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El PSOE y la tentación del "partido satélite" ('Bloc Party')
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El PSOE y la tentación del "partido satélite" ('Bloc Party')

El PSOE vasco ha dejado de ser una alternativa político-cultural al nacionalismo peneuvista para convertirse en una suerte de 'satélite' que se identifica con los rasgos característicos de ese arquetipo de partido

Foto: El secretario general del PSE-EE, Eneko Andueza. (EFE/Luis Tejido)
El secretario general del PSE-EE, Eneko Andueza. (EFE/Luis Tejido)

En los años setenta del siglo pasado, cuando autores como Maurice Duverger estaban en boga y los estudiosos de la política proyectaban su ambición intelectual más allá de las fronteras de la jurisprudencia constitucional, el análisis fenomenológico de los partidos llevó a acuñar una categoría singular -hoy casi olvidada pero no todavía en desuso en la vida real – llamada “partido satélite”. “Partido satélite” era aquel que en el marco de los sistemas comunistas coexistía con el auténtico partido dirigente, el partido comunista vanguardia de la clase obrera, infundiendo cierta apariencia de pluralidad en unos regímenes totalitarios que por definición representaban la negación misma de la democracia.

Fue así como en China, la RDA, Polonia o Checoslovaquia, flanqueando a un partido comunista gobernante que lo podía todo literalmente, había también una serie de partidos nominalmente tildados liberales, democratacristianos o campesinos que acompañaban en las elecciones al comunista con el que formaban un bloque o lista común, y cuya función real consistía en encuadrar en el sistema a un sector social y atraerlo a su dominio mediante el socorrido procedimiento de repartir puestos y sinecuras. Básicamente, su existencia respondía a tres propósitos: uno, permitir que en el periodo de transición al socialismo pudieran irse integrando gradualmente y sin hostilidad grupos no afectos 'a priori' a la idea marxista; dos, reforzar desde arriba la dominación de Estado socialista sobre la sociedad; tres y conectado con los anteriores, dar apariencia de legitimidad a un régimen que en realidad era de mono-partido.

Estos rasgos básicos daban el arquetipo de una forma de partido que no era patrimonio exclusivo de los regímenes socialistas, por mucho que fuera allí donde el experimento evidenciara, de manera más palmaria, la miseria y limitaciones de un engendro que encarnaba la burla misma de la libertad. Y es que también existieron otras variantes de “partidos satélites” diferentes, por ejemplo, en México en los años del monopolio priísta con el caso del PAN, y hasta incluso también pudiera aludirse –ciertamente con matices y reparos- al MDP/CDE del Portugal salazarista, que operaba solo para las elecciones. En cualquier caso conviene retener las tres notas que conformaban su tipología: su incrustación en un régimen totalitario, autoritario o en el mejor de los casos de constitucionalidad desvariada; la nula vocación gobernante de unos partidos meros auxiliares de otro hegemónico que en ningún momento aspiraban a transformar la realidad desde una identidad política que no poseían; la búsqueda obsesiva de ubicación para sus integrantes.

Pero yendo a lo concreto y entrando en el análisis del lábil panorama que dejan las elecciones vascas del 21 de abril, se pueden armar tres impresiones que confirman las tendencias que se vienen gestando de tiempo atrás. Primera, que la dura guerra fratricida Bildu/PNV empieza a tomar mal cariz para el nacionalismo histórico en la medida que para recuperar a sus críticos debería deshacer las prácticas clientelares que le dan vida y le permiten ganar elecciones, algo que de conseguirlo acabaría con la existencia misma del PNV como partido. Pero es que para mayor inri de este último, además de que el éxito de Bildu se consigue a costa de arrinconar progresivamente al PNV en su propio caladero natural, también se logra a base de expandirse entre un electorado no nacionalista absorbiendo buena parte de los votos de la extinguida protesta de la antipolítica española.

