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El domingo, el primero de los cuatro exámenes electorales que definirán la legislatura
Tras las elecciones gallegas y vascas, el primer examen en junio en las europeas, en otoño el segundo con las catalanas. En Navidad, sabremos si esta será una legislatura duradera
Este domingo, 2,7 millones de gallegos y gallegas (470.000 residentes en el exterior) eligen a los 75 diputados y diputadas del Parlamento regional. El PP gobierna Galicia con mayoría absoluta desde 2009 y su líder de entonces es hoy el líder nacional. Las elecciones gallegas deberían haber supuesto un paso fácil en la consolidación del liderazgo nacional de Feijóo, claro ganador de las elecciones municipales y autonómicas de mayo pasado y líder del primer partido en las elecciones generales de julio, pero no está siendo así. Tras 15 años, las elecciones gallegas vuelven a ser elecciones competitivas y el PP, lejos de arrasar, juega a la defensiva. En el pasado, Feijóo acertó personalizando en sí mismo la campaña, relegando las siglas populares y huyendo de la política nacional. La clave del éxito, aun en momentos de gran tensión nacional entre el PP y el PSOE, fue la regionalización de la política gallega, justo al contrario de lo que Feijóo, desde la dirección nacional del PP, está obligando a hacer a Rueda, actual presidente de la Xunta. El intento de responsabilizar al Gobierno nacional de la crisis medioambiental de los pellets devino en fracaso, hoy solo asociado a mala gestión y oportunismo electoral de la Xunta, y está por ver el efecto del último bandazo de la dirección nacional del PP respecto al conflicto catalán y la ley de amnistía: de liderar una oposición sin cuartel forzando la activación del “partido judicial con acusaciones de terrorismo para los líderes del procés”, a reconocer que el PP estudió su indulto condicionado a un, muy naíf, compromiso de buena conducta futura.
Este domingo, es muy probable que Rueda logre revalidar la mayoría absoluta y los electores se dejan arrastrar menos por el ruido mediático de lo que hacemos los analistas, pero también es demoscópicamente posible que la tranquila oferta de cambio de BNG, con apoyo socialista, se haga con la presidencia de la Xunta. Esta posibilidad es ya un indicador de fracaso para el PP quien, mantenga o no el gobierno de la Xunta, habrá demostrado la escasa eficacia electoral de su estrategia de polarización total con el Gobierno nacional, capaz de mantener movilizados e irritados tanto a los electores propios como a los contrarios.
Pero no solo el PP se la juega en Galicia. Pese a que el PSOE ha sabido gestionar bien las expectativas, pues gobernar segundos con el BNG es infinitamente más movilizador que seguir siendo terceros en una irrelevante oposición, renunciar a liderar la competición electoral (País Vasco desde 2009, Galicia desde 2016 y Comunidad de Madrid desde 2019) muestra las dificultades de crecimiento de los socialistas en aquellos territorios en donde las fuerzas regionales son sus aliados naturales en el Gobierno nacional.
Pero más serias son las lecciones para Sumar, una formación en plena definición que, de cumplirse los pronósticos, no será capaz de recoger ni uno solo de los nueve diputados de Izquierda Unida en 2012, ni de los 14 de En Marea de 2016, ya sólidamente asentados en el BNG. La formación de la vicepresidenta Díaz llegó tarde a las elecciones municipales y autonómicas de mayo, incapaz de transformar en concejales y diputados la estampida del voto de sus antiguos socios de Podemos, por lo que no pudo impedir el mayor vuelco de gobiernos locales y autonómicos girando a la derecha en nuestra historia reciente. Sin embargo, la concentración del voto de la izquierda regional no nacionalista en Sumar en las elecciones generales de julio y la capacidad de los socialistas de movilizar a un millón de nuevos electores fueron las claves que permiten la ajustada mayoría parlamentaria que da sustento al actual Gobierno de coalición. Sumar es hoy una incipiente plataforma de voto nacional para electores sofisticados con voto dual que mayoritariamente tienen decidido su voto regional (Más Madrid, los comuns, Compromís y otros). La lógica electoral apuntaba a un respaldo al BNG desde Sumar que hoy estaría dando la mayoría a la izquierda gallega, debilitando definitivamente el liderazgo de Feijóo y fortaleciendo el ala izquierda del Gobierno de coalición, es decir, a Sumar.
