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Junts está condenado a ser derecha radical antieuropea
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Ramón González Férriz

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Junts está condenado a ser derecha radical antieuropea

Carles Puigdemont y Junts forman parte de la nueva derecha radical europea que basa su ideología en la xenofobia, el nacionalismo, la democracia plebiscitaria y el victimismo

Foto: Carles Puigdemont, en una rueda de prensa en Bruselas. (EFE/Olivier Matthys)
Carles Puigdemont, en una rueda de prensa en Bruselas. (EFE/Olivier Matthys)
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Carles Puigdemont y Junts forman parte de la nueva derecha radical europea que basa su ideología en la xenofobia, el nacionalismo, la democracia plebiscitaria, el victimismo y el odio a la independencia judicial. Las instituciones de la UE, y los Estados que las conforman, no quieren saber nada de ellos. Eso no significa que puedan parar la amnistía, que consideran una cuestión interna. Pero, más allá del PSOE en España, a esa facción del independentismo solo le queda como aliado algún elemento de la franja ultra de la política europea. El nacionalismo catalán no quiere verlo y reacciona airadamente cuando se le señala que una parte de él se está convirtiendo en un movimiento euroescéptico. Pero será cada vez más evidente. La semana pasada, Puigdemont dio un paso más en esa dirección.

El jueves, después de que el Parlamento Europeo aprobara una resolución en la que se hacía referencia a las posibles conexiones entre el procés y el Gobierno de Vladímir Putin, y se pedía al Gobierno español que las investigara, Puigdemont mandó una irritada carta a los eurodiputados. Esta tenía un tono conspirativo: atribuía el lawfare a unas frases de José María Aznar, afirmaba que el juez García-Castellón tiene motivaciones políticas para investigarle por terrorismo, acusaba al mundo empresarial y a la iglesia católica de movilizarse contra la amnistía y denunciaba que le llaman terrorista y traidor a la patria para sabotear "uno de los acuerdos políticos más relevantes que se han producido desde la muerte de Franco".

Luego hacía algo cada vez más habitual en el independentismo: criticaba a las instituciones europeas. Les acusaba de no "velar por la democracia, los derechos fundamentales [y] la igualdad entre todos los ciudadanos de la Unión". Consideraba que se trata de "una noticia funesta". Y luego, de manera enigmática, decía que "ya tendremos tiempo de hablar de esto".

Instituciones hostiles al independentismo

Ahora mismo, "esto" es uno de los asuntos centrales en el seno del nacionalismo catalán: la creciente sensación de que las instituciones europeas son hostiles al independentismo. Para este, se trata de un golpe que va más allá de lo coyuntural y que afecta al corazón mismo de su ideología y la percepción que tiene de sí mismo.

Desde sus inicios, durante el romanticismo decimonónico, el nacionalismo catalán se ha visto como una fuerza nítidamente europeísta. Según este, España era un país atrasado que no se había sumado a las grandes tendencias modernizadoras del continente. Los catalanes sí habían sabido hacerlo, pero cargaban con el lastre de ser españoles. Algunos líderes del nacionalismo primigenio pensaban que el europeísmo catalán serviría para reformar al resto de España. Y por un tiempo lo creyó incluso Jordi Pujol. Durante su mandato en la Generalitat, dedicó mucha energía a explicar que Cataluña era distinta de España porque, en la época en la que esta había sido musulmana, formaba parte de la Marca Hispánica del Imperio Carolingio. Se llevó a periodistas españoles de viaje a Aquisgrán —sede del poder de Carlomagno— para reivindicar la profunda conexión de los catalanes con un mundo europeo del que España era solo un satélite. Más tarde, en los años noventa, cuando apoyó a Felipe González y a José María Aznar para que España cumpliera los criterios del Tratado de Maastricht y entrara en el euro, afirmó que lo hacía para que Cataluña "volviera a casa"; es decir, a Europa.

Aunque se trate de un tránsito lento, el independentismo, y singularmente Junts, se está convirtiendo en una fuerza euroescéptica

Sin embargo, cuando España se convirtió en un país más de la Unión Europea y la zona euro, una parte de las élites catalanas se dio cuenta de las consecuencias de lo que había hecho. Cataluña quizá había vuelto a Europa, pero no tenía ningún poder de decisión en ella. Ni siquiera se sentaba en las mesas en las que se tomaban las grandes decisiones continentales, donde sí estaban los españoles a los que tanto desdeñaba. Era solo una región más. Para el independentismo más sofisticado, el objetivo del procés era obtener presencia en esos lugares de decisión. Para él, era evidente que las instituciones europeas respaldarían una ambición tan nítidamente europeísta.

Pero no ha sido así. Y eso ha dejado una profunda cicatriz en el frágil ego del nacionalismo catalán. Y ha hecho que, aunque se trate de un tránsito lento y muy duro para las élites nacionalistas, el independentismo, y singularmente Junts, se está convirtiendo en una fuerza euroescéptica. He citado en otras ocasiones algunas muestras de esa lenta transformación. En 2017, Puigdemont llamó a la UE “club de países decadentes y obsolescentes”. Tras los reveses del Parlamento Europeo y el Tribunal General de la UE a sus reivindicaciones, llamó a la UE “la Europa del pasado” y dijo que le había “decepcionado”. El ideólogo del referéndum, Josep Lluís Carod-Rovira, denunció en 2022 que “para quienes, con una ingenuidad tan catalana, habíamos puesto nuestras esperanzas en la UE, la decepción ha sido enorme”. Sus decisiones políticas, decía, “han hecho que haya ido creciendo el euroescepticismo en lugares como este [Cataluña], donde la conciencia, la tradición y la voluntad europea constituyen un verdadero rasgo nacional”.

La semana pasada, Puigdemont volvió a la carga y anunció que en el futuro "hablaremos de esto". Se trata de un proceso gradual y traumático para quienes durante décadas, o hasta siglos, se han visto como la única parte genuinamente europea de España, y han dado por hecho que sería la intervención de Europa la que permitiría cumplir sus sueños de independencia. Pero el antieuropeísmo es el destino de buena parte del independentismo, y especialmente de Junts. Y en ese tránsito se encuentra ahora. No será fácil y pagaremos el precio todos los españoles.

Carles Puigdemont y Junts forman parte de la nueva derecha radical europea que basa su ideología en la xenofobia, el nacionalismo, la democracia plebiscitaria, el victimismo y el odio a la independencia judicial. Las instituciones de la UE, y los Estados que las conforman, no quieren saber nada de ellos. Eso no significa que puedan parar la amnistía, que consideran una cuestión interna. Pero, más allá del PSOE en España, a esa facción del independentismo solo le queda como aliado algún elemento de la franja ultra de la política europea. El nacionalismo catalán no quiere verlo y reacciona airadamente cuando se le señala que una parte de él se está convirtiendo en un movimiento euroescéptico. Pero será cada vez más evidente. La semana pasada, Puigdemont dio un paso más en esa dirección.

Carles Puigdemont Junts per Catalunya
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