Foto: Bildu celebra su resultado electoral. (Europa Press) Opinión

Segunda, los resultados evidencian asimismo la dificultad rayana en la imposibilidad de los populares para romper el circuito o conglomerado de capillitas y familias humanas en que se resume el PP en el País Vasco, y que le impide estar en condiciones de lanzar una oferta política moderna al electorado no nacionalista. Tercera, se refuerza igualmente la arriesgada táctica del socialismo vasco a integrarse en la cosmovisión del nacionalismo sacrificando su identidad como partido socialdemócrata y renunciando por ello a cualquier planteamiento estratégico que le permitiera hacer realidad su proyecto político propio. Y es que el PSOE vasco ha dejado tiempo atrás de ser una alternativa político-cultural al nacionalismo peneuvista para convertirse en una suerte de “satélite” que se identifica con los rasgos característicos de ese arquetipo de partido.

Dicho de otro modo, el PSOE de Euskadi ha renunciado a ser un partido con vocación mayoritaria para convertirse no en un partido bisagra llamado a pactar con unos o con otros ofreciéndoles su apoyo a cambio de realizar una parte de su programa político (como por ejemplo sucedía con los liberales o verdes alemanes o centristas franceses), sino para transformarse en un mero apéndice ocasional que a cambio de un puñado de cargos presta su concurso para hacer un roto o un descosido, sin importarle demasiado de dónde vienen ni a donde se va.

Ser miembro de un "partido satélite" puede deparar un estatus confortable por breve tiempo, pero a la larga comporta el riesgo de desaparecer

Y es que las necesidades del presente, que son siempre necesidades del poder, han llevado al socialismo vasco a desprenderse de sus rasgos idiosincráticos originales para adaptarse al momento y obtener réditos inmediatos en forma de clientela a la que colocar, olvidando que el objetivo de un partido democrático es siempre intentar aplicar a la realidad sus ideas. Semejante olvido es muy grave no solo porque a medio plazo condena a la asimilación y muerte por inanición intelectual al partido que se queda sin su razón de ser, sino porque a mayores supone asumir un rol colaboracionista en el afianzamiento de una impostura destinada a aparentar la existencia de pluralidad democrática allí donde no hay sino uniformidad autocrática.

Tamaña condición es mala, no solo por la indignidad que comporta para un partido forjado en la tradición socialdemócrata que ha permitido construir la tranquilidad y seguridad que ha hecho a la Europa posterior a la II Guerra Mundial, sino sobre todo porque amenaza con extenderse a todos los rincones de España dejando al Partido Socialista tan seco como lo estuvieron aquellos partidos con denominaciones democráticas que cuando se derrumbó el Muro fueron incapaces de ofrecer a los movilizados electores alemanes, checos o polacos un cauce por el que discurriera su protesta y terminaron extinguiéndose como una anécdota sin sentido. Y es que ser miembro de un “partido satélite” puede deparar personalmente un estatus confortable por breve tiempo, pero a la larga comporta inevitablemente el riesgo cierto de desaparecer cuando lo haga el astro en torno al que gira. Algo indigno para el PSOE y que el sistema constitucional sencillamente no puede permitirse y no solo porque lo proscriba a la inversa ('a contrario sensu') el art. 6 de la CE, sino porque supone una degeneración y no una mutación de nuestra Constitución.

*Eloy García. Catedrático de Derecho Constitucional.

En los años setenta del siglo pasado, cuando autores como Maurice Duverger estaban en boga y los estudiosos de la política proyectaban su ambición intelectual más allá de las fronteras de la jurisprudencia constitucional, el análisis fenomenológico de los partidos llevó a acuñar una categoría singular -hoy casi olvidada pero no todavía en desuso en la vida real – llamada “partido satélite”. “Partido satélite” era aquel que en el marco de los sistemas comunistas coexistía con el auténtico partido dirigente, el partido comunista vanguardia de la clase obrera, infundiendo cierta apariencia de pluralidad en unos regímenes totalitarios que por definición representaban la negación misma de la democracia.

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