirección de un partido sin cambiar de rumbo?
Defiende Esteban Hernández en El corazón del presente, mapa de una sociedad desconocida, que el "idealismo moral" desde el que los partidos políticos afrontan sus estrategias electorales, no solo polariza a los ciudadanos, sino que impide a los propios partidos entender el estado de ánimo de los electores. Así, la izquierda colapsó ante el resultado de las Municipales y Autonómicas de mayo que, en realidad, juzgaban al gobierno de Coalición y al presidente Sánchez, como la derecha colapsó ante el resultado de las Generales de julio que, juzgando la política de alianzas del PP con Vox tras las elecciones de mayo, aisló a la primera fuerza política impidiéndole tener los apoyos necesarios para gobernar.
Hoy, el PP, tras fracasar en su intento de repetición electoral, ya sabe que el tiempo de gobernar España con Vox pasó y que, para gobernar algún día, necesitará forjar acuerdos con la derecha nacionalista del PNV y la resucitada Convergencia que, paradójicamente, rehabilitan los socialistas con la ley de amnistía y la incorporación de Junts a la normalidad institucional. Lo que el PP aún no sabe es como engullir a Vox, su socio de gobierno en municipios y comunidades autónomas, como ya hizo con sus antiguos socios, Ciudadanos, pues ese "idealismo moral" con el que confrontan permanentemente con la mayoría parlamentaria que da soporte al gobierno de Coalición, confunde al PP con el espacio de Vox sin anularlo. Lo que el PP aún no sabe es cuándo soltar la presión que tanto desnaturaliza a su líder y confunde a su electorado, desdibujando incluso los errores de su adversario. El ciclo electoral, que empieza con las elecciones gallegas y acabará en las catalanas de otoño, debería despejar las dudas, enterrar el idealismo moral y devolver la vocación institucional y de gobierno a la derecha española.
*Joan Navarro es sociólogo, profesor de Ciencia Política y de la Administración en la UCM
Me gustaría poder afirmar que, tras un año superelectoral como ha sido 2023, se atisba una cierta calma y que los destrozos en términos de conveniencia democrática, a los que nos han sometido las elecciones Municipales y Autonómicas de mayo y las posteriores Elecciones de Generales de julio, dejan paso a un momento de gestión de conflictos, complejos pero reales. Pero no va a ser así. La amplia mayoría de los partidos políticos españoles, demostrando una gran madurez política, han sido capaces de evitar, mediante acuerdos, la repetición electoral que solo querían PP y Vox. Pero la derecha y extrema derecha, aislada en el Parlamento, ha hecho de la calle, de la presión mediática y judicial, el eje de una estrategia de confrontación permanente para lograr en 2024, mediante las citas electorales previstas, la fractura del bloque de apoyo al presidente Sánchez. Tras un año difícil, nos espera más campaña y, posiblemente, peor campaña.
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