Los intrincados motivos (todos ellos interesantísimos) por los cuales los líderes de las formaciones políticas son incapaces de obrar en coherencia con los intereses de sus electores y de sí mismos son objeto de una rama obtusa de la ciencia política, la que estudia el pensamiento orgánico, de una profusa riqueza empírica en la izquierda española, pero cuyo resultado es siempre el mismo, gobiernos de derecha donde hay mayorías progresistas. Sumar debería tomar nota de su resultado gallego y pensar en una formación política moderna con doble militancia, que apoye a sus socios locales en justa correspondencia del apoyo de estos en las elecciones generales y europeas, salvo que se prefiera recrear los ya conocidos fracasos de Podemos y antes de Izquierda Unida.
En espacios electorales fragmentados, la concentración del voto en la formación política con mayor rendimiento electoral en un mismo bloque ideológico es una buena idea para los electores (no confundir con candidaturas pastiche), pero difícil de digerir para los líderes de los partidos minoritarios, quienes se niegan a asumir su irrelevancia electoral. La novedad es que los primeros no están esperando a los segundos, la concentración (de nuevo) del voto gallego en los partidos con mayor rendimiento electoral volverá a ocurrir en las elecciones vascas, donde el antiguo voto de Podemos ya está en Bildu (haga lo que haga Sumar), y algo así podríamos ver también en las elecciones europeas de junio, de escasa relevancia práctica en la política nacional, pero donde mejor se podrá evaluar el apoyo social a las políticas nacionales de cada partido.
En espacios fragmentados, la concentración del voto en el partido político con mayor rendimiento electoral en un bloque es buena idea
Con la salida de escena de Ciudadanos y Podemos, los electores se mueven concentrando el voto en las formaciones útiles. Sumar y Vox deberán demostrar su utilidad en este complicado ciclo electoral que arranca, utilidad que ya no pasa por integrar (fracasado modelo) convergencias ni por competir con sus íntimos enemigos (más que probable lección de las elecciones gallegas y vascas), sino por respaldar aquellas formaciones de su mismo espacio ideológico con mejor rendimiento en términos de formación de Gobierno. Un ciclo electoral en el que la suerte del PSOE y del PP está, paradójicamente, vinculada, pues dependerá de la percepción que los ciudadanos tengan de la apuesta de los socialistas por impulsar, a toda costa, la amnistía a los líderes del procés o del éxito de los populares, en destruir, a toda costa, la legitimidad de los socialistas para hacerlo.
Tras las elecciones gallegas y vascas, el primer examen en junio en las elecciones europeas, en otoño el segundo con las elecciones catalanas. En Navidad, sabremos si esta será una legislatura duradera y quiénes entre los actuales líderes nacionales llegarán a las próximas elecciones generales.
*Joan Navarro es sociólogo y profesor de Ciencia Política y de la Administración en la UCM.
Este domingo, 2,7 millones de gallegos y gallegas (470.000 residentes en el exterior) eligen a los 75 diputados y diputadas del Parlamento regional. El PP gobierna Galicia con mayoría absoluta desde 2009 y su líder de entonces es hoy el líder nacional. Las elecciones gallegas deberían haber supuesto un paso fácil en la consolidación del liderazgo nacional de Feijóo, claro ganador de las elecciones municipales y autonómicas de mayo pasado y líder del primer partido en las elecciones generales de julio, pero no está siendo así. Tras 15 años, las elecciones gallegas vuelven a ser elecciones competitivas y el PP, lejos de arrasar, juega a la defensiva. En el pasado, Feijóo acertó personalizando en sí mismo la campaña, relegando las siglas populares y huyendo de la política nacional. La clave del éxito, aun en momentos de gran tensión nacional entre el PP y el PSOE, fue la regionalización de la política gallega, justo al contrario de lo que Feijóo, desde la dirección nacional del PP, está obligando a hacer a Rueda, actual presidente de la Xunta. El intento de responsabilizar al Gobierno nacional de la crisis medioambiental de los pellets devino en fracaso, hoy solo asociado a mala gestión y oportunismo electoral de la Xunta, y está por ver el efecto del último bandazo de la dirección nacional del PP respecto al conflicto catalán y la ley de amnistía: de liderar una oposición sin cuartel forzando la activación del “partido judicial con acusaciones de terrorismo para los líderes del procés”, a reconocer que el PP estudió su indulto condicionado a un, muy naíf, compromiso de buena conducta futura.
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