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Los presidentes (casi) nunca se van
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Ramón González Férriz

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Los presidentes (casi) nunca se van

Por mucho que juren que no tienen apego al cargo, es muy difícil que un primer ministro o un presidente dimita o abandone totalmente la política. Ni siquiera los políticos rasos lo hacen de buen grado

Foto: Pedro Sánchez, en la Moncloa. (EFE/Kiko Huesca)
Pedro Sánchez, en la Moncloa. (EFE/Kiko Huesca)
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El político del siglo XX que anunció su retirada de manera más dramática fue Charles de Gaulle. Molesto porque, siendo presidente de Francia, no disponía de poderes amplios, y tenía que negociar con los partidos de la Asamblea para que aprobaran sus iniciativas, amenazó con dimitir si esta no se le sometía. Como no lo hizo, el 20 de enero de 1946 presentó la renuncia creyendo que le implorarían que se quedara. Pero eso no sucedió y se retiró al pequeño pueblo de Colombey a escribir sus memorias. Hasta que, doce años después, en 1958, sucedió lo que había deseado durante todo ese tiempo. Ante la crisis de Argelia, Francia le requirió de nuevo. Esta vez, los partidos le permitieron que cambiara la Constitución para que concediera enormes poderes ejecutivos al presidente. Gobernó durante 11 años como un monarca. Luego, en 1969, también por sorpresa, volvió a dimitir. Tenía 78 años. Murió poco después.

De Gaulle es el caso más llamativo de político que utiliza la amenaza de marcharse, o incluso la propia dimisión, para regresar. En su caso, fue por la convicción de que tenía la misión sagrada de devolverle la grandeza a Francia. Otros líderes, simplemente, se aburren si abandonan su actividad, porque se han vuelto adictos a ella o no saben hacer otra cosa. O, como en el caso de Silvio Berlusconi, otro ejemplo de primer ministro que nunca se fue de la política, aunque repitió que él solamente estaba de paso, tienen además la necesidad de seguir gozando de privilegios judiciales. Berlusconi fue primer ministro de 1994 a 1995, de 2001 a 2006 y de 2008 a 2011; en este último periodo, tras sufrir una agresión física, utilizó para afianzar su popularidad un lema que hoy suena familiar a los españoles: "El amor siempre vence a la envidia y el odio". En mitad de la crisis del euro dimitió, pero siguió siendo diputado, más tarde senador y luego eurodiputado, y estuvo en el centro de las decisiones de su partido, y de la política de su país, literalmente hasta que murió el año pasado.

Otros primeros ministros se juegan su mandato en una apuesta muy arriesgada y, cuando pierden, no son capaces de permanecer fuera de los focos. David Cameron fracasó con el referéndum de Brexit en 2016 y dimitió, vivió de cobrar comisiones de oscuros negocios financieros y siete años después aceptó, en un acto con pocos precedentes, el cargo de simple ministro en el Gobierno de Rishi Sunak. Matteo Renzi también dimitió como primer ministro de Italia en 2016, tras perder un referéndum de reforma constitucional, pero no solo no abandonó la política, sino que siguió liderando su partido, luego fundó otro, y más tarde cobró enormes comisiones de Arabia Saudí mientras seguía siendo senador.

Suárez, González, Aznar y Zapatero

En España, por lo general, los expresidentes tampoco saben abandonar la política. Tras sus años al frente del Gobierno, Adolfo Suárez fundó un nuevo partido y siguió siendo diputado. Tras perder las elecciones, Felipe González se retiró de la actividad pública durante un tiempo, pero hoy es un actor político que aún pretende influir. Cuando José María Aznar decidió limitar su presidencia a dos mandatos citó como ejemplo a Cincinato, que pasó a la historia como emblema del político honrado y recto porque, tras ser nombrado emperador en la antigua Roma, no quiso aferrarse al cargo y se retiró a su finca a cultivar el huerto y leer. Aznar, sin embargo, volvió rápidamente a la política desde su fundación y trató de tutelar a sus sucesores. Zapatero pasó años purgando el pecado de haber ordenado recortes del gasto social y participando de manera un tanto oscura en la política venezolana, pero hoy vuelve a ser un activo político del PSOE adorado por sus bases. Mariano Rajoy es, por el momento, una excepción.

¿Desapego al cargo?

Por mucho que juren que no tienen ninguna clase de apego al cargo, y más si son relativamente jóvenes cuando lo ejercen, es muy difícil que un primer ministro o un presidente dimita o abandone totalmente la política. Ni siquiera los políticos rasos lo hacen de buen grado: en una ocasión, una exdiputada que encontró empleo fuera de las instituciones públicas se me quejó de que, en el sector privado, su trabajo era invisible ante el resto del mundo, y volvió enseguida a la política, aunque para ello tuvo que cambiar de partido.

Foto: Pedro Sánchez, saliendo del Congreso. (Europa Press/Jesús Hellín)

Por eso, ayer no era muy aventurado asegurar que Pedro Sánchez seguiría en la política. Mi apuesta era que continuaría siendo presidente y que su amenaza de dimisión era solo un truco para coger más fuerzas. Y así ha sido. La visibilidad pública y la influencia son adictivas. Para llegar a presidente del Gobierno, y luego ejercer el cargo, uno debe tener una psicología especial, disponer de una capacidad de sacrificio inmensa y tener una ambición casi patológica que luego difícilmente se acomodan a la oscuridad de la vida privada y el relativo silencio de los teléfonos. De modo que no lo duden: Pedro Sánchez seguirá en la política y en nuestras vidas. Durante mucho, mucho tiempo.

El político del siglo XX que anunció su retirada de manera más dramática fue Charles de Gaulle. Molesto porque, siendo presidente de Francia, no disponía de poderes amplios, y tenía que negociar con los partidos de la Asamblea para que aprobaran sus iniciativas, amenazó con dimitir si esta no se le sometía. Como no lo hizo, el 20 de enero de 1946 presentó la renuncia creyendo que le implorarían que se quedara. Pero eso no sucedió y se retiró al pequeño pueblo de Colombey a escribir sus memorias. Hasta que, doce años después, en 1958, sucedió lo que había deseado durante todo ese tiempo. Ante la crisis de Argelia, Francia le requirió de nuevo. Esta vez, los partidos le permitieron que cambiara la Constitución para que concediera enormes poderes ejecutivos al presidente. Gobernó durante 11 años como un monarca. Luego, en 1969, también por sorpresa, volvió a dimitir. Tenía 78 años. Murió poco después.

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