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Síndrome de Estocolmo en Waterloo
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Anna Grau

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Síndrome de Estocolmo en Waterloo

Decida lo que decida Sánchez, y cuándo lo decida, lo que ya es impepinable es que la campaña electoral catalana, tal y como estaba planteada, ha acabado antes de empezar

Foto: Carles Puigdemont durante una entrevista. (Europa Press/David Zorrakino)
Carles Puigdemont durante una entrevista. (Europa Press/David Zorrakino)

Me siento a escribir estas líneas bajo el impacto del anuncio de Pedro Sánchez de replantearse su continuidad como presidente del gobierno ante las diligencias judiciales abiertas contra su esposa. Es verdad que los políticos son seres humanos. Humanamente, se comprende que un político, en un momento dado, diga: hasta aquí. Quiero recuperar el derecho a la privacidad y a no dar más explicaciones de las que da (o no) todo hijo de vecino. Pero la verdad es que cuesta imaginar a Pedro Sánchez en esa situación de quebranto anímico.

Nadie llega a donde ha llegado él, y como ha llegado él, teniendo la piel tan fina. Para que su amenaza de dimisión fuera psicológicamente creíble, el panorama judicial para su esposa tendría que ser mucho más oscuro de lo que incluso sus más acérrimos enemigos creen que sea. Vamos a hablar claro: nadie espera que esto de Manos Limpias llegue demasiado a ningún sitio. Otra cosa es el desgaste de imagen. Por cierto, ¿para cuándo una ley que regule qué puede y no puede hacer el o la consorte del presidente? Así nos ahorraríamos este y otros disgustos.

¿Nos anunciará Pedro Sánchez el lunes 29 que dimite? ¿O todo lo contrario, que abrumado por las muestras de apoyo recibidas, opta por resistir sin más? No estamos dentro de su cabeza, pero no parece muy probable ni lo uno ni lo otro. Quien espere un desenlace rápido y claro, puede llevarse un chasco importante.

Ya puestos, al presidente le conviene prolongar todo lo que pueda este suspense. Podría limitarse a prometer (de momento) que no se volverá a presentar a las elecciones. Podría optar por una cuestión de confianza: ¿alguien duda de que la ganaría con los mismos votos con que ganó su investidura? ¿Alguien se imagina a PNV, Bildu, Sumar, ERC o Puigdemont alineándose con una "cacería de la ultraderecha" (sic) contra la familia del presidente del gobierno "progresista", que además ha prometido el perdón de todos los delitos y pecados de los líderes del procés? Venga ya.

Foto: Sánchez en la campaña de las elecciones vascas. (Europa Press/Iñaki Berasaluce)

No sé ustedes, pero yo reconozco un voto cautivo —o siete de ellos— cuando lo tengo delante de las narices. Esto es lo que pasa, damas y caballeros, cuando uno quiere ser más indepe que nadie, pero resulta que no es nadie, precisamente, excepto por su capacidad de chantaje coyuntural en Madrid.

Carles Puigdemont no es Josep Tarradellas. Ni está exiliado, ni es presidente legítimo, ni tiene proyecto para Cataluña. No ya para independizarla, sino simplemente para gestionarla y ofrecerle un futuro. Pere Aragonès por lo menos ha urdido un plan para lograr una financiación a medida y redefinir de forma encubierta —pero irreversible…— la relación con el resto de España, que eso y no otra cosa persigue su propuesta de referéndum de autodeterminación. Puigdemont, ni eso. Ni siquiera vive aquí.

Foto: Begoña Gómez, durante un acto en el Ateneo de Madrid. (EP/Alejandro Martínez)

Las contradicciones de Sánchez y sus pactos las conocemos y sufrimos todos, empezando por el candidato del PSC a la Generalitat, Salvador Illa. Pero qué decir de las contradicciones de los líderes del procés, que no necesitan Manos Limpias ni Sucias para vivir saltando de juicio en juicio. Y que del síndrome de Waterloo pueden pasar al síndrome de Estocolmo en un abrir y cerrar de ojos. Y de sumarios.

Decida lo que decida Sánchez, y cuándo lo decida, lo que ya es impepinable es que la campaña electoral catalana, tal y como estaba planteada, ha acabado antes de empezar. Haciendo más que nunca de la necesidad virtud, el líder del PSOE deja en segundo plano debates vidriosos como la amnistía y la autodeterminación, y sobre todo visualiza que los que le chantajean con siete votos tienen los pies de barro. Todo es cuestión de atreverse. Atreviéndose a lo que no se atreve nadie más, Sánchez sale con su cuerpo en triunfo una y otra vez.

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Ante eso, ¿qué va a hacer la oposición no nacionalista ni woke? La polarización política extrema ya se ve que la carga el diablo: ahora mismo, mal para el PP si se arruga, pero mal también si no consigue dar una respuesta consistente y matizada a este órdago. Que encima y a bote pronto la tiene que dar en Cataluña, donde el proyecto popular es más difuso y confuso. Si algunos de los de Feijóo esperaban atraer a su campo a los aliados de Sánchez, y dejar para luego la construcción de alternativas a las coaliciones Frankenstein, bueno, pues igual todos los atajos se van cerrando rápidamente.

Y solo queda el camino más difícil pero más recto: abrir paso a gobernar muy de otra manera. En Cataluña y en España entera. Por cierto, este consejo vale también para el PSOE postsanchista, el día que finalmente llegue. Triste es decirlo, pero si seguimos así, va a resultar que el sueño del bipartidismo no engendraba más pluralidad. Sólo más y peores monstruos.

*Anna Grau es periodista, escritora y exdiputada en el Parlamento catalán.

Me siento a escribir estas líneas bajo el impacto del anuncio de Pedro Sánchez de replantearse su continuidad como presidente del gobierno ante las diligencias judiciales abiertas contra su esposa. Es verdad que los políticos son seres humanos. Humanamente, se comprende que un político, en un momento dado, diga: hasta aquí. Quiero recuperar el derecho a la privacidad y a no dar más explicaciones de las que da (o no) todo hijo de vecino. Pero la verdad es que cuesta imaginar a Pedro Sánchez en esa situación de quebranto anímico.

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