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Carta al presidente Sánchez: la desinformación revisitada
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Beatriz Becerra

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Carta al presidente Sánchez: la desinformación revisitada

Créame si le digo, presidente, que me gustaría contribuir humildemente a ayudarle en su empeño. Para ello, permítame tan solo recordarle tres elementos relevantes al respecto de la desinformación

Foto: Imagen: Pixabay/memyselfaneye.
Imagen: Pixabay/memyselfaneye.

Presidente: cuando volvió el lunes a su puesto tras un retiro de cinco días, trajo consigo un alargado manto de agravio. Ya no se trataba de lo ocurrido en el último mes, ni en el último año. Ni siquiera en sus más de cinco años de gobierno. Nos habló de cómo toda una década de persecución le había sido revelada. En su vuelta a la vida pública, retumbaba un puñado de sintagmas: el fango, los seudomedios de comunicación, los bulos, las redes sociales, los digitales, las páginas web. La desinformación. La desinformación. La desinformación.

Centrémonos, pues, en lo que, según declara, va a vertebrar esta nueva era tras el punto y aparte que ha establecido en su presidencia: la desinformación y esa década de persecución por los bulos de patas cortas y manos largas. Por esa cosa (sin forma y sin nombre) de digitales y páginas web. En una suerte de 'Good bye, Lenin', salvando las distancias, el sueño o duermevela de estos cinco días, presidente, le ha durado una década y le ha plantado de vuelta en 2014. Y de ese lugar ha emergido, como recién nacida, la desinformación, lista para ser combatida. Una revelación que lo explica todo. Y ha vuelto, presidente, a nuestros días como una exhalación, con los ojos cerrados. Por eso, afirma estar dispuesto a liderar esa lucha, pero sin monopolizarla; aún sin una estrategia, no vaya a parecer que el retiro era para maquinaciones políticas. Pues bien: volvamos al origen, pero hagamos el recorrido de vuelta completo.

En la primavera de 2014, un artículo de Herszenhorn en 'The New York Times' publicado en el diario 'El País' atrajo mi atención: “Los canales de televisión rusos -controlados por las más altas esferas del Kremlin- emiten día tras día exageraciones, teorías de la conspiración y mentiras sobre la crisis en Ucrania”. Describía mentiras flagrantes y propaganda agresiva con el objetivo de desorientar al contrario y ganar tiempo -una ventana de apenas unas horas- para ocupar Crimea. “La guerra de la desinformación” constataba así un hecho fundacional: Rusia iba más allá de la propaganda tradicional y emprendía su primera acción desinformativa organizada con las herramientas del siglo XXI y con su consideración formal de estrategia de guerra híbrida.

En los años siguientes, el mundo fue asistiendo, sin acabar de darle mucha importancia, al incremento gradual de lo que hemos ido identificando como triple vertiente de la desinformación: otorgar poder al que la utiliza con un fin predeterminado, debilitar a quien es víctima de ella y sustituir los hechos por las opiniones para emborronar la línea entre lo verdadero y lo falso.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada a la entrevista en Televisión Española. (EFE/RTVE) Opinión

Con la injerencia rusa desde 2016 en el referéndum del Brexit y en las elecciones que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca, o en procesos electorales como los de Francia y Cataluña en 2017, la desinformación entró de lleno en la agenda política europea y global. Se fue convirtiendo en una gran amenaza para la democracia en el mundo, en un contexto internacional de nacionalismo y populismo emergentes con el sello de Rusia como distintivo principal, pero no único. Estados Unidos se volcaba en el análisis de su realidad particular, marcada por el concepto parcial de 'fake news' y el perfil propio de las plataformas americanas. Los medios y la academia abordaban la tendencia desde diferentes ángulos y enfoques (a menudo contradictorios). Todo esto sucedía ante nuestros ojos, en un primer momento atónitos: tocaba cuestiones muy sensibles como la libertad de expresión, pero también era un claro problema de seguridad.

Han sido enormes y profundos los esfuerzos institucionales para definir la desinformación, abordarla y confrontarla a lo largo de esta última década. La Unión Europea decidió abordar la cuestión y puso en marcha el Plan de Acción UE contra la Desinformación en 2018. Todos los Estados miembros de la Unión Europea adoptaron algún tipo de medida adicional. En España, las circunstancias nacionales (impacto probado de la desinformación en la crisis en Cataluña de 2017, cambio de Gobierno por moción de censura y elecciones nacionales, municipales, autonómicas y europeas en 2019, incidencia política de la pandemia, el confinamiento y el estado de emergencia en 2020 y 2021) condujeron a una utilización del fenómeno de carácter marcadamente partidista y electoralista, más que a un debate serio y a una adopción consensuada de medidas específicas para la implementación del Plan de Acción UE. Con la irrupción de la pandemia del covid-19 en 2020 y la invasión de Ucrania por Rusia en 2022, la desinformación se introdujo con muchísima fuerza en la agenda cotidiana de un mundo globalizado y vulnerable, sacudido primero por un virus desconocido y luego por una guerra en territorio europeo.

