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El nuevo ciclo político estará dominado por un tema: la inmigración
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Ramón González Férriz

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El nuevo ciclo político estará dominado por un tema: la inmigración

Los países ricos deberían seguir beneficiándose de la apertura de los mercados y de la llegada de la inmigración, porque ambas ofrecen a sociedades como la española más cosas buenas que malas

Foto: Un mural de las calles de Barcelona recuerda a los migrantes. (Europa Press/David Zorrakino)
Un mural de las calles de Barcelona recuerda a los migrantes. (Europa Press/David Zorrakino)
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Intuimos cuál será la dinámica de esta legislatura. El Gobierno seguirá impulsando medidas económicas de izquierdas. Para mantenerse con vida, hará grandes concesiones a los partidos independentistas. Y promoverá medidas legislativas que, aunque gocen de apoyo social, como es el caso de la regulación del porno, tienen como objetivo diluir en la conversación pública temas como la independencia judicial o la amnistía.

Pero está emergiendo una novedad. A partir de ahora, la inmigración, y el creciente deseo de hallar protección ante lo que se perciben como amenazas exteriores, ocupará un espacio cada vez mayor en la política española. En esto, se parecerá mucho más a la del resto de Europa. El primer político de izquierdas que lo ha hecho explícito ha sido Salvador Illa, el líder del PSC.

Los moderados también restringen

La creciente preocupación por la inmigración en Europa no es solo consecuencia del auge de la derecha radical, aunque su influencia en el debate sea enorme. No es extraño que Giorgia Meloni, que alcanzó el poder en Italia prometiendo mano dura contra la llegada de ilegales, haya intentado frenarla con métodos expeditos. Pero el centrista Emmanuel Macron también ha impulsado la ley antiinmigración más estricta que ha habido en la Francia reciente. El Gobierno alemán del progresista Olaf Scholz ha aprobado una legislación que permite deportaciones más rápidas de los solicitantes de asilo que no cumplan los requisitos para permanecer en el país. Desde hace años, los partidos socialdemócratas de países del norte como Suecia o Dinamarca defienden posturas muy restrictivas. De hecho, todos los Gobierno de la UE aprobaron a finales del año pasado una nueva regulación migratoria que va en esa dirección.

Muchos políticos españoles se han dado cuenta de que se ha producido un cambio profundo. Y, de hecho, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, lleva tiempo aplicando medidas muy duras contra los inmigrantes ilegales. Pero el primero en hablar explícitamente de ello en la izquierda ha sido Illa. Este inauguró la nueva etapa la semana pasada, aunque sus palabras pasaron relativamente inadvertidas a causa de la atención mediática que suscitó la votación de la ley de amnistía. "Europa es un imán, la gente quiere venir a Europa. Entonces, lo que debemos hacer es ser capaces de regular esto —dijo Illa en una entrevista—. No podemos decir: 'Aquí que venga todo el mundo'. No puede ser. Regularlo y acoger, e integrar. Y esto no pondrá en riesgo nuestra identidad, al contrario, la reforzará y fortalecerá. Y es un reto que, además, debe abordarse a nivel europeo".

Foto: El secretario general de JxCAT, Jordi Turull, en una reunión con el PNV. (EFE)

Aunque se acusó a Illa de comprar el discurso identitario del independentismo, y la xenofobia de Vox, su definición del problema era prudente. Pero contrasta con el enfoque que hasta ahora ha adoptado la izquierda española. En los últimos años, esta, o bien ha hecho grandes muestras de aperturismo, como cuando Pedro Sánchez inauguró su mandato en el verano de 2018 dando la bienvenida al Aquarius e impulsando la campaña Refugees Welcome. O bien, ha guardado silencio sobre el asunto porque temía que el mero hecho de abordarlo se confundiera con el racismo.

Eso ha terminado. La izquierda se ha dado cuenta de que tiene que hablar del asunto, porque también ella quiere capitalizar una inquietud social que, aunque en ocasiones está teñida de pánico y resentimiento, es real.

Sociedades más cerradas

Este cambio no vendrá solo. La izquierda tendrá que prestar atención también a insurgencias como las que se están produciendo en el mundo agrícola, motivadas por la sensación de que existe una competencia ilegal procedente de otros países de la UE o de Marruecos. O la de ciertas capas sociales que se sienten amenazadas por la velocidad de los cambios culturales inducidos por la tecnología, la transición energética o las transformaciones urbanísticas. El progresismo no podrá desdeñarlas como si fueran solamente expresiones de conservadurismo radical, o exabruptos de la fachosfera. Todo esto marcará un nuevo ciclo en el que ciudadanos de todas las ideologías esperarán de los políticos, y del Estado, protección a toda costa. Y en el que, seguramente, el PSOE querrá presentarse como el partido del orden y la responsabilidad.

Su retórica no será la de Vox. Ni siquiera lo es la de Ayuso, que la semana pasada se enfrentó a Rocío Monasterio en la Asamblea de Madrid a causa de la llegada de 1.500 inmigrantes a Alcalá de Henares y la masificación de la sala de tránsito de refugiados en el aeropuerto de Barajas. "En materia de inmigración, no voy con usted a ningún lado", le dijo Ayuso, que recordó su intención de que Madrid sea un lugar abierto y cosmopolita. Pero es evidente que, sea por motivos electorales, sea por una genuina comprensión de los miedos sociales, muchas cosas van a cambiar incluso en los dos grandes partidos.

Este nuevo contexto será dañino. Los países ricos deberían seguir beneficiándose de la apertura de los mercados y de la llegada de la inmigración. Ambas cosas generan conflictos innegables, pero ambas ofrecen a sociedades como la española más cosas buenas que malas. Sin embargo, ha empezado un nuevo ciclo político que estará dominado por el miedo a las amenazas exteriores y el deseo de seguridad. Illa ha sido el primero en hacerlo explícito en la izquierda. Pedro Sánchez, con tacto e intentando no herir la malacostumbrada sensibilidad izquierdista, no tardará en imitarle.

Intuimos cuál será la dinámica de esta legislatura. El Gobierno seguirá impulsando medidas económicas de izquierdas. Para mantenerse con vida, hará grandes concesiones a los partidos independentistas. Y promoverá medidas legislativas que, aunque gocen de apoyo social, como es el caso de la regulación del porno, tienen como objetivo diluir en la conversación pública temas como la independencia judicial o la amnistía.

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