Foto: Sede de la Comisión Europea en Bruselas.

Diez años después de aquella primera toma de conciencia, la desinformación se ha consolidado como una doble amenaza a la seguridad y a la democracia, que afecta singularmente a los términos del debate público y a las libertades civiles involucradas, o, lo que es lo mismo, a los pilares de los sistemas democráticos. Un fenómeno relevante desde el punto de vista de las políticas públicas, por su capacidad de incidencia en la agenda de Gobiernos nacionales y supranacionales y por las estrategias públicas a las que ha dado lugar. Pero también de profundo alcance para las personas en su ámbito familiar, educativo, laboral... Cada uno de nosotros desempeña individualmente una gran variedad de papeles distintos en la sociedad y es parte de una red de relaciones e interdependencia, con lo que puede convertirse en objetivo e incluso en herramienta inadvertida de desinformación.

Créame si le digo, presidente, que me gustaría contribuir humildemente a ayudarle en su empeño. Para ello, permítame tan solo recordarle tres elementos relevantes al respecto de la desinformación.

La primera es que, desde 2018, existe una definición unívoca de la desinformación, consensuada por las instituciones políticas y la sociedad civil europea, y es la siguiente: la “información verificablemente falsa o engañosa que, de manera acumulativa, (a) se crea, presenta y difunde con fines de lucro económico o para engañar intencionalmente al público; y (b) puede causar daño público, con la intención de amenazar a la política democrática y a los procesos de formulación de políticas, así como a bienes públicos como la protección de la salud, el medio ambiente o la seguridad de los ciudadanos de la UE. No incluye errores de informe, sátira y parodia, ni noticias y comentarios partidistas claramente identificados”. La desinformación es esto, todo esto y ninguna otra cosa. Da igual quién lo diga.

Foto: La vicepresidenta segunda y Ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, comparece tras el anuncio de Sánchez. (Europa Press/Eduardo Parra)

La segunda es recomendarle que revise su presidencia previa y cómo se diseñaron, para qué sirvieron y en qué quedaron tanto la Comisión Permanente contra la Desinformación que su gobierno de coalición promovió en plena pandemia, como el Comité contra la Desinformación de la Derecha que impulsó a principios de 2023 Santos Cerdán como responsable de las campañas electorales locales y autonómicas.

Y la tercera es que, desde la adopción del Plan de Acción para la Democracia Europea en 2020, la lucha contra la desinformación es uno de los tres pilares de defensa de la democracia europea, junto a la promoción y defensa de elecciones libres y justas e, inseparablemente, el refuerzo de la libertad de los medios de comunicación.

Justamente por eso, presidente, le pido que abra los ojos. El síndrome de Adán no es bueno en política, ni en casi nada. Hay mucho recorrido hecho ya por quienes nos precedieron. Hace muchos años que una abrumadora mayoría de ciudadanos europeos considera la desinformación como un peligro para la democracia, sabe de su difusión sobre todo por las redes sociales y conoce la intencionalidad de perjudicar a la sociedad. La regeneración democrática es un viaje permanente iniciado también hace años por muchas organizaciones de la sociedad civil y numerosos partidos políticos. La transparencia y la rendición de cuentas es un empeño común de todos los que buscamos hacer España mejor, y los ciudadanos necesitan poder participar activamente en la propuesta de soluciones a los problemas que verdaderamente les afectan. Haga posible esta vía constructiva y le acompañaremos, presidente, a escribir los párrafos que siguen a este punto y aparte.

*Beatriz Becerra es vicepresidenta y cofundadora de España Mejor. Psicóloga y escritora, es doctora cum laude en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas por la Universidad Autónoma de Madrid por su tesis “El papel disruptor de la desinformación en la agenda política europea”. Fue eurodiputada y vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo (2014-2019).

Presidente: cuando volvió el lunes a su puesto tras un retiro de cinco días, trajo consigo un alargado manto de agravio. Ya no se trataba de lo ocurrido en el último mes, ni en el último año. Ni siquiera en sus más de cinco años de gobierno. Nos habló de cómo toda una década de persecución le había sido revelada. En su vuelta a la vida pública, retumbaba un puñado de sintagmas: el fango, los seudomedios de comunicación, los bulos, las redes sociales, los digitales, las páginas web. La desinformación. La desinformación. La desinformación.

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